sábado, 6 de abril de 2024

ID Y HACED DISCÍPULOS

ID Y HACED DISCÍPULOS


Objetivos: 

Que tomen conciencia del mandato de Jesús de anunciar su amor a todos los hombres. Misión que es una elección de su parte (Jn 15,16) y es, a su vez, fundamental para la vida nueva que se inicia. Misión que es una necesidad vital para la persona (1Cor 9,16) y para nuestro mundo, que gime por su liberación (Rom 8,22). Misión que no puede ser reemplazada por otra (E.N.5) ni retardada su realización (Lc 9,60), por el bien de la Iglesia y la Humanidad entera.


Hay una película -que seguramente muchos habréis visto -, que se llama “la lista de Schidler”, en la que aparece una escena de un tren lleno de mujeres, compradas por el empresario Schidler para su fábrica, y que se dirige hacia la fábrica, desde los campos de concentración. En un lugar del trayecto, desvían el tren hacia los hornos crematorios de Auschwitz. Cuando las mujeres ven que ese lugar no es una fábrica, que las empiezan a rapar y quitar sus propiedades, que las introducen en unas salas enormes con duchas; entran en una desesperación espantosa. Al enterarse el empresario del desvío del tren, inmediatamente se movilizó para evitar la “sutil masacre”. Una imagen fuerte de esta escena es cuando las mujeres entran en las cámaras de gases, al apagarse la luz empiezan a llorar desesperadas sin saber que va a pasar, presintiendo la muerte. Mas de repente empieza a caer agua por las duchas. Schidler las había salvado.


Esto es lo que ha pasado con nosotros en estos días de convivencia, en que Jesús nos HA LIBERADO del secuestro de muerte en el que estábamos; porque no hay mayor secuestro que la falta del amor de Dios en nuestras vidas; porque no hay mayor desesperación que querer amar y no poder. 

Jesús nos libera con su propia sangre (1Pe 1,18), pues así, nos compra para Dios. Para Jesús somos de gran precio (Gal 2,20): “Me amó y se entregó a sí mismo por mí”. Schidler al pagar por esa gente perdió todos sus bienes y se quedó arruinado; así Jesús, dándonos a experimentar todo su amor por cada uno, nos libera de las tristezas y amarguras que han brotado de nuestros constantes momentos de soledad.


Esta misma experiencia de pasar de una vida muy rastrera a otra con horizontes muy amplios me sucedió al encontrarme en mi vida con Jesús. Deseaba algo más y diferente a lo que vivía normalmente: en casa, estudiar, trabajar, irme a divertir, salir con los amigos...; sin embargo, que suerte me tocó en aquélla convivencia a la que fui y que se titulaba: “¿Que proyecto le pones a tu vida?” Yo llegaba a la convivencia y me iba de ella con un proyecto, el de Jesús; me iba de la convivencia con Alguien. Jesús me había liberado de una vida sin él, para empezar otra pero en compañía. Yo me empecé a experimentar super contento y mientras regresaba a casa le dije a Jesús: ¿Qué hago con tanta alegría que siento ahora?, No sabía cómo agradecérselo. (Sal 116,12)


Cuando Jesús pasa en algún momento de nuestra vida y se queda, surge en nosotros un profundo AGRADECIMIENTO: “Jesús, ¿Cómo te puedo pagar que te hayas fijado en mí, que hayas tenido misericordia conmigo?. Muy semejante fue la reacción de toda la gente judía que se salvó de los campos de concentración ante el gesto de solidaridad de Schidler; en la película la última escena presenta al rabino, que en nombre de los casi 2000 trabajadores, le regala un anillo de oro, que habían fundido con oro que tenían algunas personas en sus dientes. Agradecer es propio de alguien que ha recibido un beneficio muy grande. ¿Cómo pagarle a Jesús su gran beneficio con nuestras vidas?. -su misma Palabra nos dice como se agradecen ese tipo de regalos-; dice el Salmo 51,15:”Enseñaré a los rebeldes tus caminos y los pecadores volverán a ti”.


¿Qué harás ahora después de haber experimentado su amor, después de haberle conocido?, ¿Puede tener otro significado la vida si no es más que para DARLE A CONOCER? La vida de uno que ha conocido a Cristo no tiene razón de ser fuera de darle a conocer a otros; es decir, que tu vida es ahora TESTIGO, como dice San Pablo: “Para mí, la vida es Cristo” (Flp 1,21); “Todo lo tengo por basura ante el conocimiento de Cristo” (Flp 3,7). ¿Tú sabes lo que es que todo tu ser pueda manifestar a Jesús?, ¿Sabes la ilusión que a Jesús le hace que al que a ti te reciba le reciba a Él, y al que a ti te escuche le escuche a Él (Lc 10,16)?. 


Nos puede pasar como a aquel chico, que todo feliz después de haberse encontrado con Jesús, llamó a su casa para darles la noticia, y lo primero que dijo a su madre: ¡Ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí!”; ella asustada de las tonterías que decía su hijo, le dijo: Hijo, ¿qué te ha pasado?. 


¡Qué importante es para la gente de nuestro tiempo el que haya personas que sean lectura clara de la vida de Jesús y su Evangelio!, como le sucedió a una misionera en África, que después de un tiempo de estar ahí, pudo conseguir unas Biblias para la gente que venía a sus grupos de evangelización; sin embargo, una señora muy humilde le dijo: “madre, yo no se leer; pero en lo que he visto en vosotras las misioneras es lo mismo que me leyeron de los libritos que nos disteis el otro día”. La gente entenderá quién es Jesús a través de vosotros.


El que ha conocido a Jesús se convierte en portador de una gran Buena Noticia para el mundo; noticia que es imposible de contener, como el fuego, porque es una experiencia difusiva de sí. El año pasado en Australia hubo un incendio forestal de muchos kilómetros; eso fue un desastre ecológico tremendo, porque cuando el fuego prende tiende a expandirse, más aún si hay combustible y viento. 

Hay muchos corazones que esperan que les llegue la experiencia de Jesús, como le pasó a José Maldonado, un chico de la Universidad de medicina, que al descubrir a Dios, no había quien le reprimiera su deseo porque los amigos y familiares pudiesen vivir la misma alegría que sentía.


Este apremio por comunicar a Cristo (1Cor 4,15) es cuestión de gratitud, de  amor a Jesús y de amor a los que más queremos. ¿A caso no quieres lo bueno para ti también para los tuyos? Yo creo que sí, cuando hemos ido a algún lugar que nos ha encantado nos gustaría que otros lo conozcan. Una vez fuimos a ver el “Belén de Beus”, que es muy famoso en Andalucía; cuando estábamos ahí, pensé que otros misioneros les gustaría verlo. Esto es nada ante la experiencia de encuentro con Jesús (Por ej. Jn 1,41 de Andrés con Pedro).


El que entremos en este dinamismo propio que tiene el Evangelio de ser una Noticia para transmitirse es de una vital importancia para nosotros mismos; ya que si queremos que nuestro gozo aumente, lo único que hemos de hacer es propagarlo (1Jn 1,1-4). Jesús en el Evangelio tiene algunos consejos vitales: “Permaneced en mí” (Jn 15,8); “Amaos como yo os he amado” (Jn 13,34); “Sed perfectos como vuestro Padre del cielo” (Mt 5,48); sin embargo, hay uno que nos hace referencia a lo que estamos viviendo: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16,15). Se trata de un mandato de amor: “Si me ha manifestado a ti es para que seas mi testigo por todo el mundo.” (Act 1,8; Lc 8,16) De entre tantos Jesús nos ha elegido (Jn 15,16; Jn 14,22) para que muchos le conozcan por medio nuestro. Una de las principales causas por las que muchos cristianos han perdido y siguen perdiendo la fe, es por no comunicarla, ya que -como dice J. Pablo II- ¡La fe se fortalece dándola! (R.M 2); por eso, ahora que tienes fresca la experiencia de Jesús grítala, por tu bien y el de muchos.


A nuestro mundo sin fe y huérfano la faltan buenas noticias, le falta EVANGELIZACIÓN. Casi 2000 años después de haberse dado el Evangelio nuestro mundo sabe muy poco a: gozo, fraternidad, libertad, perdón, misericordia, amor, sencillez, solidaridad, etc. (Cf RM1). Ante nosotros se presenta un verdadero reto de hacer que la experiencia de Jesús incida en la vida de los hombres (E.N. 18); sabiendo que por sí mismo lo que anunciamos tiene fuerza (Rom 1,16).


Ante un mundo sin Dios, sin los valores de Jesús tan evidentes, ¡Ay de nosotros si no predicamos! para satisfacer tantos corazones hambrientos. (Act 3,1-10) Como recuerdo una ocasión, que fui a llevar una convivencia en una ciudad, y el matrimonio que me acogió, me pidieron que les hablara de Dios. Estuvimos hasta las “tantas” de la noche. 


O aquel chico que tenía SIDA y me decía: ¡Por favor, háblame de Jesús!. Cuando los hombres no tienen amor, sus ciudades se convierten en “selvas asfaltadas”, como decía un autor; sin embargo, como van a descubrir el amor de Dios si no tienen fe, y cómo creerán si no hay quien les predique (Rom 10,17). Llegamos a tiempo, puesto que “eso” que los hombres buscan, sin saber y con tanto esfuerzo, está en nuestras manos y a nuestro alcance el podérselo proporcionar. Nuestra misión  es la de ser “Hombres topo” que sacan a las personas de los escombros, como le pasó a un misionero sacar a gente de entre vigas y ladrillos después de unas explosiones en Guadalajara. Jesús nos llama a sacar a nuestros amigos y personas que más queremos de los escombros del egoísmo, de la soledad, de la violencia, del pasotismo, de la depre, de la tristeza y sin sentido , de la evasión, etc. Lancémonos sin miedo de proponer a Cristo (Cf. J. Pablo II, discurso a los jóvenes en Santiago), ya que es el acto de amor más verdadero que podemos tener con cualquier persona (Cf. frase de J. Pablo II). Ojalá, no nos pase lo del paracaidista frustrado (Chiste).


A los grandes males de nuestro mundo Dios les pone la solución y el remedio. a muchos de nosotros nos preocupa la situación de nuestro mundo y querer darle una solución, dice la canción de Loquillo “Voy de negro” pues me identifico con lo que expresa:


- Voy de negro y te preguntas el por qué,

  por qué no visto otros colores,

  se muy bien que mi apariencia,

  puede resultar sombría y gris,

  tengo razones para vestir así.


- Llevo el negro por los pobres... por el preso injustamente... (Sigue cantando otras realidades)


- Quiero enseñarte un arco iris al cantar, 

  pero en mi espalda cae la oscuridad, 

  y hasta que la luz no brille de verdad

  voy de negro y de negro me verás.


Aquel que evangeliza lleva a sus espaldas la realidad sombría que viven  los hombres.


El gran remedio que Dios le ha dado a este mundo es Jesús, su vida, sus palabras, su misión. ¡Mira tú, que sencillo y que profundo!. Jesús en su persona nos acerca el amor de Dios para nuestro gozo y alegría (Jn 15,11; 17,28). Jesús vio a muchos hombres de su tiempo necesitados de Buenas Noticias: había muchos días grises entre los suyos; soledades demasiado grandes para ser soportadas por hombres normales; la amargura habitual; las alegrías cortas y poco alegres; esperando ansiosamente la Buena Noticia del Reino de Dios, que está dentro de cada uno. Jesús se da cuenta que posee un amor en su vida, que le lleva a contar noticias simples y buenas, que en ningún periódico dicen nunca. Quería quemar el mundo con ese fuego, que es vida en abundancia. Reconocía que había demasiada infelicidad, demasiados ciegos, demasiados pobres, demasiada gente que pensaba que el mundo es la blasfemia de Dios. No se puede creer en Dios en un mundo donde los hombre mueren y no son felices. El se pone del lado de los que dan la vida para que esto no siga sucediendo, para que el mundo empezara a ser como Dios lo pensó.

(Carta de Jesús a María, de Cortés)


Toda la vida de Jesús fue para evangelizar, para que nos enteráramos de lo grande que es el Amor de Dios para con los hombres. El hecho de haber conocido a Jesús te coloca en su misma misión: “Como el Padre me envió, yo os envío” (Jn 20,21); “Vosotros seréis mis testigos” (Act 1,8). Ahora somos la solución que Dios le da a este mundo. Mucha gente te preguntará: ¿Tú crees que con evangelizar solucionas tantos problemas en el mundo?. Pues sí, pero si evangelizamos en verdad; ya que no es otro el sentido de los cristianos y de la Iglesia sino que existen únicamente  para presentar a Cristo (E.N.14). “Jesús es la respuesta a los interrogantes más profundos del hombre. Por eso, se habla del derecho que tiene todo hombre de conocer a Jesús y, en consecuencia nuestra responsabilidad de darlo a conocer” (Mons. Capmany  ).


Es ahora, para nosotros, que comienza nuestra tarea de darle a la gente aquella alegría que nada ni nadie se las pueda quitar (Jn 16,22); ¿A caso no ves un mundo tan semejante al de Jesús en su tiempo? Fíjate en la rutina que viven muchos de tus compañeros de clase; mira las caras de infelicidad de la gente en el metro; ve la soledad y la marginación que viven muchos (amigos, abuelos, extranjeros...); siente la amargura por el vacío, que tantos tratan de ahogar con alcohol y música los fines de semana en la discoteca, tratando de mantener viva la alegría un poco. 

Ellos también, como tú, esperan ansiosamente una Buena Noticia; sin embargo, hay muchos que ya no esperan nada de la vida. ¿No serías capaz de alentar en ellos la chispa que aún humea en su interior?.


Me escribió estos días pasados un chico de Colombia que me decía:


“Parcero, el gesto de su cercanía como amigo nunca se me olvidará, porque usted me acompañó al médico recién diagnosticado con SIDA; ese día no dejó que me acompañara el miedo que sentía... Gracias por ser misionero y por haberse encontrado con mi muerte, gracias por contagiarme ese amor tan grande y vital de Jesús”.

 

Nunca sabemos como están las personas que Jesús pone en nuestro camino (Hch 8,26ss), pero basta con una palabra nuestra que vaya llena de Dios para que las personas empiecen una vida nueva. Por esto, que como testigos de Jesús, nuestras palabras se conviertan en las suyas (Lc 10,16) y la gente nos verán a nosotros, pero no a él (Jn 12,21).


Vamos ahora a nuestros distintos ambientes, por eso, conviene tener bien claro que entre los míos tengo una gran misión y muy concreta. ¿Qué misión?, ¿Simplemente hablar de Jesús?, ¿A quiénes y hasta dónde hay que evangelizar?, ¿Qué pretende Jesús cuando ahora nos envía a todos nosotros?


En el Evangelio aparece muy clara cuál es la intencionalidad de Jesús con los que le conocemos un poco, diciendo: “Id y haced discípulos a todas las gentes, dándoles la Vida de Dios” (Mt 28,19-20). No nos envía simplemente a hablar de él, eso lo hace cualquiera (oradores del Evangelio en París y que ganan dinero por decirlos de memoria). Jesús nos envía a que le hagamos discípulos suyos; nos envía a que le formemos gente que quiera vivir sus valores y consejos. 


