TU
VIDA MORADA DE AMOR
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SITUACION: Se da después del desayuno del primer día
cuando acaban de nombrar las decurias, sigue el rollo “Tu vida procede del
amor”.
El amor que creó y crea la vida porque la ama, viene a morar en ella si
es correspondido con amor.
La vida de gracia recalcando el aspecto de nueva Vida, nuevas
facultades para un nuevo diálogo un nuevo amor, máxima felicidad.
DESARROLLO: Hemos meditado el origen de nuestra vida.
Dios es nuestro verdadero Padre que nos ama más que todos los padres de la
tierra y puede más que todos ellos. Bien quisieran nuestros padres adornarnos
de las mejores dotes y revestirnos de las más ricas prendas; pero donde llegan
sus anhelos no logran sus fuerzas alcanzar.
Nuestro Padre del cielo al alcance de su amor, tiene su poder y
amándonos infinitamente pone en juego su omnipotencia infinita para adornar y
enriquecer a sus seres queridos con la infinidad de gracias que le acompañan.
Ya podemos, pues, adivinar de que manera nos ensalzará y volcará sobre nuestra
vida el cúmulo de sus dones.
Como decíamos, la única razón que le movió a crearnos fue su deseo de
hacernos partícipes de su misma felicidad. Mas, su íntima y mayor felicidad,
consiste en conocerle y amarle en su infinita ciencia y en su infinito amor. Y
sobre todas las posibles felicidades del mundo, despunta, más que el faro en la
noche oscura, la felicidad inmensa de Dios que como nos ama tanto, no puede
menos de dárnosla a saborear.
Por eso sería preciso conocerle y amarle. Tendremos que disponer de una
ciencia superior a la nuestra para poder sentarnos a la mesa de Dios, pues no
se aprecia lo que no se conoce, no interesa al corazón aquello de lo que no se
tiene ciencia. El que no tiene ciencia musical, se duerme en el mejor
concierto, mientras que el músico tiene en tensión sus sentidos, sin cuenta del
tiempo, bebiendo a placer el rio continuo de notas. El que sabe de futbol, está
en las gradas casi tomando parte activa en las jugadas con sus brazos y pies,
mientras que el que no conoce el deporte… casi se enoja al ver a hombres
alocados regateándose para dar patadas a un balón (lo mejor, dice el profano,
es darles una pelota a cada uno y así no se pelearían por una sola).
Conocemos, sí, felicidades y goces de la tierra, son huellas de Dios
que mil gracias derramando pasó por estos sotos con presura, y yéndolos
mirando, vestidos los dejó de su hermosura. Pero hay la fuente del Bien que no
alcanza nuestro saber humano. Por eso Dios nos hará la gracia de una nueva vida
en nosotros, de una nueva ciencia, de un nuevo amor. Para que podamos dialogar
con El, conocer como El conoce y amar como El ama.
Si la señora, loca con su perrito que trae siempre de la mano con sus
monerías, pudiera meterle su comprensión y su querer!, pero no puede el perro
es de otra naturaleza. Algo así pasa con nosotros y Dios, pero con la gran
diferencia de que Dios puede. Y porque quiere, porque nos ama infinitamente, y
puede, elevará nuestra naturaleza hasta la suya, para que podamos así gozar de
su compañía que conocimiento y amor, participando así de su misma vida, siendo,
como dice San Agustín, dioses en participación, y logrando en realidad la
máxima tentación que pudiera ofrecer la serpiente al ideal del hombre: “seréis
como Dios”.
Si este ha sido el anhelo de Dios y de Jesús, y éste es el fruto de su
Redención. Esta es la esencia del cristianismo y la razón de ser de toda la
Iglesia. El don máximo de Dios a las almas.