¿Y cómo lograr esto?, porque no nos vaya a suceder que al llegar con la gente que conocemos nos pase lo del payaso del circo. Que un día esperando muy nervioso y fumando fuera del circo, para empezar la función. Se dio cuenta que el pueblo ardía en llamas y rápidamente entró al escenario -vestido de payaso- a gritarles a los del pueblo que habían venido al circo, que el pueblo se quemaba. Para su sorpresa, que cuanto más lo decía más se reían de él, y hasta decían: ¡Qué bien lo hace!, pero nadie se movió a apagar el fuego; cuando lo quisieron hacer, el pueblo se había quemado bastante. Lo mismo nos puede pasar a nosotros, que una cosa es “hacer reír y otra, dar risa”. 


¿Qué pretendo yo al acercarme a las personas?, para uno que ha conocido a Jesús pretende que le conozcan; no sólo pretender decirles algo de Dios, sino pretender que lleguen a conocer a Jesús y le sigan. Muchos lo logran y otros no, depende como vaya; si voy como el payaso, lo único que haré es que se rían de mí. Hay muchos que se ríen de los cristianos porque lo que decimos ni nosotros lo vivimos, como decía Nietzsche: “Vuestros rostros me hacen entender que vuestra Biblia es agobio y amargura”; o como decía Pablo VI: “¿Creéis lo que anunciáis?, ¿Vivís lo que creéis?, ¿Predicáis verdaderamente lo que vivís?” (E.N.76) -esto lo decía a los evangelizadores ante el reto del mundo contemporáneo-.


Evangelizar no es otra cosa que formar discípulos de Jesús” a todos los más que pueda, como dice San Pablo: “Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos” (1Cor 9,22). Formar discípulos es suscitar personas que sean fermento de la vida de Jesús en medio de la masa (Lc 13,21); es crear grupos de gente que se ayudan con una calidad de amor muy superior; es despertar personas que presentan un estilo de vida que grita y no que gritan unas verdades simplemente.

Recuerdo cómo iniciamos una experiencia así parecida con un grupo de chicos en un país; nos reuníamos para orar juntos, para formarnos, para contagiarnos el deseo de vivir lo que Jesús nos decía, para irnos a institutos, universidades, casas y barrios a llevar a Jesús, etc. Nos sentíamos fermento entre la gente.


Evangelizar formando grupos o fraternidades de discípulos es estar convencido de que por este camino es cuando empezamos a “reconstruir al hombre” desde sus fundamentos más profundos; ya que se trata de formar hombres y mujeres según las exigencias de las Bienaventuranzas de Jesús (Mt 5,3-12), es decir, gente nueva y feliz. Predicar a Jesús a través de estas fraternidades es estar convencido que “sólo habrá Humanidad nueva si hay hombres nuevos”, como dice Pablo VI en la E.N.18. El Evangelio lo tienen que ver en nosotros lo más claro posible y lo tienen que entender a través de la predicación de personas transformadas por el mensaje de Jesús, como le sucedió a San Antonio Abad: Que cierto día, teniendo aún 21 años y habiendo muerto sus padres, escuchó de la Palabra de Dios: “Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres -así tendrás un tesoro en el cielo- y luego vente conmigo”. Esto le llegó hasta el fondo porque teniendo muchos bienes se decía a sí mismo: ¿cómo fueron capaces tantos hombres de dejarlo todo por seguir a Jesús?. Las palabras que oyó le dieron la respuesta. Entonces vendió las 300 parcelas que había heredado, para vivir sin casi nada; muchos le llegaron a llamar el amigo de Dios. Hemos de creer en el poder que tiene nuestras palabras pronunciando las de Jesús, con nuestra vida muy unida a esas palabras, para transformar el corazón más de piedra que pueda existir (Heb 4,12).


Evangelizar consiste en orientar el corazón de los hombres hacia Dios, pero, ¿Cómo lo van a orientar si no le conocen? y, ¿cómo le conocerán si no les predicamos? (Rom 10,17).


¿Dónde vamos a realizar todo este proyecto? ¿Cuál es el campo al que Jesús nos envía?. Jesús nos dice que él nos pone en medio del mundo como luz (Mt 5,14); pero no para uno o dos solamente, sino para el mundo, porque “Jesús es un derecho de todos” (Mons. Capmany). Por lo mismo, estemos siempre preparados y dispuestos a dar razón de nuestra esperanza al que nos lo pida (1Pe 3,15); como me pasó en una ocasión que fui a Almería a una semana del Domun, donde nos tocó a otras misioneras y a mí hablar de Jesús en muchos lugares: grupos cristianos, parroquias, TV, radio, periódico, institutos, universidades, etc. ¡Siempre a punto y a tiempo y destiempo! (2Tim 4,2)


Para esta tarea tan grande, no vamos solos, Él viene con nosotros (Mt 28,20). Por eso, sin miedo confiados en su fuerza nos lanzamos. Suerte y que otros participen de nuestro gozo y Jesús tenga más amigos y mejores que nosotros.


Finaliza con el canto: ¡CRISTO VIVE, ANÚNCIALO!

TEMARIO DE MEDELLÍN JAIME BONET








TEMARIO DE MEDELLÍN


Jaime Bonet Bonet


EJERCICIOS ESPIRITUALES 

DE MEDELLÍN, 




13 diciembre 1988

Tabla de contenido

I. VIDA Y AMOR 3

II. TU VIDA PROCEDE DEL AMOR. 6

III. TU VIDA ES AMOR 9

TU VIDA MORADA DEL AMOR 15

IV. (Inhabitación de la Trinidad en nosotros) 15

V. TU VIDA ES PARA EL AMOR 22

VI. CONOCER AL AMOR 28

VII. TU VIDA ES PARA AMAR 35

VIII. AMAR ES UN SÍ AL AMOR. 41

IX. UN SI AL AMOR - AL PADRE, ES UN SÍ A SER JESUS 46

X. EL REINO DE AMOR 52

XI. LA FRAGUA DEL AMOR 58

XII. INCONSCIENCIA DE LA VIDA-AMOR (En cada uno de nosotros) 63

XIII. CUSTODIA DEL AMOR 73

XIV. UN NO AL AMOR (Pecado) 76

XV. ESENCIA DEL PECADO. 81

XVI. EL AMOR MISERICORDIOSO 84

XVII. UN LLAMAMIENTO AL ALMOR, AL REINO. 88

EL CAMINO DEL REINO, DEL AMOR 92

XVIII. (Jesús en su Encarnación-vida y muerte. No sólo en el hecho, sino en la forma). 92

XIX. UN PUEBLO CUYA LEY ES EL AMOR. 96

XX. PRIMER GRADO DE AMOR AL PRÓJIMO: AMAR AL PRÓJIMO COMO A TI MISMO 100

XXI. SEGUNDO GRADO DE AMOR AL PRÓJIMO: AMAR AL PRÓJIMO COMO A JESÚS. 104

XXII. TERCER GRADO DE AMOR AL PRÓJIMO: AMAR AL PRÓJIMO COMO JESUS AMA 109

XXIII. LA MAYOR PRUEBA DE AMOR 114

XXIV. LA CARNE DE DIOS, HECHA PAN DE AMOR 119

XXV. CUARTO GRADO DE AMOR AL PRÓJIMO. AMAR AL PRÓJIMO COMO SE AMAN LAS TRES PERSONAS DE LA TRINIDAD. 124

XXVI. QUINTO GRADO DE AMOR AL PRÓJIMO: AMAR AL PRÓJIMO CON EL AMOR MATERNO DE DIOS 128


  1. VIDA Y AMOR

Vida y Amor: las dos palabras de mayor contenido.

Las dos palabras de mayor contenido de todos los diccionarios e idiomas, VIDA Y AMOR son los dos términos más aptos y adecuados para Dios, el Ser por excelencia, el que es. Como se identificó Él mismo a Moisés: “Yo soy el que soy” (Ex 3, 14). “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6).

Vida y amor, identidad Fontal de Dios.

Y este Dios, que es el que es, el único Dios verdadero “es el único verdaderamente conocido por lo que es: Vida y Amor” (Nota BJ 1Jn 5, 20).

Vida y amor: valores supremos del hombre.

El hombre, el mejor retrato de Dios, creado a su imagen y semejanza (cf.  Gn 1, 26) tiene como valores supremos su vida y su amor. Más aún, su vida se reducirá y resumirá en lo que sea su amor.

LA VIDA.

La vida, el mayor bien.

Nadie duda: “He venido para que tengan vida abundante” (Jn 10, 10). Que el mayor bien que posee el hombre es la vida. Para todo debe contar con la vida. Por lo que lógicamente, en cualquier proyecto de futuro dirá: “si Dios quiere”, “si Dios me da licencia”, “Dios mediante”…

Dios autor y dueño de mi vida.

El mismo autor y creador de la vida advierte así al hombre: “¿De qué le sirve al hombre haber ganado todo el mundo, si arruina su vida?” (Lc 9, 25; cf.  Mt 16, 26).

¿Qué rendimiento das a tu vida?

¿Qué rendimiento das a tu vida?, ¿cómo la administras?, ¿qué rendimiento le sacas a tu vida?

Realmente fue el primer estudio atento a que me sometí al descubrir que Dios existía y que Él era el único autor de mi vida y que Él mismo me indicaba las normas, condiciones y el medio de vida mejor para sacarle el máximo rendimiento. Puesto que Él mismo me dice: “Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará” (Lc 9, 24).

Mi vida tiene alto precio: la sangre de Cristo.

Ciertamente asombra el precio con que mi Creador y Redentor cotiza y estima mi vida: “Habéis sido comprados, no con algo caduco, no con plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha, sin mancilla. Cristo” (1Pe 1, 18). Y Pablo dice: “Habéis sido bien comprados”, y más adelante: “No os hagáis esclavos de los hombres” (1Co 6, 20; 7, 23).

Sólo tengo una vida muy breve, muy frágil. ¿Cómo la puedo invertir?

No me resultará ciertamente difícil invertir mi vida, no con lo que a mí se me antoje, sino con lo que y en lo que Él me mande y aconseje. ¿En qué me invierto y a qué aplico mi vida? ¿Qué rendimiento saco de los días que van pasando? Porque sólo puedo disponer de una vida. Y ésta es brevísima. Sólo yo puedo darle un enfoque u otro, una aplicación u otra.

Puedo invertir mi vida a cambio de dinero, como Onassis y toda su familia; a cambio de fama y honores del mundo y olvidarme de vivir (Julio Iglesias).

Jesús me indica cómo cuidar este tesoro.

Jesús, que por mí ha dado la vida, me indica dónde poner el corazón, qué tesoro tengo qué buscar: “No amontonéis tesoros en este mundo donde la polilla, los gusanos, los ladrones los pueden robar y perder […] haceos tesoros que no se puedan corromper” (Mt 6, 19-20). “Yo soy el pan de vida” (Jn 6, 35). “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11, 25).

¿Cómo invertir mi vida?

Debo, pues, meditar profundamente sobre mi vida que de mí depende totalmente. Dios me la da en usufructo para un tiempo brevísimo. “El que te creó sin ti, no te salvará ni te santificará sin ti” (San Agustín). Él te lo dará todo y se pondrá Él mismo a tu disposición y te dará cantidad de medios divinos y humanos para que tú te estimes, valores y aproveches al máximo tu vida, en todo su potencial y radio de acción que puedas abarcar. Mirar bien en qué bienes depositas tales valores. No quise invertir mi única vida en lo que me aconsejaba el mundo ni la carne ni la sangre, sino según el que más me ama y que mejor me valora, no de palabra, sino con su carne y su sangre.

Máximo rendimiento: aplicar mi vida a valores que no mueren.

Prefiero, como Pablo y toda una cadena de santos hasta hoy y hasta el fin de los tiempos, aplicar mi vida a lo que no muere y unirme al que me invita a formar sociedad con Él: “La vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios (de acuerdo a lo que Él me aconseja), que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Ga 2, 20). “Yo soy donante de vida, ¿y tú?” (Publicidad en España). “Recuerde el alma dormida…” (LH Miércoles de Ceniza). “Pues para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia” (Flp 1, 21). “Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero…” (Sta. Teresa de Jesús). “Mejor es un día en tus atrios que otros mil en mi casa” (Sal 84, 10).

EL AMOR

Amor. Única garantía de vida.

La vida sin amor es como un cadáver. Un hogar sin amor es como un purgatorio; un matrimonio sin amor, un infierno; un pueblo sin amor, un campo de batalla.

Donde hay amor hay vida.

Sin amor el corazón se desintegra y la persona se degenera, los pueblos se vuelven salvajes, peor que fieras. “La vida que no florece, es estéril y escondida y no fecunda ni crece. Es vida que no merece el santo nombre de vida”. “Os he elegido para que vayáis y deis fruto y un fruto que permanezca” (Jn 15, 16). “La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto y así seréis mis discípulos” (Jn 15, 8).

Juventud, explosión de vida y amor.

“Para inmortales destinos la juventud, brava edad, que todo obstáculo allana; pero edad como está en flor, en un minuto de error malogra la vida humana”.

Por la fe puedo vivir en plenitud.

Sólo se contabilizará el amor como fuente permanente. Vivir la vida, realizarme plenamente, hallar el pleno sentido a la vida, es un ideal que alcanza el que quiere, es dado a todo el que ha recibido la fe. Dios no hace acepción de personas ni discriminación alguna.

Todo hombre puede amar.

Todo el Amor es vida y todos pueden amar. Para el amor no hay obstáculo ni impedimento alguno. Luego, nadie puede impedirme vivir en plenitud, sacar el máximo rendimiento a la vida.

Amor, primer fruto del Espíritu.

Amor es el primer fruto de la vida espiritual y del cual, dependen, derivan y emanan los demás frutos. Los frutos del Espíritu Santo, Señor y Dador de vida. 

El amor sólo pide amor, no sacrificios. El amor pide ser conocido.

De ahí que el Amor infinito de Dios o que nuestro Dios, amor infinito, no nos pide otra cosa más que el amor: “Amor quiero y no sacrificio; conocimiento de Dios más que holocaustos” (Os 6, 6).

Dios busca mi felicidad. Su amor me constituye, me envuelve. Mi respuesta de amor refleja mi talla personal, mi felicidad.

Porque Dios, por ser esencialmente Amor, ausente de todo egoísmo, sólo busca nuestro mayor bien, nuestra suprema felicidad. Y la felicidad está en proporción del amor de que disponemos y del que nos sentimos envueltos y poseídos. El amor, pues, señala y determina la dimensión real del hombre. No son las grandes realizaciones y empresas mayores lo que constituye al hombre, sino el grande amor con que realiza sus obras aún las más insignificantes a los ojos de los hombres.

  1. TU VIDA PROCEDE DEL AMOR.

¿Por qué el hombre es tan sensible al amor?

¿Por qué la persona de todos los tiempos es tan sensible y tan codiciosa del amor?

El amor: mi linaje, mi raza, mi hogar, mi cantera.

Porque el amor es el linaje del hombre, su raza, su ascendencia, su sangre, su paternidad, su hogar. “Reparad en la peña de donde fuisteis tallados y en el pozo de donde fuisteis excavados” (Is 51, 1).

“El semejante busca a su semejante”. El absurdo e ingratitud de no aceptaciones, pesimismos y derrotismos, complejos de raza, pueblo, familia, apellido, cultura, etc., sólo por ignorancia pueden justificarse.

Mi único y verdadero padre es Dios. Todos somos hermanos.

Porque nuestro único y verdadero padre es Dios: “No llaméis a nadie padre vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo […] y vosotros todos sois hermanos” (Mt 23, 89). “Toda dádiva buena desciende del Padre” (St 1, 16).

Los padres son instrumentos.

Los papás son sólo instrumentos conscientes, libres, pero instrumentos, como la pluma, el pincel, en manos del autor y artista.

El verdadero Dios es Padre, es Amor, Manantial y fuente de todo amor auténtico.

Ahora bien, lo que más ha impedido al hombre acercarse a Dios ha sido el falso concepto e ignorancia acerca de la identidad del verdadero Dios. Lo primero que afirmamos de Dios es que es Padre: “Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso”. Pero lo más fascinante es saber, descubrir y experimentar que este Padre, nuestro Papá Dios todopoderoso, omnipotente, es esencialmente AMOR, manantial y fuente de todos los auténticos amores del cielo y de la tierra.

Papá Dios es todo amor, sólo amor, amor de calidad suprema.

No es fácil abarcar con nuestra mente enfermiza, frustrada, desengañada ni calibrar ahora este verdadero concepto de nuestro Papá Dios que es todo Amor, sólo Amor, siempre Amor y Amor infinito.

He ahí la definición, la identidad de nuestro Padre Dios que nos revela su misma Palabra en la Sagrada Escritura: En 1Jn 4, 8. 16. “Dios es Amor”. “El amor es de Dios” (1Jn 4, 7).

Antes de todo, Papá Dios preparó nuestra existencia con dones y regalos.

Este Papá Dios, de saber, poder y amor infinitos, que al alcance de su amor tiene su saber y poder, nos amó y preparó nuestra existencia con antelación eterna, reservando para cada uno los dones y gracias que su amor infinito le dictaba, dándonos lo mejor y ofreciéndose y entregándose a sí mismo. Así trató de orientar y encauzar lo más acertadamente posible, nuestra condición de libertad, con que quiso crearnos para nuestra suprema felicidad contando con nuestra colaboración y participación.

Dándose a sí mismo.

Nos ama, pues, no de palabra ni de boca, sino que nos ama con obras y con verdad. No sólo dándonos los mejores regalos y dones divino-humanos, sino dándose a sí mismo. “Nos eligió en Cristo antes de la creación del mundo para que fuéramos santos e inmaculados en su presencia en el amor, eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, agraciándonos así en el Amado” (Ef 1, 4-6).

Con mimo y cuidado exquisito preparó mi cuna: toda la creación.

Es bello descubrir el mimo y cuidado exquisito con que nuestro Padre Dios preparó nuestra existencia, y quiso convivir de forma tan cercana y familiar con cada uno: Así en su sabiduría infinita, nos ideó a su imagen y semejanza antes que sus obras más antiguas… desde la eternidad, desde el principio, antes que la tierra: “Cuando no existían los abismos, los montes, las fuentes, los campos, yo estaba allí, como arquitecto; y era yo todos los días su delicia, jugando con los hijos de los hombres” (Pr 8, 22-31).

Nacemos multimillonarios de amor.

Isaías, caps. 44 y 49. Oseas 2, 16. 21-25; 11, 13. Tanto amor como me ha reservado y que ahora me entrega (como el abuelo Juan Marc a su nietecito Juan, recién nacido, a quien abrió una cuenta corriente de mil millones).

“Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único para que todo el que crea en él no perezca sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). Ahora soy yo, cada uno de nosotros, el destinatario de su infinito amor. Me entrega cada día a su Hijo. Me ama y se entrega (cf.  Ga 2, 20).

El amor de Dios en nuestro corazón.

Y me entrega, mi papá Dios, juntamente con el Hijo, todo su amor, el Espíritu Santo, Señor y Dador de Vida. “Porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5, 5).

El Espíritu nos hace exclamar: ¡Abba!

“La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros” (Rm 5, 8). “Y el Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra flaqueza, pues nosotros no sabemos pedir como conviene. El Espíritu Santo intercede por nosotros con gemidos inefables. Y él mismo nos hace exclamar: ¡Abba, Padre!” (Rm 8, 26; 8, 15).

“Ante esto, ¿qué diremos?, si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús?” (Rm 8, 31. 39).

El hombre existe por amor. Sólo se realiza llegando a reconocer este amor y entregándose a Él.

Por eso: “El hombre desde su nacimiento está llamado al diálogo con Dios; existe pura y simplemente por el amor de Dios que lo creó y por el amor de Dios que lo conserva, y sólo puede decir que llega a la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente este amor y se confía por entero a su Creador” (GS19).

  1. TU VIDA ES AMOR

El hombre formal es muy sensible a la vida y al amor.

La felicidad y la valía están en el SER.

Lo que el hombre más aprecia, valora y estima es la Vida y el Amor. En todo tiempo y lugar el hombre normal conserva una sensibilidad extrema y fascinación por el Amor. El Amor puede más que nada en el hombre y le hace superar deportivamente los mayores sacrificios, obstáculos y dificultades. Donde dirige y centra el corazón, donde descubre su tesoro, ahí se lanza con todas sus fuerzas y saca fuerzas de lo débil y hace de las tripas corazón.

¿Por qué?

¿Por qué tal sensibilidad y apego al amor? Porque como decimos. Amor es la estirpe, el origen y raza del hombre. Es piedra, es joya y es agua de la cantera, mina y fuente del Amor.

La identidad de mi Padre Dios es Amor.

El hombre viene de Dios. Dios cuya identidad, esencia y naturaleza es Amor, es el verdadero autor y Padre único del ser del hombre.

Mi identidad genuina es Amor.

Es decir, el hombre, cada uno de nosotros somos esencialmente, originariamente, amor; nuestra genuina identidad es amor.

Interesa conocer nuestro ser profundo.

Es interesantísimo conocernos, no superficialmente, exteriormente, sino conocer la entraña de nuestro ser, nuestra verdadera esencia y naturaleza, el núcleo vital que nos constituye, la realidad existencial de nuestro ser y existir. Conocimiento profundo y real de nosotros mismos para que de nosotros estimemos, valoremos y apreciemos lo sustancial, lo que es vida, y no lo que es muerte. 

El núcleo vital del mensaje de Jesús: la vida eterna por encima de la vida corporal.

Y así entendamos el sentido y dinámica del Evangelio, la gran Buena Nueva del Reino, el núcleo vital de la Religión cristiana, la gran fuerza, razón y significado del mensaje de Jesús: "No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma" (Mt 10, 28). "El que ama su vida, la pierde, el que odia su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna” (Jn 12, 25). "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues, ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?" (Mc 8, 34-36; || Mt 16, 24-26). 

La vida eterna es la vida de Dios. Amor de Dios.

Al que acumulaba bienes de este mundo: "¡Necio! esta misma noche te reclamarán el alma, las cosas que preparaste ¿para quién serán? Así es el que atesora riquezas para sí y no se enriquece en orden a Dios" (Lc 12, 20-21). "Y si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela. Más vale entrar manco en la Vida, (con mayúscula), que, con las dos manos perderte eternamente. Y si tu pie […] si tu ojo […]" (Mc 9, 43-50).

La vida eterna: razón primera y suprema de nuestra fe.

Porque, como dice Pablo: "Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más desgraciados de todos los hombres!" (1Co 15, 19).

Sin vida eterna, sin resurrección, nuestra fe en Cristo es inútil.

He aquí, pues, la razón primera, principal y suprema de nuestra fe, de nuestra religión y de la vocación en el seguimiento de Jesús. No es ciertamente por inclinación, afición, altruismo, ni por interés y ganancia alguna de este mundo sino por la Vida eterna, por la Vida inmortal. Porque sin la Vida inmortal, sin la resurrección que deriva de la Resurrección de Cristo, si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe. Pero no, "Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron" (cf.  1Co 15, 17-20).

La fe me da vida eterna.

No se trata, pues, de que me agrade o no me agrade, me guste o no, seguir a Jesús. No. Se trata de vida o de muerte, de vivir o no vivir. Porque la fe, lo que me da es la Vida eterna, la vida inmortal. 

La fe deformada me arruina la vida.

Y el no tener fe me lo hace perder todo, y una fe mediocre, deformada, abandonada, me arruina la vida. De ahí la razón de nuestro esfuerzo en propagar la Fe: "Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea, se salvará, el que no crea se condenará" (Mc 16, 15-16). "Porque, sin fe es imposible agradar a Dios" (Hb 11, 6). 

La prueba máxima del amor de Dios: me regala vida eterna.

Pues ésta es la razón de la venida de Jesús al mundo y de toda la Religión e Iglesia. Y esta es la mayor prueba del Amor de Dios al hombre: "Porque tanto amó Dios al mundo que dio su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16).

¿Qué me da Dios?, ¿la religión?

Y este es el Gran DON de Dios al hombre, esta es la Gran Buena Nueva que vale la pena anunciar a todos. Cuando el ateo pregunta, como reto y desafío a la Religión: ¿Qué me da a mí la Religión, la misa, Dios, la Iglesia? Te da lo que más apeteces, lo que más estimas, lo que a tientas buscas desenfrenadamente, y nada ni nadie te puede dar: La Vida-Amor, la Vida y el Amor. 

El gran regalo de Dios: la vida eterna en Cristo.

La Vida misma de Dios que es Amor, la autodonación de Dios al hombre: Así nos lo enseña claramente la Palabra de Dios por medio de Pablo: "Al presente, libres del pecado y esclavos de Dios, FRUCTIFICAIS, para la santidad; y el fin, la vida eterna. Pues el salario del pecado es la muerte; pero el DON GRATUITO DE DIOS, LA VIDA ETERNA EN CRISTO SEÑOR NUESTRO" (Rm 6, 22-23).

¿Qué es la vida eterna?

Pero, ¿en qué consiste la vida eterna? Tan interesante como descubrir la gran Buena Nueva, de recibir, por la fe, la Buena Nueva del reino inmortal, de la Vida eterna es saber en qué consiste, ¿qué es la vida eterna? ¿Cuál es su identidad, su esencia y naturaleza? De lo contrario, si uno ignora la realidad y núcleo vital de la Vida eterna, imposible que la cuide, la desarrolle y disfrute, la propague, la comparta y multiplique, la goce y conviva fraternalmente para felicidad plena y suprema, personal y comunitariamente.

La vida eterna es amor de calidad divina.

La Vida eterna, el DON de Dios al hombre por antonomasia, es llamada también Vida de gracia, Vida divina, Vida sobrenatural, Gracia habitual; autodonación de Dios al hombre es AMOR. 

Vida eterna: participación de la naturaleza divina.

Es, pues, participación de la misma Vida de Dios, Uno y Trino, que es AMOR puro, infinito, eterno, inmortal. Así nos lo revela Dios por San Pedro: "A vosotros, gracia y paz abundantes por el conocimiento de nuestro Señor. Pues su divino poder nos ha concedido cuanto se refiere a la vida y a la piedad, mediante el conocimiento perfecto del que nos ha llamado por su propia gloria y virtud, por medio de las cuales nos han sido concedidas las preciosas y sublimes promesas, para que por ellas os hicierais partícipes de la naturaleza divina" (2Pe 1, 3-4).

Nuestra identidad vital es amor

Lo mismo nos revela Dios por San Juan: "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos HIJOS SUYOS, pues LO SOMOS" (1Jn 3, 1). Somos pues de la misma esencia y naturaleza divina. Nuestra identidad vital, como la de Dios, es pues. Amor. Qué interesante y cuán necesario es saber que nuestra Vida es Amor, para poder vivir saludable y abundantemente, y poder revelar nuestra identidad cristiana. Revelar y propagar el verdadero Rostro de Dios y de nuestra Religión, propagar la Gran Buena Nueva del Reino de Dios de forma consciente y eficaz, con el distintivo y santo y seña única: el AMOR, el Amor mismo de Dios en Cristo. "En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13, 35).

Sólo el amor es vida.

Tanto es así, que la Vida es Amor y sólo el AMOR es VIDA, que, si no tengo Amor no tengo Vida. 

Si no amo, no vivo. 

Si no AMO, no VIVO. Así nos lo declara Dios por San Juan: "Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la Vida, porque amamos a los hermanos Quien no ama permanece en la muerte" (1Jn 3, 14).

El amor es mi ser. Me constituye. El amor es mi vida.

He ahí, en efecto, como el amor es el ser de la persona, tal como nos lo enseña Dios por San Pablo: "Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo AMOR, nada soy. Aunque repartiera todos mis bienes y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, nada me aprovecha" (1Co 13, 1-3).

La perfección del hombre: la perfección en el amor.

Por esto el Amor infinito de nuestro Padre pone en juego todo su saber y poder infinitos al servicio de nuestro ser: de la misma esencia y perfección del suyo, de su propio ser y perfección: "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5, 48). "Sed santos porque yo vuestro Dios soy santo" (Lev 11, 44-45; 19, 2).

Vida consagrada: vida de amor perfecto.

La única perfección, pues, digna del hombre, primera y principal es la perfección en el amor, que pedimos todos los días en el Sacrificio de la Misa: "Lleva a la Iglesia a la perfección en el amor". De ahí la razón de nuestra vida consagrada, en el estado llamado, con toda razón: Estado de Perfección. Estado de amor fraterno perfecto.

Vida eterna: comunicación vital con él.

De ahí también la afirmación de la doctrina revelada en Jn 17, 3: "Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y a tu enviado, Jesucristo". Se trata aquí de un conocimiento vivencial, generador de Vida, creador y recreador de Vida eterna. Comunicación de Vida del mismo Dios al hombre, a través de la unión vital como la unión de los sarmientos a la vid, como dice Jesús en Jn 15. 

La dignidad del hombre nace de la unión vital con Dios.

Por esto, esta unión vital con Dios es "la razón más alta de la dignidad humana" (GS19). Y por lo mismo, afirmamos que la comunidad cristiana, nuestra fraternidad universal "se basa en la unión de cada uno con Dios en Cristo" (Nota Biblia de Jerusalén a 1Jn 1, 3). Porque la Vida eterna en nosotros se nutre de este conocimiento vital —comunión—, unión vivencial con Cristo. Es la razón, pues, de por qué Dios nos insiste en múltiples formas, y reclamos: "Amor quiero y no sacrificio, conocimiento de Dios más que holocaustos” (Os 6, 6). Esto es: quiero que vivas, que seas tú, que seas Amor. 

La oración: unión con Jesús, generador de vida eterna.

Por esto la oración, unión con Jesús, es generador de Vida eterna, de Amor-Vida, que da Vida y da salvación a muchos.

Vida de gracia.

Esta Vida divina, vida eterna, vida inmortal, se llama también Vida de Gracia: porque es don gratuito, porque, quien la vive bien, es gracioso a los ojos de Dios, porque le da destreza y donaire, porque le hace de agradable y graciosa convivencia.

Vida sobrenatural: porque no destruye la naturaleza, sino que está por encima de ella.

Vida divina.

Vida divina: porque nos diviniza, nos hace dioses en participación, como el hierro, la chatarra en el fuego, que se torna fuego.

Gracia santificante: porque nos santifica, nos participa la santidad de Dios, nos hace santos.

Gracia habitual: Porque es permanente en nosotros, a diferencia de la gracia actual, que es una luz y causa fuerza para obrar el bien, pero pasajera.

La vida eterna nos hace hijos y hermanos.

Y es esta Gracia de la Vida eterna, Amor-Vida de Dios, que nos constituye en hijos de Dios, hermanos de todos los hombres, miembros de Cristo, templos del Espíritu Santo, de la Trinidad: herederos del cielo, coherederos de Cristo.

Los mártires, testigos de vida eterna.

Esta verdad de la Vida divina, inmortal, eterna, ha constituido en el cristianismo la primera Gracia, la fuerza y argumento irrebatible del gran mensaje, la Buena Nueva de Jesús: 

Ignacio, Javier, Francisco, Testigos De Vida Eterna.