Así lo decía un día Jesús a la samaritana, roída por el pecado, allá en
el pozo de Jacob. Como te lo dice hoy a ti en estas Convivencias: “Si
conocieras el don de Dios”. Tus ojos, tus manos, tus sentidos y cuantos te
rodean son dones de Dios; no obstante, ante este don al que nos referimos,
todos los demás dones en minúscula, se eclipsan como las estrellas cuando
aparece el sol en el firmamento. Siguen en su sitio como durante la noche pero
las eclipsa el sol con su esplendor.
Es preciso estar en la noche del pecado para no apreciar la presencia
de este don máximo de Dios, ante el cual queda sin valor cuanto el mundo puede
ofrecer, y a cambio del cual los mártires, sin dudas, ofrecen su sangre, y los
santos su vida y todas sus riquezas y esplendor del mundo.
Este es el don que llamamos Gracia habitual o Gracia Santificante y que
vamos a definir (escribid todas), “Es un don sobrenatural, interior y
permanente que Dios nos concede para nuestra salvación”, o (según el P. Royó),
“que nos da una participación física y formal de la naturaleza de Dios”.
Gracia: lo llamamos gracia porque esta palabra
encierra una serie de conceptos que contiene este don de Dios. En primer lugar,
porque este don es gratuito; se nos ha dado gratis, sin ningún esfuerzo
ni mérito de nuestra parte, ni podríamos de ninguna manera merecerlo. Gracia,
también, porque nos hace graciosos a los ojos de Dios, agradables a su
presencia como su Hijo en el Jordán, en el que manifestó tener todas sus
complacencias. Gracia, porque quien posee este don de Dios tiene gran
influencia ante Dios, como quien ha caído en gracia ante un señor. Quien
por el Bautismo recibió este don tiene derecho al cielo y a ser considerado en
la Iglesia miembro de la casa de Dios. Gracia, porque da elegancia,
destreza, valimiento.
Sobrenatural: decimos sobrenatural, porque está sobre
nuestra naturaleza; como la naturaleza de la planta es superior a la naturaleza
de la piedra, y la del animal a la planta y la del hombre a la del ser
irracional. Es participación de la naturaleza misma de Dios.
Interior: pues ni se ve, ni se palpa, ni es accesible
a los sentidos humanos. Mas no porque no se vea deja de ser real. Cuanto tiene
el hombre de más noble escapa ya al poder de los sentidos: el amor, la ciencia,
son cosas muy reales en el hombre, pero que no se pueden ni palpar.
Por ser sobrenatural e interior, no es apetecido por el hombre animal,
que no percibe las cosas que son del espíritu; por trascender el orden de
nuestras cosas no ofrece interés a quien no lo pruebe y guste.
El idiota no sufre en su insensatez y la falta de juicio no produce
mella en él, porque ni siquiera advierte que le falta lo principal, el infeliz
se rie a su manera, sin desear tampoco ser como los demás. Sufre en cambio su
madre al ver su triste situación.
Quien no posee la gracia puede que ni siquiera la desee, no advierte su
diferencia con los demás, ríe y hasta se ríe en su triste situación. Dios sufre
y con El las almas que viven la Gracia, ante la desgracia de su hermano que
permanece en la muerte.
Permanente: para distinguirla de la gracia actual, que
es transeúnte. Pero viene además muy bien este término: “permanente”,
esta propiedad maravillosa de este gran don que permanecerá siempre en nosotros
si queremos, muy al revés de todos los demás dones del mundo que son tan
efímeros, tan inseguros y tan inconstantes: las riquezas, la salud, la
hermosura, la juventud,… por eso tantos seguros de vida y de muerte. Este es el
don máximo y es el único permanente.
Nos hace participantes de la misma vida de Dios: la misma vida de Dios
participada. La vida inmortal de Dios. La gran nueva, la sensacional noticia,
“ya no moriremos jamás”. No es, pues, este don un adorno, un vestido nuevo o
una medalla de oro. Es la VIDA INMORTAL
DE DIOS INJERTADA EN LA NUESTRA. Como se injerta un rosal en una zarza,
para cubrir las rosas el viejo tronco de espinas.