Así Ignacio de Loyola la presentaba al inconformista e inquieto estudiante, Javier en la "Sorbona" de París: Has pensado: "¿De qué sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?" (Lc 9, 25). Fue su conversión, que le llevó, misionero impaciente, a las Indias. Francisco de Borja, ante el cadáver de la Reina Isabel: "No quiero servir más a señor que se me pueda morir".

"Pongo ante ti la vida y la muerte [...] si me haces caso vivirás. Escoge, pues, la vida para que vivas tú y tu descendencia" (Dt 30, 15).

  1. TU VIDA MORADA DEL AMOR (Inhabitación de la Trinidad en nosotros)

El amor pide convivencia con el Amado.

El amor verdadero pide convivir, formar comunidad con el Amado, quiere cercanía, vida familiar: “Mis delicias están con los hijos de los hombres” (Pr 8, 31).

“La sabiduría es un espíritu que ama al hombre” (Sb 1, 6). “Yahvé, tú me sondeas y me conoces […] y tienes puesta sobre mí tu mano” (Sal 139).

Dios desea convivir y compartir con sus hijos.

Este deseo de Dios, de convivir y compartir con sus hijos, los hombres, lo irá manifestando igualmente Jesús en repetidas ocasiones.

Jesús dice: Yo estoy en mi Padre. Vosotros en mí. Yo en vosotros.

Así cuando se va acercando su vuelta al Padre: “No se turbe vuestro corazón […] En la casa de mi Padre hay muchas moradas. Voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo, estéis también vosotros […] y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros para siempre […] morará con vosotros y con vosotros está […] No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros. Y sabréis que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Jn 14, 14, 16-20; cf.  Mt 28, 20). 

La Trinidad quiere habitar en mi corazón.

Así Jesús prepara las mentes y los corazones para esta Inhabitación de la Trinidad en sus discípulos, del Amor, Uno y Trino de Dios, en sus corazones. Los prepara y dispone para las maravillosas iniciativas del saber y poder infinitos, regidos e impulsados por el entrañable amor infinito de nuestro Padre Dios, que nos ama en grados infinitamente superiores a todas las criaturas juntas. 

El cuerpo del hombre: Morada de Dios Amor.

Y les revela y declara ya (sublime declaración de amor de Dios para con su criatura, el hombre, creado a su imagen y semejanza y de su misma naturaleza) sus ansias, disposición y decisión, ya, de cohabitar con el hombre y en el hombre, en la morada de su propio cuerpo. Será así el primer y principal templo y sagrario de Dios en la tierra. Contando, empero, siempre con el permiso y aceptación del mismo hombre, que, aquí, es el que dirige y tiene la última palabra: "el que me ame, será amado de mi Padre, y yo le amaré y me manifestaré a él […] SI ALGUIEN ME AMA, guardará mi palabra [...] el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho" (Jn 14, 21-26).

El hombre, gran sacramento de Dios.

Realmente el hombre está llamado, invitado, rogado por Dios a ser el gran sacramento de la Divinidad en la tierra. Es el que mejor puede contemplar y revelar el Rostro de Dios en la tierra. Pues, si quiere, le continúa, convive con él y es él. Ha establecido su morada entre los hombres, en el mismo hombre.

Jesús declara: Yo estoy con vosotros todos los días.

Maravillosa manifestación de Dios al hombre, que iba preparando desde antiguo, como se refleja en el Deuteronomio: "Y en efecto, ¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está Yahvé nuestro Dios siempre que le invocamos?" (Dt 4, 6-7). 

Jesús ora al Padre: que ellos también sean uno en nosotros.

Y este deseo e ilusión de Dios, de convivir y compartir con sus hijos los hombres, se hace como una idea fija en Jesús, que la va repitiendo a sus discípulos, a la medida de sus inteligencias. Así en su última despedida: "Id y haced discípulos a todas las gentes [...] Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20). 

Estos anhelos vivísimos de Jesús, de no separarse de sus discípulos, sino de estar con ellos y en ellos, en sus corazones; de hacer en ellos su primera y mejor Morada de Amor, hasta formar en sus corazones como un surtidor de Vida eterna que mane ríos de amor por la tierra, (cf.  Jn 4, 14; 7, 38) lo pide ardientemente Jesús al Padre en su profunda y sentida oración, al disponerse ya a salir visiblemente de este mundo: "Padre, que ellos también sean uno en nosotros [...] yo en ellos y tú en mí. Padre, quiero que donde yo esté estén también conmigo [...] Yo les he dado a conocer tu Nombre [...] para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos (Jn 17, 21-26).

Con Jesús Eucaristía, las Tres Personas llegan a mi corazón.

Este proyecto de Amor de Cristo, lo realizará Él hasta el colmo, de Inhabitación y convivencia íntima en el hombre, a través del Sacramento y Sacrificio del Amor por excelencia: la Santísima Eucaristía. Cada día podemos, así, presenciar su venida, la de las tres Personas, bajo las especies Eucarísticas, de pan y vino, con su entrada, personal y real, hasta el corazón de cada uno, para establecer, asegurar y manifestar su Morada habitual de Amor en nosotros mismos. 

Mi cuerpo, mi corazón: Templo de Dios.

Se ve claro que sus preferencias y anhelos de amor no se centran precisamente en el sagrario, ni en la custodia, ni en los templos, ni en las grandiosas catedrales, sino en el cuerpo mismo del hombre, en contacto directo con su corazón. 

Convite de amor. Manantial permanente.

Así el Amor infinito, Uno y Trino de Dios, se vuelca en nosotros mismos, todos los días, para convivir el mismo Amor Trinitario, hacer de Él nuestra Vida eterna— en convite permanente de Amor— manantial de Amor abundante para muchos; los que nosotros queramos y siempre que queramos: “Sé, pues, ferviente… Mira que estoy a la puerta y llamo, si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo [...] le concederé sentarse conmigo'' (Ap 3, 13-22).

La Trinidad en mí: casa de oración; vida de oración.

La Inhabitación de la Trinidad en nosotros mismos, estableciendo en nuestro cuerpo su más querida Morada, constituye la más fácil, asequible y cercana Vida de oración. Casa de oración constante, permanente, en nosotros.

Suprema compañía. Comunidad completa.

Para mí, es la vida más regalada, más hogareña, más familiar e íntima, a través de toda la jornada: Esté donde esté, ante el Sagrario, en casa o de viaje, jamás ya estoy solo, sino con la mejor y suprema compañía, con la Comunidad más completa y perfecta, que ella sola basta, colma y desborda la capacidad de Amor y que puede abastecer a muchos corazones. Casa de Oración, siempre abierta, para mí y para todos cuantos se acercan a mí.

La falta de fe y de acogida impide gozar este tesoro de amor.

Sólo una falta de fe y una terrible ingratitud, del que no acepta la entrada y convivencia de la Trinidad y con la Trinidad, porque no acepta ni guarda su palabra, como dice el mismo Jesús, priva a la persona de tanta riqueza de amor: "El que me ame, será amado de mi Padre: y yo le amaré y me manifestaré a él. Le dice Judas —no el Iscariote—, Señor ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo? Jesús le respondió: Si alguno me ama, guardará mi palabra y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras" (Jn 14, 20-24).

Vida consagrada: para convivir con la Trinidad.

Así muchas vidas llamadas a ser morada de Dios, a convivir con el Amor trinitario de Dios en su mismo cuerpo, reservando sólo para el Amor con mayúscula, en Pobreza, Castidad y Obediencia…

Con María y como ella, mi vida puede ser morada de Amor, generador de vidas eternas.

…al no aceptar, meditar, ponderar, con María y como Ella esta verdad de fe, pierden la mejor oportunidad de su Vida, llamada a ser sólo Morada de Amor, fecundo generador de vidas eternas numerosísimas. Al no ser así, vidas orantes, en comunión con la Trinidad presente, sus días discurren en solitario, en terrible soledad, en soltería estéril, llena de crisis, de mentira y fraude, con fatigas y trabajos totalmente inútiles, y que no agradan a Dios, quien sólo pide la convivencia de mi amor ferviente, como dice en Ap 2, 25; 3, 15-21.

Los verdaderos adoradores, en espíritu y en verdad.

Es evidente y cualquiera, que no esté en pecado, comprenderá que un Dios tan sensible y tan ferviente amante del hombre, como nuestro Dios, preferirá mil veces más el culto y veneración en nuestro cuerpo y de nuestro cuerpo, que el de las más suntuosas y ricas catedrales. Así lo daba a entender Jesús a la samaritana: "Créeme, mujer, que llega la hora en que ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre [...] Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y verdad" (Jn 4, 20-21). 

Decía, pues, Jesús: "Ha llegado a vosotros el Reino de Dios" (Mt 12, 23). "No estáis lejos del Reino de Dios" (Mt 12, 34).

"El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán, vedlo aquí o allá, porque el Reino de Dios ya está entre vosotros mismos" (Lc 17, 21). He ahí, pues, el gusto, interés y ansias de Jesús: "Buscad primero el Reino de Dios y su justicia y todas esas cosas se os darán por añadidura" (Mt 6, 2-3). 

No todos, dice Jesús, entienden a profundidad la fuerza, potencia y plenitud de este Reino no todos entienden este lenguaje de fe, sino solamente aquellos a quienes se les ha concedido. He ahí la fuerza, el por qué y la plenitud del celibato y virginidad. "Porque hay eunucos — prosigue Jesús— que nacieron así del seno materno y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos —y concluye Jesús— quien pueda entender que entienda" (Mt 19, 11-12).

Consagración: Celibato y virginidad en función del amor a la Trinidad.

La primera y principal razón de la virginidad o celibato está en el Amor total y exclusivo a la Santísima Trinidad, a su convivencia. No pretende otro fin e ideal la Consagración de todo nuestro ser —alma y cuerpo— a la Trinidad, en pobreza, castidad y obediencia: "A vos Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, me consagro, por manos de María" (CFMVD, Anexo: Fórmula de consagración para los miembros célibes). Consagración muy superior a la consagración de la mayor Basílica al culto de Dios. Este es el culto preferente: el que Dios busca, como nos insiste por Pablo: "Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual" (Rm 12, 1-2). "Cuando vayas a orar, entra en tu aposento y después de cerrar la puerta, ora a tu Padre que está allí, en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará" (Mt 6, 6).

Como templo de la Trinidad, nuestro cuerpo es sagrado.

Ante la dignidad y carácter sagrado de nuestro cuerpo, por la Inhabitación de la Trinidad en nosotros mismos, exclama el mismo Pablo: “¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo" (1Co 6, 19-20).

Somos santuario de Dios.

Y en otro pasaje: "¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?; si alguno destruye el santuario de Dios, Dios le destruirá a él; porque el santuario de Dios es sagrado, y vosotros sois ese santuario" (1Co 6, 19-20). 

Familiares de Dios.

Recalca Pablo la excelencia y grandeza del hombre, como edificio y templo santo en el Señor, hasta ser MORADA DE DIOS con El que convivimos: Así, pues, "ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo, en quien toda edificación bien trabada se eleva hasta formar un templo santo en el Señor, en quien también vosotros estáis juntamente edificados, hasta ser MORADA de Dios en el Espíritu" (Ef 2, 19-22).

"También vosotros, dice Pedro en su primera carta, cual piedras vivas, entrad en la, construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo" (1Pe 2, 4-7).

Piedras vivas del Cuerpo de Cristo. 

Todos piedras vivas: "Para edificación del Cuerpo de Cristo" (Ef 4, 1-2).

Mi cuerpo "Casa de Oración”: No hay duda que nuestro cuerpo, el más querido templo vivo de la Trinidad, constituye la mejor Casa de oración y la base de la mejor Escuela de Oración. Verdadera Morada de Dios, en la que "el AMOR ha sido derramado por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5). 

Guiados por el Espíritu que nos habita, decimos: « ¡Abba, Padre!»

Guiados por el mismo Espíritu, tenemos en nosotros mismos al Autor de toda guía espiritual que nos enseña a orar, intercediendo por nosotros con gemidos inefables, y que nos hace exclamar: “¡Abba! ¡Padre!” (cf.  Rm 8, 14. 26-27). Practicamos así una verdadera y sólida piedad, garantía de auténtica oración y de apostolado eficaz. 

"A los que se mantienen firmes en su alianza, les traeré a mi monte santo y les alegraré en mi Casa de oración. Sus holocaustos y sacrificios serán gratos sobre mi altar. Porque mi casa será llamada Casa de oración para todos los pueblos" (Is 56, 7; cf.  Mt 21, 13).

Gran respeto y veneración por el cuerpo humano, limpieza y decoro, como templo de Dios y casa de oración: "Mis manos lavo en la inocencia y ando en torno a tu altar, haciendo resonar la acción de gracias todas tus maravillas pregonando; amo la hermosura de tu Casa, el lugar de asiento de tu gloria" (Sal 26, 6-8).

Pedimos vida de oración, vida de fe.

"Una cosa pido a Yahvé, una cosa estoy buscando: morar en la Casa de Yahvé, todos los días de mi vida (Vida de oración, vida de fe) para gustar la dulzura de Yahvé y cuidar de su templo. Que él me dará cobijo en su cabaña en día de desdicha, me esconderá en lo oculto de su tienda, sobre una roca me levantará" (Sal 27, 4-5).

Qué alegría morar en tu casa.

"¡Que amables tus moradas oh Yahvé Sebaot! Anhela mi alma y languidece tras de Yahvé, mi corazón y mi alma gritan de alegría hacia Dios vivo. Hasta el pajarillo [...] Tus, altares, ¡oh Yahvé Sebaot rey mío y Dios mío! ¡Dichosos los que moran en tu casa, alabándote siempre! […] Como un día en tus atrios vale más que mil, yo he preferido estarme en el umbral de la Casa de mi Dios" (Sal 84).

"¡Oh, qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la Casa del Señor, Ya están pisando nuestros pies tus umbrales Jerusalén [...] en calma están los que te aman, haya paz en tus muros, en tus palacios seguridad!" (Sal 122).

La Trinidad en mí genera familia, hogar, comunidad, fraternidad, pueblo de Dios.

La Inhabitación de la Trinidad en nosotros, constituye nuestra verdadera y definitiva Familia, el Hogar más rico, lleno de calor y afecto. Es la primera, origen y base, fermento y germen de toda comunidad genuinamente cristiana, de toda fraternidad y Pueblo de Dios. Porque nosotros somos santuario de Dios vivo, como dijo Dios: “Habitaré en medio de ellos y andaré entre ellos, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo [...] Yo seré para vosotros Padre y vosotros seréis para mí hijos e hijas, dice el Señor todopoderoso" (2Co 6, 16-18).

"Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron [...] y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén que bajaba del cielo, de junto a Dios, como una novia ataviada para su esposo” (Ap 21, 1-2).

“Betel, ¡qué terrible es este lugar! ¡Esto no es otra cosa sino la casa de Dios y la puerta del cielo! ¡Así, pues, está Yahvé en este lugar y yo no lo sabía!” (Gn 28, 16-17).

“Zaqueo, baja pronto, porque conviene que hoy me quede yo en tu casa […] Hoy ha llegado la salvación a esta casa” (Lc 19, 1-10).

Mi vida: surtidor de amor.

La Inhabitación de la Trinidad, hace de nuestra vida un verdadero surtidor de Amor, Vida Eterna (cf.  Jn 4, 14).

Ríos de agua viva.

En nosotros mismos tenemos la fuente de toda santidad, de todo Amor: “Ríos de agua viva”, de la Vida de Dios, correrán de nosotros mismos, de la Trinidad presente en nosotros (cf.  Jn 7, 38).

María, primera morada de la Trinidad.

María, nuestra madre, es la primera y mejor Morada de Amor, de la Trinidad en el mundo, la Llena de Gracia, de Vida. Es la Vida-Amor, el Amor-Vida que de Ella y por Ella, alcanza a todas las generaciones. María, verdadero rostro materno de Dios para todos los hombres.

  1. TU VIDA ES PARA EL AMOR 

Instintivamente buscamos el amor. ¿Por qué?

La clave de la santidad, de la verdadera felicidad está en conocerse y conocer al Amor, Dios. La ignorancia de sí mismo y del Amor, causa la mayor catástrofe del hombre. 

  1. Preferimos el Amor por encima de toda la creación, de todo y de todos. Instintivamente lo buscamos y nos sentimos seducidos por él.

  2. Porque amor es nuestra raza y ascendencia, de él procedemos.

  3. Amor es la esencia de nuestra vida: Nuestra identidad es Amor.

  4. El amor ha venido a establecer en nosotros mismos su Morada. Somos Morada del Amor. “Atención, pues, a lo interior y estar amando al Amado”. “Ser por el Amor, amado”.

Todo hombre busca instintivamente el amor.

Lógicamente, pues, nuestra vida es para el Amor: Como el ojo instintivamente busca la luz y el náufrago la superficie del agua y el aire que respirar; como la flecha al blanco y el águila suspira por las alturas, todo hombre busca siempre y necesariamente el amor. Tal es la condición del hombre, a no ser que, inconscientemente, la droga le haya perturbado, o su mala vida le haya degenerado y trastornado todo su ser, en el que ya poco le quedará de hombre. Entonces sí que: corruptio optimi, pessima (la corrupción de lo mejor es lo peor), la enfermedad crónica de la ignorancia.

Pero aún así, el sicario, el criminal, el asesino y parricida, guardan sensibilidad por el amor, y es la única fuerza y poder que logra redimirlo y volverlo a su estado originario.

Amor a nivel humano significa:

Amor, para la persona, significa: aprecio, estima, consideración, valoración, comprensión, servicio, cuidado, dedicación, interés, atención, recuerdo, afecto, cariño y a veces, halago, adulación, etc. Todas las manifestaciones, expresiones y apariencias del amor, que aunque no fueran sinceras y reales, tal es el hombre y la inclinación a la relación amorosa, y a ser tenido en cuenta; la persona ya se satisface con algo, aunque no fuere más que droga de amor, que le contente y satisfaga. Necesita, le calma y le alivia de sus depresiones, complejos y angustias morales que le causa la soledad, desinterés o abandono e infidelidad de los individuos, de quienes más amor esperaba y en quienes más se apoyaba y de quienes prácticamente vivía. Hoy, en el mundo actual, esta situación deprimente, de falta de amor sincero, es tan desesperante que, con frecuencia, el hombre tiende a alienarse, con el suicidio temporal o definitivo: tal es la droga, el alcoholismo y la apelación a la muerte, pero buscando siempre, desacertadamente, aliviarse y salir de la angustia, que es más mortal que la misma muerte.

El amor polariza toda la actividad del hombre.

Hay que advertir que consciente o inconscientemente, el amor constituye el centro y fuerza polarizadora de todos los esfuerzos, empresas, negocios, carreras, fatigas, riesgos y competiciones más costosas y temerarias, a que el hombre se lanza, por doquier, alocadamente.

Buscamos amor a través de todo.

Normalmente el hombre, a través de la plata, del vestido y del figurar, de los títulos, carreras y empleos, del sueldo y categoría, no busca más que garantía de su honor, de su aparecer, de la atención, admiración, aprecio y estima de los demás. Ciertamente, el placer anónimo de los sentidos ocupa su lugar en la persona, ya sin aspiraciones y fuertemente frustrada, pero no tiene jamás el nivel, el poder y prevalencia que tiene el Amor en el corazón del hombre. No es cierto que la persona estime tal oficio, empleo, carrera o estado, por sí mismo, sino que siempre instintivamente lo usa como trampolín para la fama, estima, aprecio. La prueba está en que si se le ofrece un empleo mejor, aunque tenga que dejar o perder el empleo y oficio anterior, no duda en dejarlo, tal es la realidad, cuando a uno se le nombra ministro, se le elige presidente, etc.

El niño busca amor.

Busca desenfrenadamente, cariño, amor, el niño: llama la atención, que se le tenga en cuenta. 

La necesidad de amor aumenta con los años.

Igual el adolescente, el joven, la persona mayor, el anciano. Se puede decir que el amor es la única carrera, título, oficio y ejercicio que siempre se mantiene con el mismo interés, sensibilidad y estima. Yo diría que, así como las facultades y fuerzas del hombre, pierden su capacidad y potencia al correr de los años, el amor, en cambio, va in crescendo, sigue creciendo y aumentando hasta la muerte. Realmente el amor, las ansias de amor, la necesidad de amor permanente, se hace más sensible e imprescindible al paso de los años y de los días. Es prueba evidente del destino del hombre. De lo contrario el hombre, rey de la creación, sería la criatura más desgraciada y catastrófica de toda la creación.

Con frecuencia el hombre experimenta el desamor, el fracaso afectivo, la infidelidad, el vacío.

A medida que el hombre va probando, gustando y esforzándose en satisfacer sus ansias de amor, sus fuerzas e irrefrenables apetencias de ser amado y tenido en cuenta por los hombres, por las criaturas todas, a menudo va experimentando y saboreando la amargura del fracaso e infidelidad, marcando su vida con una carrera de frustraciones que, al observarlas también en los demás y en todo el ambiente, se mantiene con cierta resignación, en un fatalismo insuperable, triste condición del hombre condenado a sufrir y morir o a contentarse en la mediocridad o fracaso de un corazón roto, vacío, incapaz e imposibilitado de ser atendido como ansía, como apetece y necesita.

Estas ansias desesperadas de amor, se manifiestan más cuanto mayor es la ausencia e inseguridad de un amor fiel y constante. Así el niño huérfano se agarra a un palo seco, a cualquier criatura. La mamá, tratada con indiferencia por su esposo, se agarra a sus hijos. La esposa insegura o el esposo infiel, suelen tener muchas más expresiones y frases de amor que los que se aman de veras, leal y fielmente.

Dejar los amores humanos, supone un sustitutivo superior.

Dejar los amores más fuertes y habituales del corazón humano, aunque muy débiles, pobres y a menudo, adulterados, requiere un sustitutivo de peso y medida. En el matrimonio muchos desertan y se separan. 

Las dependencias afectivas son droga y esclavitud.

Muchos en realidad aún no han roto el cordón umbilical a sus treinta años, ni el niño grande ni la mamá. Esto no es amor, sino mimitos, dependencia y droga del amor, que atrofia el corazón del hombre, tanto para el matrimonio, como para la entrega total al Amor, en la vida consagrada. Dependencias afectivas son la peor droga y la mayor esclavitud del hombre. Lo inutilizan para siempre. No podrá gustar la libertad de los hijos de Dios.

Sólo el amor de Dios colma el corazón.

Sólo el Amor por esencia, puro, limpio todo amor, sólo amor y siempre amor, sin posibilidad de quiebra, de déficit o de infidelidad, responde, satisface y colma el corazón del hombre. Este Amor sólo es Dios, sólo se encuentra en Dios. 

“Nos hiciste para ti, Señor”.

Así se confesaba el que fue hombre vicioso y pecador; sabio e inteligente; que corrió en busca de placeres y satisfacciones, yendo de frustración en frustración, hasta que dio con Dios, con el Amor pleno y total, el pecador y después gran santo, Agustín de Hipona: “Nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón andará inquieto, no descansará hasta que se repose en ti”.

¡Qué gracia tan grande, la llamada de Jesús-Amor, puro, todo amor a seguirle!

El oficio del apóstol es supremo y delicado.

El apóstol, que tiene por misión tender la mano a quienes buscan dar con la felicidad suprema, con el amor verdadero, ejerce el mayor y más delicado oficio que pueda ejercer el hombre en la tierra: a un simple pescador, dice Jesús: “Ven conmigo”; “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres” (Mt 4, 19; || Mc 1, 17; Lc 5, 10). Realmente es el arte de las artes: Dar Vida, dar el Amor. Poner el hombre en contacto con su verdadero origen, con su verdadera identidad, con su verdadero Padre y Madre. Y sacarlo de la droga de falsos, bajos o pobres amores para saciarse en el Amor.

Debe ser trampolín y no trampa.

El apóstol supone tener un corazón libre y lleno de amor, para servir de trampolín y no ser trampa del corazón que busca a Dios, de la mano del apóstol, discípulo de Jesús. 

El apóstol es medio, no fin.

Pues es normal que la persona confunda los medios con el fin, la comunidad, el apóstol, el director o directora, formador o formadora, padre maestro o madre maestra, con el Amor con mayúscula, con Dios. Y descargaría el afecto, el amor en la comunidad o personas de la misma, con el consiguiente fracaso, desengaño, tan frecuente y de tan fatales consecuencias, en esta desenfrenada carrera en la búsqueda del amor, de la suprema felicidad.

El apóstol de Jesús, estilo Juan Bautista.

Y ahí está el arte de las artes, la valentía, austeridad, dominio y fuerza del amor auténtico, en el genuino apóstol de Jesús, tipo Juan Bautista, retirándose a tiempo, para dar paso al Amor, desapareciendo para que todos dieran de lleno con el Amor, con sus principios bien asimilados y bien fundamentados: “Es necesario que Él, Cristo, crezca y que yo disminuya” (Jn 3, 30). Nadie, diría también Juan, puede arrogarse nada si no se le ha dado del cielo. “Vosotros mismos me sois testigos de que dije: Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de Él. El que tiene a la novia (el Amor) es el novio, pero el amigo del novio, el que asiste y le oye, se alegra mucho con la voz del novio (del Amor). Esta es, pues, mi alegría, que ha alcanzado su plenitud” (Jn 3, 27-29).

Mas, el que hace apostolado sin el corazón lleno de Amor y con total fidelidad al mismo, se sirve del amor para su autorrealización, para dar sentido a su vida, para apropiarse del amor de los demás. Más que pastor, es mercenario, ladrón y salteador. Más que dar vida a las ovejas, vive de ellas. 

El corazón del hombre sólo se satisface con Dios.

Dios, el autor mismo, creador y padre verdadero del corazón humano, le ha querido dar el manjar mejor, el ideal y destino máximos, se ha querido dar a sí mismo. Su misma Vida-Amor: su misma felicidad infinitamente superior al amor y fidelidad de toda la humanidad junta. Por lo que el hombre jamás se podrá satisfacer adecuadamente y corresponder a las aspiraciones, ansias y apetencias de su corazón, mientras no busque, encuentre y se aplique al Amor con mayúscula: Dios. Y guste fuerte y abundantemente de Él, hasta vivir de Él.

Dios-Amor sale al encuentro del hombre.

Para que diéramos con el Amor –el único que es Amor pleno, total—precisamente porque es el Amor, viene Él al encuentro del hombre. Con cuerdas humanas y lazos de amor trata de atraer al hombre (cf.  Os 11, 4), a través de apóstoles y misioneros.

El hombre es libre para acoger su amor.

Pero nada puede conseguir, aunque se juegue la vida y toda su sangre, si el hombre, creado en libertad, no va libre y voluntariamente a su encuentro, si no se deja encontrar. Así, la Liturgia de la Misa, en la Plegaria IV resume la bella Historia de Salvación: “Te alabamos, Padre Santo, porque eres grande, porque hiciste todas las cosas con sabiduría y amor. Por amor creaste al hombre y le encomendaste el universo entero para que sirviéndote sólo a ti, su Creador, dominara todo lo creado. Y cuando por desobediencia perdió tu amistad, no le abandonaste al poder de la muerte; antes bien, tendiste la mano a todos para que te encuentre el que te busca. Reiteraste además tu alianza a los hombres. Por los profetas fuiste llevando con la esperanza de salvación; y tanto amaste al mundo, que al llegar la plenitud de los tiempos nos enviaste, como Salvador, tu propio Hijo, el cual se encarnó por obra del Espíritu […] y porque no vivamos ya para nosotros mismos, sino para Él, que por nosotros murió y resucitó, envió Padre, desde su seno al Espíritu Santo como primicia de los creyentes a fin de santificar […]”. Así el hombre, creado y mantenido por el Amor de Dios, no puede tener otro destino ni otra realización plena de su vida, que el mismo amor infinito de Dios. Pero jamás se le podrá imponer ni obligar, so pena de perder su libertad, que Dios no quiere. Por lo que, libre y voluntariamente, irá al encuentro del Amor para gozar y vivir de Él. Así nos creó Dios: “Con el fin de que le buscásemos y le hallásemos; por más que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros; pues en Él vivimos, nos movemos y existimos, como han dicho algunos de vosotros: porque somos también de su linaje. Si somos, pues, del linaje de Dios, no debemos pensar que la divinidad sea algo semejante al oro, la plata o la piedra, modelados por el arte y el ingenio humano” (Hc 17, 22-29).

El hombre busca siempre amor.

La misma Palabra de Dios, en el Cantar de los Cantares, expresa estas ansias de búsqueda del amor: “En mi lecho, por las noches, he buscado al amor de mi alma. Busquele y no le hallé. Me levantaré, pues y recorreré la ciudad. Por las calles y las plazas, buscaré al amor de mi alma. Busquele y no le hallé. Los centinelas me encontraron, los que hacen la ronda en la ciudad: ¿Habéis visto al amor de mi alma? Apenas habíales pasado cuando encontré al amor de mi alma. Le aprehendí (le así) y no le soltaré” (Ct 3, 1-4).

Los santos, sedientos de amor, saciados con su amor.

"Porque mi Amado es para mí y yo soy para mi Amado" (Ct 2, 16). Así todos los santos, sedientos de Amor, inconformistas e insatisfechos con sus grandes logros, éxitos y amores humanos, optaron y se decidieron por el Amor: "Por dónde te escondiste Amado y me dejaste con gemido" (S. Juan de La Cruz). 

Dios nos brinda el amor que llena y sacia.

"Buscando mis amores, iré por esos montes y riberas, no cogeré las flores, ni temeré las fieras, y pasaré los fuertes y fronteras" (S. Juan de la Cruz). El mismo Dios nos invita a liberarnos de espejismos en el amor, de falsos amores, esfuerzos, fatigas y gastos inútiles en busca de la felicidad en el amor. 

Dios quiere que disfrutemos su amor.

Y nos brinda el amor que llena y sacia: "Oh todos los sedientos, id por agua, y los que no tenéis plata, venid, comprad y comed sin pagar vino y leche. ¿Por qué gastar plata en lo que no es pan y vuestro jornal en lo que no sacia? Hacedme caso y comed cosa buena, y disfrutaréis con algo sustancioso. Aplicad el oído y acudid a mí, oíd y vivirá vuestra alma. Pues voy a firmar con vosotros una alianza eterna [...] Buscad a Yahvé mientras se deja encontrar, llamadle mientras está cercano [...]" (Is 55, 1; cf.  Pr 8, 17-21; 9, 16; Jer 2, 1-13).

"Como busca la cierva [...] " (Sal 42).

"Tu, mi Dios yo te busco" (Sal 63).

"Gustad y ved qué bueno es Yahvé, dichoso el hombre que se cobija en él [...] " (Sal 34). "Para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia" (Flp 1, 21). "Pero lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo" (Flp 3, 7). "Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero [...]" (Sta. Teresa).