La vida que trajo Jesús al mundo diciendo:“He venido para que tengan vida y
la tengan en abundancia”: Dios, siendo Dios, ya no podía ofrecernos
más. Quien tiene la gracia lo posee todo, quien no vive la gracia no posee
nada, aunque tenga el mundo en sus manos, pues le falta la Vida. Podríamos
decir que no hay diferencia entre negros y blancos, pobres y ricos, sanos y
enfermos; la diferencia máxima está entre con hombres con Vida y si ella.
Podríamos añadir que este injerto se realiza en la parte espiritual del
hombre, su inteligencia y su voluntad, pues la Vida no destruye a la vida, sino
que la perfecciona. Por esto, nuestra inteligencia recibe el injerto de otro
conocimiento sobrenatural que llamamos FE.
Nuestro amor es reforzado con el amor sobrenatural que llamamos caridad
y nuestra humana ilusión queda enriquecida con la virtud de la esperanza.
Así, el nuevo ser reconocido a una nueva vida puede conocer a Dios como Dios se
conoce y se ama, y amar y dialogar en su compañía y saborear su amor,
participando así de su misma felicidad.
Efectos
de gracia
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1.
Nos santifica, al decir que la gracia nos santifica,
queremos decir dos cosas: primera, que la gracia quita el pecado, pues gracia y
pecado son dos términos incompatibles, como luz y tinieblas, y al existir una,
deja de ser otra, como la vida y la muerte. El pecado es la privación de la
vida. Por tanto, “santifica” quiere decir además o al mismo tiempo, la invasión
de la vida nueva en nosotros que nos hace santos, escogidos, seleccionados.
En realidad se ha perdido el concepto de
santidad. Santo no sólo es aquél que está en los altares, sino todo el que vive
en gracia de Dios. Así, San Pablo en sus cartas se dirigía a los santos de la
Iglesia de Roma o de Corinto, de Efeso o de Galacia, que eran cristianos que
simplemente habían recibido el Bautismo y estaban en Gracia Habitual. Por
desgracia, en ciertos ambientes, se presenta la caricatura de santo como una
persona anormal, de mal gusto en el vestir o en el andar, o de hechos y proezas
extraordinarias, siendo así que la santidad en hacer en Gracia y por amor a
Dios, las obligaciones ordinarias de la vida.
Todos somos llamados a la santidad, y la
santidad es nuestro propio estado y circunstancias normales en que vivimos por
designio de la Providencia.
2.
Nos diviniza, es decir, nos hace partícipes de las mismas
propiedades de Dios. Como el hierro en el fuego que toma su color y sus
propiedades, así el alma invadida por la gracia, no sólo pierde el orín del
pecado, sino que va siendo invadida por la gracia divina, participando del
poder y gracia de Dios, “ya no soy, decía San Pablo, es Cristo quien vive en
mí”, Cristo el que predica, Cristo el que convence, Cristo el que salva. Cristo
la esponja empapada de agua, así, el alma en gracia está invadida por la
santidad.
Los santos, es decir, los divinizados, han
hecho siempre y hacen lo que humanamente no podría explicarse, porque supera
todo poder humano.
3.
Nos familiariza con Dios. Una nueva vida supone una nueva familia, un
nuevo Padre, una Madre y una Herencia. La gracia, en efecto, nos hace hijos de
Dios, como decía San Juan. Tal predilección nos tuvo Dios que quiso que nos
llamáramos Hijos suyos y o seamos en verdad, hijos adoptivos, pero no como
adopción humana, sino participando y respirando la misma vida.
Hijo de Dios, no de un rey, duque o conde,
sino del mismo rey de los cielos y tierra, no criado sino compañero, pariente, HIJO!.
Un nuevo concepto de cada vida, un nuevo valor,
una nueva estima. A un hijo de la nobleza no le está permitida cualquier bajeza
o expresión vulgar. Un nuevo aprecio, un más fino amor, un nuevo respeto y
veneración. Tu padre, tu madre, además de estimarles como tales, tienen derecho
a que les trates como hijos de Dios.