"Por eso, he aquí que yo cierro su camino con espinos, la cercaré con seto y no encontrará sus senderos; perseguirá a sus amantes y no los alcanzará [...] entonces dirá: Me iré y volveré a mi primer marido" (Os 2, 8).

  1. CONOCER AL AMOR

“La catástrofe más grande en la Iglesia: la separación de la ciencia y la piedad, la teología y la vida."

Nihil volitum quim praecognitum decía el mismo Agustín —que repetía constantemente la súplica: “Señor, que te conozca y que me conozca". Nihil volitum— No se puede desear, no se puede amar ni buscar lo que no se conoce.

Conocer a Dios para amarle

De ahí que también San Ignacio de Loyola en el umbral de sus Ejercicios Espirituales, pone este Principio y Fundamento: El hombre ha sido creado para conocer, amar y servir a Dios. Evidentemente el conocer, que sitúa en primer término, es el que abre paso e impulsa a amar y servir, que, sin conocer, fuera imposible. 

El Concilio Vaticano II dice: que "el hombre existe pura y simplemente por el amor de Dios que lo creó y por el amor de Dios que lo conserva; y sólo puede decir que llega a la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador" (GS19).

Se trata aquí, no de un conocimiento teórico, sino de un conocimiento vivencial experiencia viva, personal, del amor infinito de Dios.

Así: "Job respondió a Yahvé: Sé que eres todopoderoso, ningún proyecto te es irrealizable. Era yo el que empañaba el consejo con razones sin sentido. Sí, he hablado sin inteligencia de maravillas que me superan y que ignoro. Yo te conocía sólo de oídas mas ahora te han visto mis ojos. Por eso retracto mis palabras, me arrepiento en el polvo y la ceniza" (Job 42, 1-6).

(No es una visión propiamente dicha, sino una nueva percepción de la realidad de Dios).

Seguir a Jesús supone un conocimiento vivo y particular de Él, así como una opción muy personal.

Es imprescindible ese conocimiento vivo, personal, para sellar la fidelidad de un seguimiento de Jesús, como opción y decisión personal propia, para siempre: "Les daré corazón para conocerme pues yo soy Yahvé, y ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios, pues volverán a mí con todo su corazón" (Jer 24, 7).

Este conocimiento vital, es el primer punto de mira del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, la primera condición para poder contar con un buen hijo de Dios, discípulo y apóstol de Jesús. Y a este conocimiento aporta y subordina Dios cuantos medios se precisen: "Por eso yo la voy a seducir, la llevaré al desierto y hablaré a su corazón [...] y yo te desposaré conmigo para siempre, te desposaré conmigo en justicia y equidad, en amor y en compasión, te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conocerás a Yahvé" (Os 2, 16; 21-22). Conocerás: punto de mira y punto final al que Dios subordina todos los demás medios con que prepara este conocimiento, generador y propagador de Vida Amor.

Este conocimiento nace y se nutre del diálogo interpersonal y esponsalicio con Él.

Porque el fruto primero y principal de incalculable transcendencia, de este conocimiento, es el Amor Vida, germen de vida eterna que se recibe directamente de Dios a través de este conocimiento que emana del diálogo interpersonal, esponsalicio, vivencial amoroso con Dios: "Pues el conocerte a ti es la perfecta justicia y conocer tu poder, la raíz de la inmortalidad" (Sab 15, 3).

Por esto nuestro Padre Dios que sólo busca nuestro supremo bien, crecimiento y desarrollo en nuestro ser, que es el Amor, en múltiples formas no cesará de insistimos: "Amor quiero y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos" (Os 6, 6).

Sin este conocimiento no podemos elegir lo mejor.

Sin este conocimiento ignoramos la grandeza, la inmensidad, el placer, gozo y alegría que nos da el amor de Dios, y no podemos escoger lo mejor; y nos quedamos en lo peor, que hemos experimentado por los sentidos. Por esto San Ignacio en sus Ejercicios Espirituales nos insiste en que: “No el mucho saber harta y satisface al alma, sino el sentir y gustar de las cosas internamente”.

Objetivo y dinámica de la encarnación: por el amor sensible, llegar al amor del Invisible 

Esta es, pues, la pedagogía y técnica que movió al Padre y al Hijo a hacerse palpable, sensible, audible, visible, —igual en todo a nosotros, menos en el pecado— hombre de carne y hueso. Y éste, decía Santa Teresa de Jesús, era el Jesús que necesitaba para extraer y hacer su oración y tener el verdadero conocimiento de Dios. Este es, pues, el objeto y dinámica de la Encarnación como dice claramente el Prefacio de Navidad: "para que a través del amor sensible de Jesús, amor palpable, tratable visiblemente, fuéramos arrebatados al amor del Invisible”.

Santa Teresa, en las escenas evangélicas imaginaba a Jesús como si le viera con los ojos del cuerpo.

Para ello no necesitaba Santa Teresa haber existido en el tiempo de la vida mortal de Jesús, pero, sí, seguir con la imaginación (la loca de la casa) las escenas evangélicas de Jesús como si le viera con los ojos del cuerpo. 

San Ignacio enseña la aplicación de los sentidos: composición de lugar. Diálogo con las Tres Personas.

Es lo mismo que pretende San Ignacio con lo que llama "composición de lugar" y también con la "aplicación de sentidos”. Esto es: tratar, hablar, dialogar con Jesús, lo más cerca, lo más sensible y personalmente posible, de tú a tú. Como por ejemplo, la escena con la samaritana junto al pozo de Jacob. Allí precisamente Jesús insistía a la mujer pecadora, que sólo necesitaba conocerle para cambiar de vida y convertirse en una persona verdaderamente orante y apóstol: "Si conocieras el Don de Dios, le dice, y quién es el que te dice dame de beber, tú le habrías pedido a él". Ya no sería necesario que te dieran más pruebas, más insistencia, sino que, por tu cuenta, tú seguirías a Jesús y harías que otros le conocieran.

La samaritana dialogando con Jesús, le va conociendo.

A través del diálogo, la samaritana fue experimentando la grandeza y atracción del interlocutor y hasta intuyó que fuera el Mesías, llamado Cristo, y así lo sugirió a Jesús quien no demoró la respuesta y le dijo: Yo soy, que hablo contigo. Bástele a la samaritana este breve trato con Jesús para conocerle, llenarse de gozo en el Señor y olvidarse ya del cántaro, de sus quehaceres, para lanzarse al apostolado, para dar a conocer a Jesús a los demás, corrió la ciudad —dice el Evangelio—, y dijo a la gente: "Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Cristo?" Aunque lo hubiera tratado tan brevemente y le faltara mayor certeza en el conocimiento de Jesús, pero ya el gozo le embargaba, capaz de hacer salir a la gente de la ciudad e ir donde Él “[...] Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en Él por las palabras de la mujer que atestiguaba: Me ha dicho todo lo que he hecho". Es normal el reconocerse a sí mismo, en presencia de la Luz que es Jesús. De ahí la espontánea necesidad de confesión. Cuando llegaron los samaritanos, le rogaron que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Y fueron muchos más los que creyeron en él por las palabras de la mujer, y le decían a ella: ya no creemos por tus palabras; que nosotros mismos hemos oído y sabemos —conocimiento cierto, experimentado— que éste es verdaderamente el Salvador del mundo" (Jn 4, 42).

Tratar tú a tú con Jesús: clave del apóstol para conocerle y darle a conocer.

Este conocimiento, pues, personal, vivencial de Dios, en la persona de Cristo, fruto del diálogo, del trato, tú a tú, con Jesús, es la fuente y fuerza, el tema y entusiasmo del verdadero apostolado eficaz y que supera en mucho todos los medios y mediaciones de pastoral y de pedagogía y métodos audiovisuales. 

Es el ver la alegría, el gozo y entusiasmo, el cambio de valores, de categorías, el gran cambio de vida, del que ora, del que sigue a Jesús, lo que convence, de raíz, a las personas y las ilusiona a conocer a Jesús. Vidas de carne y hueso, como los demás, que no hacen más que comunicar y exponer lo que descubren y conocen cada día, acerca de las grandezas de Jesús. 

El trato directo con Jesús atrae y cautiva a la persona.

Puesto que el trato, la oración fiel, la fidelidad al diálogo diario, de intimidad con Jesús, fascina y atrae más que la creación entera, y la persona que así sigue fielmente a Jesús, no tiene más que referir, transmitir a los demás algo de lo contemplado; cada día más sorprendente, por un nuevo e inédito conocimiento de Jesús, en un proceso creciente hacia la perfección del amor infinito de Dios.

Experiencia de San Juan de la Cruz.

Es lo que leemos en San Juan de La Cruz: "Por más maravillas y misterios que han descubierto los santos doctores y entendido las santas almas en este estado de vida, (de oración) les quedó todo lo más por decir y aún por entender, y así hay mucho que ahondar en Cristo, porque es como una abundante mina con muchos senos de tesoros, que, por más que ahonden, nunca les hallan término, antes van hallando, en cada seno, muchas venas de nuevas riquezas acá y allá" (Canciones 34, 4 y 36, 13).

Experiencia de Juan, el apóstol.

Es la misma experiencia que nos transmite Juan el apóstol y evangelista, el que trataba más de cerca y más íntimamente a Jesús y con lo que encabeza su primera carta:

«Lo que hemos visto y oído directamente de Jesús os lo anunciamos».

"Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestros manos acerca de la Palabra de vida, pues la Vida se manifestó y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba en el Padre, y que se nos manifestó –ya no hay anuncio más interpelante y de mayor poder en la persona–. Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros" (1 Jn 1, 1-3a). Y este conocimiento de Dios en Cristo que constituye la base y clave de la verdadera comunidad cristiana, es también el primer y principal compromiso comunitario, que cumplimos y compartimos, de un modo práctico y eficaz, a través de la Dirección espiritual y Revisión de vida. Precisamente, conocer, cada día más y mejor, a Jesús, es la finalidad de la oración, diálogo interpersonal con Jesús fuente y escuela perenne de un verdadero conocimiento creciente del Amor infinito de Dios. "Y nosotros (como base de la comunidad) — concluye el Apóstol Juan— estamos en comunión con el Padre y con el Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que nuestro gozo sea completo" (1Jn 1, 3b-4); (porque si los hermanos ignoran este conocimiento del amor de Dios no podemos tener un gozo completo); lo mismo decía el Bautista para que su alegría alcanzara su plenitud (cf.  Jn 3, 29). Es el mismo gozo que nos contagia Jesús y que está en (Jn 15, 1; 16, 22-24) y en (2 Jn 1, 12). Gozo, alegría contagiosa, que brota del conocimiento personal de Dios y que constituye el más fuerte estímulo y el tema abundante del apostolado sincero, verdadero y eficaz. "Y éste es el mensaje que hemos oído de Él y que os anunciamos: Dios es Luz, en Él no hay tiniebla alguna. Si decimos que estamos en comunión con Él y caminamos en tinieblas, mentimos y no obramos conforme a la verdad. Pero si caminamos en la luz como Él mismo está en la luz estamos en comunión unos con otros” (1Jn 1, 7).

Conocimiento de Dios y comunión con los hermanos.

"Conocimiento” de Dios y comunión con los hermanos es uno.

Esta luz y este gozo —base de nuestra vida misionera apostólica, de oración y ministerio de la Palabra— mana abundante de este conocimiento creciente, fruto de nuestro diálogo diario profundo y prolongado con la Trinidad, presente en nosotros, por medio de Cristo y de María nuestra Madre. 

Dichosos los que sin ver, creen.

Pues aunque no veamos a Jesús, con los ojos del cuerpo, el diálogo vivo, interpersonal con Él, nos da este conocimiento, igual que si lo palpáramos, como decía Jesús a Tomás: "Has creído porque me has visto. Dichosos los que sin ver, los que aún no viendo, creen” (Jn 20, 24-29). 

El diálogo con Jesús hace arder el corazón.

El mismo conocimiento experiencia del amor de Cristo y de su poder transformante, pudieron conocer los dos discípulos que desertaban de la Comunidad, llenos de críticas y derrotismo, pero que acertaron a dialogar con Jesús en su huida, camino de Emaús aunque no sabían que fuera Él. Y al que reconocieron, cuando ya su corazón ardía, por el diálogo mantenido en el camino. Conocimiento y Experiencia, que les hizo retomar el camino hacia la Comunidad, para transmitir y compartir el conocimiento de Jesús que les colmó de gozo: "Ellos por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y como le habían conocido al partir el pan” (Lc 24, 13-35).

Aunque en la oración no sintamos nada, y tengamos la sensación, que no conseguimos nada, ni aprovechamos, continuemos, con atención y perseverancia, el ejercicio de oración, con la seguridad de que adquiriremos nuevos conocimientos del Amor de Jesús, que comunicarán calor y fecundidad a nuestro amor, que seguirá más vivo y operante por la voluntad.

El conocimiento de Dios se rige por la fe.

Y entonces rigiéndonos por la fe, por lo que sabemos, entraremos en un conocimiento del Amor, más allá de los sentidos y muy superior a cuanto las criaturas nos pueden aportar. "Sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al Verdadero. Nosotros estamos (ya) en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el Verdadero y la Vida eterna" (1Jn 5, 20). Sólo entonces, más allá de los sentidos, podremos conocer y anunciar: "Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman [...] lo que Dios reveló por medio del Espíritu. Porque nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros hemos recibido el Espíritu que viene de Dios para conocer las gracias que Dios nos ha otorgado, de las cuales también hablamos, no con palabras aprendidas de la sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu  [...] El hombre naturalmente no capta las cosas del Espíritu de Dios [...] pero nosotros poseemos el pensamiento de Cristo” (1Co 2, 9-16).

"Desaparecerá la ciencia, porque imperfecta es nuestra ciencia e imperfecta nuestra profecía. Cuando venga lo perfecto, desaparecerá lo imperfecto [...] ahora vemos en un espejo, confusamente. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo imperfecto, pero entonces conoceré como soy conocido" (1Co 13, 9-12).

Solamente a través del conocimiento vivencial, personal, del amor de Dios aceleramos nuestra perfección en la línea de perfección de nuestro Padre del cielo como nos manda Jesús. 

Todo es pérdida ante el conocimiento de Cristo Jesús.

Y sólo este conocimiento, por Cristo y en Cristo, nos dará la plena liberación de todas las criaturas y de nosotros, como decía Pablo: "Nos gloriamos en Cristo Jesús sin poner nuestra confianza en la carne [...] Pero lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo, y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo [...] y conocerle a Él [...]" (Flp 3, 3-10).

Así, con toda firmeza y libertad, podrá exclamar Pablo: "¿Quien nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación? [...] pues estoy seguro de que ni la muerte [...] ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del Amor de Dios manifestado en Cristo, Señor Nuestro" (Rm 8, 34-39). "Porque a Dios que nadie le ha visto, el Hijo único que está en el seno del Padre nos lo ha dado a conocer" (Jn 1, 18).

Jesús nos da a conocer el amor del Padre a través de su persona.

"Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre, desde ahora le conocéis y le habéis visto" (Jn14, 6). "¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? El que me ha visto, ha visto al Padre" (Jn 14, 9). "Yo te bendigo Padre [...] porque has revelado a los pequeños [...] y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11, 25-27).

Por la fe, Cristo habita en el corazón.

Pablo dirige también al Padre su más ferviente oración en favor de sus discípulos para que puedan conocer el Amor de Cristo: "Por eso doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, para que os conceda, según la riqueza de su gloria, que seáis vigorosamente fortalecidos por la acción del Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender, con todos los santos, cual es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el Amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total plenitud de Dios" (Ef 3, 14-19).

Podemos conocer el amor de Cristo por el Espíritu.

Lógicamente, en la medida en que uno ha conocido el amor del Padre, manifestado por Cristo Jesús, y llevado hasta sus más sublimes e íntimas concreciones, por el Espíritu Santo, se entrega la persona espontánea y necesariamente a disposición de la Trinidad con gran gratitud y cariño. La persona que así va entrando en su conocimiento y reconocimiento profundo se fía más del Espíritu de Amor que de los hombres y de sí mismo. No sólo ama los Mandamientos de Dios, sino que abraza con gozo inefable, los consejos de Jesús y los frutos del Espíritu que desplazan con radicalidad los frutos de 'la carne, mientras el hombre nuevo suplanta, con fuerza sobrenatural, al hombre viejo, que poco a poco ha ido perdiendo todo su terreno; y aunque no echó la toalla, ha perdido mucha fuerza. Y si la persona no abandona su trato diario con Jesús, al que así va conociendo, cada día más y mejor, ve fácilmente el triunfo de Cristo en sí y en muchos de sus hermanos.

Dios es amor, nosotros hemos conocido su amor.

Y así se entiende perfectamente la doctrina de Juan: "Nosotros hemos conocido el Amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él. Dios es Amor" (1Jn 4, 16).

Quien no ama no conoce a Dios.

"En esto sabemos que le conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: yo le conozco y no guarda sus mandamientos es un mentiroso" (1Jn 2, 3-4). "Todo el que peca ni ha visto a Dios ni le ha conocido" (1Jn 3, 6). "Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor" (1Jn 4, 8).

  1. TU VIDA ES PARA AMAR

Sólo amar es vivir.

Sólo amar es vivir. El movimiento se prueba andando, moviéndose. La actividad propia, vital del amor, es amar. El hombre es originalmente amor; es siempre receptor y a menudo morada de amor; y si es hombre normal —y aún, subnormal— va en pos del amor.

Amar supone ejercitar el amor.

Pero si la persona no ama, si no se ejercita en amar, no será hombre, según el proyecto del Creador, no se desarrollará, según su identidad, más bien se degenerará. Peligra ser infra hombre y hasta infra animal, la criatura pésima entre todos los seres de la creación.

Ser amor, amando.

Como todo ser animado, el hombre va siendo, haciendo: será amor, responderá y se desarrollará en su identidad solamente en la medida en que ame.

La persona puede haber nacido envuelta de amor, puede recibir amor a toneladas y puede ser heredero de la mayor fortuna de amor, pero si no ama no vivirá; mientras no ame permanece en la muerte: "El que no ama permanece en la muerte, y peor aún, quien no ama a su hermano le priva de la vida, es un asesino” (1Jn 3, 14).

Ejercicio de amor para ser amor.

Uno puede recibir el alimento que se quiera y puede desear la comida y hasta comer en abundancia; mas si no asimila la comida, los alimentos, y los transforma en vida propia, todo cuanto come de nada le aprovecha, más bien le causa angustia y malestar. Lo mismo el que es sensible al amor, busca amor y recibe amor, aunque fuere en cantidad, si él no ama y si no se ejercita en amar jamás será amor, no se desarrollará. Toda la vida quedará como un subnormal, subdesarrollado, a los veinte y treinta años permanecerá como un niño de dos años. Si uno no se decide a amar, jamás tendrá iniciativa propia, ni creatividad digna del rey de la creación; ni sabrá jamás llevarse la mano a la boca ni abrirse camino ni formarse debidamente un hogar ni escribir un libro ni sembrar un árbol. "Es la vida sin amar, lo mismo que sin sufrir, la vida sin estimar, es lo mismo que morir" (Jacinto Verdaguer).

Mi amor es mi peso.

La talla, el peso, dignidad y valía del hombre se mide por su capacidad y ejercicio de su amor. El hombre será fecundo e influirá por generaciones en la medida y calidad de su amor. Nadie como los santos, que son la mejor imitación y reproducción del amor, han influido e influyen, en aporte creciente en toda la humanidad para gente, pasada y futura: su actividad abarca el mundo y alcanza todas las generaciones. Como Jesús, pasan haciendo el bien, por todos los siglos.

Mi actividad es el amor.

Quien ha descubierto la fuerza y grandeza de amar, ya no quiere ni atiende a otra actividad. En el mundo se dirá: "o renovarse o morir”; en el orden divino-humano: "si no amo, nada soy. Si no vivo y ando en amor nada me aprovecha” (1Co 13, 1-3).

Ya no tengo otro oficio.

Cuantos han experimentado el Amor auténtico y han bebido en abundancia en la fuente del genuino Amor tendrán por inútil y deleznable, por miseria, esterilidad y pecado cuanto no sea amor. Así el enamorado del Amor, Juan de la Cruz: "Mi alma se ha empleado y todo mi caudal en su servicio, ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio, que ya sólo en amar es mi ejercicio" (Cántico Espiritual).

“Encontré mi vocación: seré el amor”.

Tal es el feliz hallazgo de Teresa del Niño de Jesús: En un estallido de gozo y alegría, exclamó: "Encontré mi vocación: en el Cuerpo de Cristo, en la Iglesia seré el Amor. Tendré la actividad del corazón, seré el corazón".

Sólo se nos examinará del amor.

San Agustín: "ama y haz lo que quieras" porque "en la tarde de la vida, tendremos lo que hayamos amado, sólo se nos examinará del amor" (San Juan de la Cruz).

Sólo hay mandamientos de amor.

Se comprende que al dictarnos Dios, las leyes y normas de salud, crecimiento y desarrollo de nuestra vida y por toda una eternidad, no nos mandará y propondrá más que la actividad y ejercicio de amar: "Se levantó un legista y dijo para tentarle: «Maestro, ¿Qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?» Él le dijo: « ¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees?» Respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y al prójimo como a ti mismo». Díjole entonces: «Bien has respondido. Haz eso y vivirás»" (Lc 10, 27-28).

La única ley es el amor.

Pablo sintetiza así toda la vitalidad de nuestra existencia "Pues toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Ga 5, 4). "El Amor es por tanto la ley en su plenitud" (Rm 13, 10).

Toda la ley es el amor.

En efecto, se corría el peligro de confundir el fin con los medios. La ley, así como los sacramentos y toda piedad, al igual que la oración y toda devoción, son para el hombre, no el hombre para la ley. Por eso todo amor que no repercuta y se aplique en amar y proporcionar el mayor bien al hombre, ya no sería propiamente amor ni podría realizarse digna y ordenadamente. Porque ni siquiera a Dios puede amar quien no ama sincera y verdaderamente a su hermano.

Necesidad vital del amor.

"Si alguno dice: Amo a Dios y aborrece a su hermano es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de Él este mandamiento: Quien ama a Dios, ame también a su hermano" (1Jn 4, 20-21).

Andad en amor, como Cristo nos amó.

Por tanto, dirá Pablo: "seguid en amor, andad en amor. Haced todo con amor" (1Co 14, 1; 16, 14). "Porque hermanos, habéis sido llamados a la libertad; sólo que no toméis de esa libertad pretexto para la carne (para haceros valer y aprovecharos del prójimo); antes al contrario, servíos por amor los unos a los otros" (Ga 5, 13). “Andad pues en amor como Cristo nos amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma" (Ef 5, 2).

Revestíos del amor.

“Revestíos pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y per donándoos mutuamente si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto revestíos del Amor, que es el vínculo de la perfección" (Col 3, 12-14). “Ante todo, tened entre vosotros intenso Amor, pues el amor cubre multitud de pecados" (1Pe 4, 8).

¿Qué es amar?

Tan importante como descubrir la necesidad vital de amar, es entender, saber con certeza, y según la verdad; en qué consiste amar, ¿qué es amar?

Amor de benevolencia.

Amar no es agradar, contentar y menos adular o halagar.

Amar al hermano según Dios.

Amar de verdad es desear y colaborar de palabra y de obra, al mayor bien del hermano, no según su opinión, gusto, interés y querer, ni según el provecho, juicio y punto de mira o afición del que pretende y quiere amar. Sino que amar es apoyar y aportar al hermano el mayor bien según el Amor auténtico, verdadero. Autor, Creador y Padre; verdadero y único del hombre. No según el mundo, la carne y la sangre, sino según Dios.

Buscar el mayor bien de la persona según Jesús.

Amar es enseñar teórica y prácticamente al hermano el Camino, la Verdad y la Vida de la auténtica felicidad, darle el mayor sentido a su vida y su máxima realización personal y comunitaria, individual y social, temporal y eterna, con toda su proyección y trascendencia. Amar no es "decir las verdades" sino buscar el mayor bien de las personas.

He ahí el arte de las artes; amar bien correcta, equilibrada y eficazmente al hermano. Solamente quien posee abundantemente el Amor con mayúsculas, sabrá y podrá y querrá amar adecuada y perfectamente al hermano y será inmensamente feliz aportando la máxima Felicidad a todos.

"Todo el que ama a Aquel que da el ser, ama también al que ha nacido de Él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos" (1Jn 5, 1-2).

Sólo el amor que viene de Dios es vida y genera vida.

De ahí que el verdadero amor al hermano, el buscar su auténtica promoción, ideal y realización, sea una flor rara y como exótica en este mundo. Porque sólo el amor que viene de Dios, el amor de Dios solamente es amor puro, sin mancha, sin desperfecto, o merma alguna. Sólo el amor genuino de Dios es Vida y dador de Vida, liberador y santificador, capaz del verdadero desarrollo y perfección del hombre. Porque el amor de Dios se aplica directamente al ser de la persona, y al ser eterno, inmortal, perdurable en orden a la felicidad plena, total y permanente del hombre aquí y en la eternidad. Sólo este amor, creador y generador de vida verdaderamente redentor y libertador de todo hermano.

El que vive del amor de Dios, ama de veras.

Porque este Amor, Dios mismo, el que sólo por sí basta, y al que nada le falta: “Es paciente, servicial; no es envidioso ni jactancioso, no se engríe; es decoroso, no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa, todo lo espera, todo lo soporta" (1Co 13, 4-7). Porque el manantial del Amor es Dios. Su poder, saber y calidad es el poder, saber y amor de Dios.

El amor de Dios es difusivo.

"Amar es mi único afán y todo mi ser busca expresarlo. Amar, no deseo más, hasta lograrlo. Y sé que si tú no estás, no importa seguir, porque no avanzo; gozar en cada despertar descubriendo que estás en cada hermano" (Canto).

El que se alimenta y vive del Amor de Dios, por el mismo impulso y dinamismo de este Amor, único, perfectísimo, ama de veras, espontánea y necesariamente porque el verdadero amor es difusivo de sí mismo; tiende a extenderse y propagarse como el fuego, que, si no se propaga, se apaga.

El amor de Dios es gratuito.

Y por lo mismo, el amor auténtico, es necesariamente gratuito. Porque si pidiera paga, ya no sería Amor, pues la mayor paga del amor es poder amar y hacer de toda la vida Amor, y la medida del verdadero Amor es amar sin medida. 

El verdadero amor de Dios es sacrificio, es consagración.

El verdadero amor es sacrificio y nace y crece en el sacrificio. Y es precisamente el sacrificio lo que lo convierte en algo sagrado. Es decir que lo consagra con capacidad de consagrar todo cuanto entra en contacto con tal Amor. El Amor es como la varilla mágica que transforma en precio divino, sobrehumano a todo humano. No teme tal transformación; más aún, aspira y anhela el cambio sustancial de todo el ser en Amor. No teme la muerte, más bien la desea porque es condición de la Vida Nueva del Amor.

Amor universal 

El verdadero Amor es universal No sabe de barreras ni fronteras. Se sabe administrador del Amor-Vida de muchos.

El amor así exige a todos con la exigencia de la misma Vida más que con las palabras. La exigencia sin amor, me envilece. El amor sin exigencia, me entristece. El amor con exigencia me enaltece.

Qué bello es vivir para amar. Qué grande es tener para dar, dar alegría, felicidad, darse uno mismo, eso es amar.

El verdadero amor, síntoma de madurez afectiva y responsable 

"Ama, ama sin cansarte, y si te cansas de amar continúa amando” (Sta. Teresa de Calcuta).

El verdadero amor gratuito, sacrificado, universal, es síntoma de madurez afectiva y verdadera responsabilidad. Más aún sólo el verdadero amor, su ejercicio paciente y sacrificado forma personas maduras afectivamente y las fragua en responsabilidad en sus más altos niveles, dignos de la confianza de todos. 

Donde hay amor, allí está Dios.

Porque donde hay amor allí está Dios, y aparece su Rostro.

Amor: solidaridad con todos.

Porque amar es olvidarse de sí mismo y proyectar la vida íntegra sobre los demás, sintiendo como propias las situaciones ajenas, prósperas y adversas; sin jamás lavarse las manos de los fracasos del prójimo, al nivel que fuere; y sin querer ignorar jamás el paradero de todos y cada uno de los hombres sobre la tierra. 

Va más allá de las apariencias. Va a lo profundo.

En esta estrecha solidaridad con todos, fueren de la raza que fueren y del partido en que militan. Porque el amor pasa más allá de las apariencias y de lo superficial para mirar lo profundo del hombre, como decía Dios al profeta Samuel ante la elección del jovencito David para rey de Israel: "La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias pero Yahvé mira el corazón" (1 Sam 16, 7).

Hay que saber distinguir: amor captativo y amor oblativo, amor de eros —de concupiscencia— y amor de ágape, de benevolencia.

Excluye acepción de personas.

Así el que de verdad ama, no consiente acepción de personas como no lo consiente Dios: "Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en cualquier nación el que teme y practica la justicia le es grato" (Hc 10, 34). "Gloria, honor y paz a todo el que obre el bien; al judío primeramente y también al griego; que no hay acepción de personas en Dios" (Rm 2, 10-11).

Vivir para los demás.

El que ama vive ya para los demás: "Cristo murió por todos, para que no vivan ya para sí los que viven [...]" (2Co 10, 11).

"En esto hemos conocido lo que es amor: en que dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos” (1Jn 3, 16).

  1. AMAR ES UN SÍ AL AMOR.

Hemos meditado cómo amar es desear y cooperar, de palabra y de obra, al mayor bien de las personas y al mayor bien no según la opinión y juicio del amante, ni del amado, ni según el mundo, los hombres, la carne, ni la sangre, sino según el AMOR con mayúsculas.

Esto es, según El que es todo Amor, sólo Amor y siempre amor infinito, Dios, nuestro único y verdadero Padre. Autor y Redentor de nuestras vidas.

Amar es un sí al proyecto de amor del Padre.

Por lo que no resulta problemático ni difícil deducir y concluir que amar de verdad es dar un sí, un amén, al proyecto de Amor de Dios, sus designios de amor, sobre cada uno de nosotros y sobre todas sus criaturas.

La Palabra Viva del Padre es Jesús.

Dios nos habla por su Palabra viva el Hijo, Jesús de Nazaret, por la Sagrada Escritura y Tradición, interpretada por la Iglesia, Católica, Apostólica, Romana, y por las circunstancias personales y que nos rodean, ajenas a nuestra libre opción, decisión. Aplicando a tales medios y realidades nuestra mente, corazón y fuerzas fácilmente podemos discernir cuál es el proyecto, la voluntad de Dios: “Lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rm 12, 2), en cada jornada y en cada paso de nuestra vida.

Los proyectos de la Sabiduría Infinita son superiores a los proyectos humanos.