Tu novio, tu compañera, es más que nada un hijo de Dios, una hija de Dios, merece
tu respeto y admiración.
Igualmente, quien de verdad te aprecia te
tratará como a hija del Padre que está en los cielos, amará lo que más digno de
amar hay en ti; tu gran honor y distinción de princesa del cielo.
Así, San Luis, rey de Francia, reunido con
todos sus generales, se gloriaba en recordarles que más que rey de su nación, y
más que esforzado general, más que todos sus títulos y trofeos, estimaba el
título de ser hijo de Dios.
Como Hija del Padre, la gracia te hace
también hermana de Jesús, los hermanos gozan de un amor peculiar, el amor
fraterno, hay ciertas intimidades y confianzas exclusivas de hermanos, Jesús tu
hermano, te encubre los fallos y travesuras ante el cielo, te defiende con su
sangre ante el mundo. Puedes felicitarte de verdad: eres la hermana de Jesús,
lo puedes todo. Y como más adelante explicaremos, eres miembro de su Cuerpo
Místico.
Tu Padre y tu hermano te han dado a la Virgen
por Madre, ¡Qué honor el tuyo!, la madre más pura, la más hermosa, Reina de los
ángeles, no lo dudes, bésala, ámala, pero no olvides nunca que la siempre
virgen quiso y quiere ser tu Madre, y los ángeles saben que tu eres hija de su
Reina…¿lo saben los hombres?...¿lo sabes tu?..., te constituye además en
heredera del cielo, con todo derecho a recibir tal herencia si eres fiel a la
gracia.
NO olvides nunca a tu familia, y se siempre
digna de ella.
Finalmente, la gracia te constituye templo vivo de la Santísima Trinidad.
Algo sorprendente, desconocido en la tierra, consecuencia del amor infinito del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que enamorados de su criatura suspiran en
vivir en ella y por ella, siendo espíritu pueden y te suplican que
los admitan en tu compañía. “Si alguno me ama
vendremos a él y en él estableceremos nuestra morada”. Por esto tu cuerpo, por
efecto de la gracia, queda convertido en templo del Altísimo, la Trinidad
habita en ti. Sí, tu cuerpo es el salón, el trono, donde tú ser sobrenatural,
tu alma tiene su coloquio íntimo y divino con el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo, como ensayo y promesa del canto eterno de Amor, en su morada del cielo.
Mientras tú no has llegado a ella, se gozan en cobijarse en la tuya. De ahí los
honores que la Iglesia tributa a nuestro cuerpo, incluso después de la muerte,
porque fue, en vida, morada de Dios.
Más que un sagrario, más que un copón,
custodia, mereces ser respetada y venerada, bien mereces que vistas tu cuerpo
con elegancia, que le adores dignamente, pues cuidas y vistes el tabernáculo
del Altísimo. Y cualquier mancha, cualquier indecencia o desorden, desdicen del
trono y repugnan a la vista del cielo
¿No sabéis que vuestros cuerpos son templos
del Espíritu Santo que habita en vosotros y habéis recibido de Dios y no son
vuestros?. Habéis sido comprados a gran precio. Glorificas a Dios en vuestro
cuerpo. Siendo Dios
nuestro Padre Amor y siendo huésped de tu alma, bien podemos decir que tu vida
es morada del amor. Por eso, no la cotices barato. Te decíamos en el primer
tema que sentías bullir el amor en tu vida, y en el segundo te decíamos que
sientes y sabes amar porque naciste del amor.
En el
presente te decimos que tu vida queda convertida en el santuario, en un volcán
de amor, en una morada de amor, porque en ella no vibra solamente tu amor sino
el manantial y fuente de todos los amores. AMOR DEL PADRE, AMOR DEL HIJO, Y
AMOR DEL ESPOSO. Como los Jóvenes esposos arrodillados delante de la cuna de su
hijo bautizado, así adoran los ángeles a la Trinidad enamorada de tu alma, si
vives en gracia.
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