Precisamente por considerar y creer firmemente, lo que nos dice la Sabiduría infinita: "Porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos,  oráculo de Yahvé. Porque cuanto aventajan los cielos a la tierra así aventajan mis caminos a los vuestros y mis pensamientos a los vuestros". Asegurándonos, Dios mismo, que sólo el cumplimiento, aceptación plena de su Palabra, guardar su Palabra, y todo designio suyo es la garantía única de provecho y fecundidad en nuestras vidas. "Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelve allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé simiente al sembrador y pan para comer, así será mi Palabra, la que salga de mí boca que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envié" (Is 55, 8-11).

La mayor desgracia: no seguir la voluntad de Dios. Desoír a la Sabiduría Infinita.

Consideramos: Qué desgracia tan grande, qué despropósito y desfachatez fuera, no hacer caso a los pensamientos de Dios, no aceptar y seguir sus caminos y no escuchar, guardar y cumplir su Palabra de Vida, y preferir nuestro mezquino pensar, nuestros ridículos caminos y las palabras torpes y egoístas de los hombres, comparadas con la Sabiduría y Amor infinito de Dios.

Es por lo que, sin dar oídos al mundo, ni a la carne ni a la sangre con la fuerza con que nos lo dice y practicó Pablo: "Mas cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo para que le anunciase entre los gentiles —a todo el mundo— (¡cómo comprende Pablo que la vocación no es algo improvisado por Dios, sino algo proyectado, dispuesto y prevenido desde antiguo!), al punto sin pedir consejo ni a la carne ni a la sangre  [...] me fui a Arabia" (Ga 1, 15-16).

No os acomodéis al mundo presente.

Es lógica, también, la firme recomendación de Pablo: "Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos, mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios" (Rm 12, 2).

Evitar el mayor peligro: arriesgar mi única y breve vida, por intereses cortos y egoístas.

Es la razón de querer evitar el terrible peligro y temeridad mortal de seguir mis antojos y echar a la aventura de mis apetencias egoístas y mentecatas, de los intereses creados de familia o de los hombres, la única breve vida que Dios pone en mis manos, y de la que depende, también, la suerte temporal y eterna de muchos hermanos.

Solución: Obedecer libre y voluntariamente.

Por tanto, quiero depositar mis opciones y decisiones en las manos seguras de Dios y de María, sometiéndonos libre y voluntariamente al juicio y decisión prácticos, de unos amigos de Jesús, que de forma gratuita, desinteresada, y hasta sacrificada, buscarán no su interés, ni dar oídos a mis bloqueos de carne y sangre, sino el proyecto de Dios sobre mí, sus pensamientos y caminos, comprometiéndonos al apoyo mutuo para llevarlos a la práctica. Tal es el propósito máximo de regirnos por la obediencia, tal como hizo y nos enseño Jesús como objeto principal de su Encarnación, no actuando jamás por cuenta propia, ni hablando según el juicio, ni gusto personal, sino actuando siempre y hablando según el agrado del Padre, haciendo de la obediencia, su comida, su vida y su muerte y muerte de cruz (cf.  Jn 7, 17; 8, 38; 12, 50; 14, 10; 4, 34; 5, 30; 6, 38; 8, 29).

Regirnos por la obediencia, como Jesús.

Para obedecer en todo el plan de Padre vino Jesús en carne mortal y así con esta actitud y disponibilidad entró en el mundo, consumó y remató su vida en manos de los inescrutables designios del Padre del cielo, pasando por la terrible agonía de sudor de sangre (cf.  Mt 26, 36-46 y 27, 26).

“Por eso, al entrar en este mundo dice: Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He aquí que vengo porque, pues de mí está escrito en el rollo del libro (no es improvisado) a hacer tu voluntad!" (Hb 10, 5-7) “Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo" (Hb 10, 10). Y cuando Jesús tomó el vinagre dijo: “Todo está cumplido. Inclinó la cabeza y entregó el espíritu" (Jn 19, 28-30).

Jesús, obediente hasta la muerte de cruz.

Cuando Pablo nos exhorta a los seguidores de Jesús, verdaderos discípulos suyos, nos indica y manda: "Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo: El cual siendo de condición divina no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo, tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz" (Flp 2, 5-8).

La obediencia, medida del amor y medio de transformación en Cristo.

Porque la obediencia es la flor y nata, "la medida" del amor, la fórmula segura, el medio práctico y fiel de convertir todos nuestros actos internos y externos en Amor-Vida, y de transformar, cambiar, radicalmente todo nuestro Yo, todo nuestro ser en el Amor, en Cristo.

La oración: el mejor medio para discernir la voluntad de Dios y seguir a Jesús.

La oración es el mejor medio para descubrir, discernir la voluntad de Dios, y disponernos decididamente a practicarla y cumplirla con toda fidelidad. La obediencia es la cumbre de la perfección y de la santidad. Es el principal motivo de querer seguir a Jesús lo más de cerca posible, como único Camino, Verdad y Vida, negándonos y renunciando a nosotros mismos. Conforme nos indica y exige Él para que le sigamos de verdad y seamos con seguridad discípulos suyos.

Es un descanso, una gran paz y gozo, saber que amamos de verdad a Dios y a los hombres, nuestros hermanos —y por tanto que nuestra vida es fértil y de la máxima fecundidad— no cuando sentimos o no sentimos, no cuando gozamos o sufrimos, no cuando convertimos o no convertimos, hablamos o dejamos de hablar, estamos más o menos tiempo en la capilla o en el apostolado, sino cuando hacemos la voluntad de Dios. 

Amar es hacer su voluntad, con toda la mente, corazón y fuerzas.

Le amamos de verdad a Él y al prójimo, cuando hacemos su voluntad con toda nuestra mente, con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas. Esto es, cuando le obedecemos —escuchamos sus palabras y las ponemos en práctica— con una obediencia interna y externa, activa y responsable, pronta y fielmente.

Jesús vivió la obediencia al Padre en todo.

He ahí la esencia y seguridad de nuestro amor y de hacer de toda nuestra vida amor. Tal es el fin de nuestra oración: descubrir, querer y poder hacer la voluntad de Dios. 

Jesús nos pide esa obediencia superior a todo.

Así nos lo asegura el mismo Jesús que hizo de la obediencia al Padre, todo el sentir y vivir de su existencia mortal: "No todo el que me diga: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial: Muchos me dirán aquel día: Señor, Señor, ¿No profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios? Entonces les declararé: ¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad! Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será [...] y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica será […]" (Mt 7, 21-27).

El amor a Dios es obedecer su voluntad, sus mandamientos.

Así aseguraba Jesús su amor por nosotros: "Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea colmado" (Jn 15, 9-11). El verdadero gozo, así como el verdadero Amor está en la obediencia al proyecto, a la voluntad del Padre.

"Si me amáis, guardaréis mis mandamientos  [...] El que ha recibido mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama” (Jn 14, 15; 21). "Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando" (Jn 15, 14).

"Pues en esto consiste el amor a Dios, en que guardemos sus mandamientos. En este conocemos que amamos a los hijos de Dios, si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos" (1Jn 2, 2-3).

El sí es vida. El no es muerte.

Un no al amor, al proyecto de Dios, desencadena el mal y la muerte en el mundo. Un sí restauró el orden, el Amor-Vida (Rm 5, 12-21; 6, 1-14).

"Que la vida no sea sí y no. Cristo ha sido un sí" (2Co 1, 17-22).

"Sea vuestro lenguaje: Sí, sí; no, no: que lo que pasa de aquí viene el Maligno" (Mt 5, 37).

La Eucaristía: cumbre del amor obediente.

"Cristo aún siendo Hijo, con lo que padeció, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen" (Hb 5, 7-9). El Amor de Cristo hecho obediencia a los hombres en la Santísima Eucaristía: Y ahí, como en la oración de Jesús en Getsemaní, y en toda su vida, aparece, con relieve, la auténtica escala de valores de la vida espiritual. 

Obediencia: docilidad amorosa al Espíritu.

Es la vida guiada por el Espíritu Santo, en la que ocupa la cumbre de la perfección y de la santidad el cumplimiento fiel de la voluntad de Dios, con una total disponibilidad a la voz e insinuaciones del Espíritu Santo. Esta docilidad amorosa al Espíritu de Amor irá afinando más y más el oído, a los designios, en bien de toda la Iglesia, Cuerpo de Cristo, en el que el Espíritu, como alma en el cuerpo, atiende a toda su vitalidad. 

La obediencia irá afinando la sensibilidad y delicadeza con el Espíritu.

Nuestra creciente sensibilidad y delicadeza permitirá al Espíritu contar con nuestra respuesta pronta a las constantes urgencias y transfusiones de amor que irrigarán toda la Iglesia de Jesús con la vivencia generosa y feliz de nuestra Consagración a Dios y a su Iglesia en todas las partes del mundo. 

Prontos para secundar al Espíritu Santo en todo, como María.

De la oración extraeremos este manantial de Vida, y nos mantendrá, a la vez, prontos para secundar al Espíritu Santo en todo. También en aquello que no entendemos, no comprendemos y que humanamente nos cuesta querer y poder atender.

María, siempre a nuestro lado, nos contagiará la fuerza de su sí.

  1. UN SI AL AMOR - AL PADRE, ES UN SÍ A SER JESUS

Ser cristiano es seguir a Jesús, imitarlo 

Un sí a seguir a Jesús, imitándole hasta reproducirle, esto es ser cristiano. Amar es corresponder a la voluntad de Dios. Es secundar,  con toda la mente, corazón y fuerzas, el proyecto de Dios sobre mi vida y sobre la vida de los demás.

El proyecto de Dios: el hombre, discípulo de Cristo.

El proyecto y designio de Dios sobre el hombre está en que sea discípulo de Cristo, hasta reproducir vivencialmente al mismo Jesús con la máxima fidelidad: Es el fruto supremo anhelado por el Padre: "La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto y así seréis mis discípulos" (1Jn 15, 8). "El fruto es la santidad de una vida fiel a los mandamientos, especialmente al mandamiento del amor" (Nota de la Biblia de Jerusalén). Como afirma Jesús mismo (Jn 15, 12-17; Is 5, 7).

"Pues bien, viña de Yahvé Sebaot es la Casa de Israel, y los hombres de Judá son su plantío exquisito. Esperaba de ellos, Justicia, y hay iniquidad; honradez, y hay alaridos” (Is 5, 7).

"Yo te había plantado de la cepa selecta, toda entera de simiente legítima. Pues ¿cómo te has mudado en sarmiento de vid bastarda?" (Jer 2, 21).

Se trata de ser lo máximo: ser Cristo.

La fidelidad, pues, a nuestros sentimientos más profundos Vida-Amor (1), a tu genuino origen, tu vida procede del Amor (2) eres hijo del Amor; tu identidad, pues, es esencialmente amor (3), y tu mismo cuerpo fue consagrado morada de Amor (4); es la aspiración y búsqueda constante de tu corazón. Tu pan de Vida es Amor (5), que necesitas conocer para no desperdigar y atrofiar tu Vida tras falsos amores, para que des un no a los amores sofisticados y un sí al Amor verdadero (6). A fin de concretar acertadamente tu sí (7) al Amor no en hacer cosas, rezos o cumplimientos, sino en ser. El hombre vale por lo que es. La grandeza del hombre está no en tener o hacer, sino en el ser, y en ser lo máximo. Esto es Amor, Dios en participación, verdadero hijo de Dios, de su misma raza y naturaleza, ser otro Cristo (8). Este es el sentido, el significado de ser verdadero discípulo de Cristo y el fruto máximo que da mayor gloria al Padre. Es el ideal último y supremo del ser humano, la dignidad más alta del hombre.

El hombre, imagen de Dios.

Tal es el proyecto y designio del hombre, por parte del Creador, Autor y Padre verdadero y único del hombre: "Hagamos al hombre a imagen nuestra, según nuestra semejanza [...] Y creó Dios al hombre a imagen suya: a imagen de Dios le creó; así al hombre y a la mujer" (Gn 1, 26-27).

Jesús, imagen del Padre.

Ahora bien, la imagen primigenia de Dios, la imagen perfectísima es el Hijo, segunda Persona de la Santísima Trinidad, engendrado por el Padre antes de todos los siglos, Dios verdadero, consubstancial al Padre.

Jesús, modelo del hombre.

El hombre, creado, pues, a imagen de Dios, significa el hombre conforme a la imagen única perfecta, que es el Hijo. La suprema realización y perfección del hombre, la suprema gloria del Padre en el hombre, es pues, la realización en sí mismo del modelo Jesús. Es la razón más alta del seguimiento de Jesús y de la insistente llamada a ser discípulo suyo. Y esta es la vocación única, en función de la cual se toman y entienden todas las demás vocaciones, mediaciones y carismas. 

La vocación única: ser Jesús.

Esta es la vocación única y real, la genuina y suprema de todo cristiano. Las demás mediaciones, llamadas vulgarmente vocaciones: si franciscana, jesuitina, carmelita. Opus o Verbum, no son más que medios para hacerme lo más semejante a la única imagen de Dios, el Hijo, segunda Persona de la Trinidad. Precisamente por este único fin se encarnó: para que conociéndole visiblemente le pudiéramos imitar y reproducir todos con la máxima fidelidad. Por esto, nos llama a todos a ser sus discípulos, de toda raza, pueblo y nación, sin acepción de personas ni discriminación alguna. 

La vocación y misión del discípulo de Cristo: Hacer discípulos.

Y este es el núcleo vital y objeto principal del llamado personal y envío o misión de todos sus discípulos: "Id y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo [“Yo les he dado a conocer tu nombre. Esto es, tu ser, tu identidad, que es Amor” (Jn 17, 26)]…y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado”; esto es, que sean Amor (Mt 28, 19-20). Es por esto que no podemos entender por apostolado cualquier predicación y catequesis, so pena de abusar de nuestros oyentes, engañándoles, dándoles gato por liebre, siempre que no les enseñamos a ser verdaderos discípulos de Jesús. 

Supone ser Cristos auténticos.

Y este es también el apostolado que a nosotros nos conviene y que necesitamos para ser discípulos, apóstoles de Jesús, que nos obliga a ser auténticos Cristos. Porque las gentes serán lo que seamos nosotros, no lo que digamos y aparentemos. 

Contemplar amorosamente a Jesús hasta reproducirlo 

Necesitamos orar de verdad, contemplarlo, larga y profundamente centrando en Él mente, corazón y fuerzas; no sólo para adorarlo, admirarlo y reverenciarlo, sino sobre todo para imitarlo hasta reproducirlo con todo y en todo nuestro ser, que por esto, principal y finalmente, hemos renunciado a todo, a todos y a nosotros mismos, para estar sólo pendientes de Él y centrados sólo en Él, para reproducirle hasta ser sólo Él.

Así pues, nos ideó el Padre en su Imagen perfecta, en su Hijo, Cristo, antes de la fundación del mundo: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones en Él antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia en el amor, eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la que nos agració en el Amado” (Ef 1, 3).

Razón y necesidad de ser otro Cristo.

He ahí, pues, la razón y la necesidad de que nuestra vida, como la de todo hombre, creado a "imagen" de Dios, sea Cristocéntrica, y que la gloria del Padre, y la labor santificadora del Espíritu Santo, se centren en ver en nosotros la imagen perfecta del Padre, según Jesús, formando de nosotros otro Cristo. Por lo que nuestra vida se concibe, se gesta, se forma y perfecciona en Cristo, por Él y con Él. Y por medio de su misma Mamá, verdadera Madre de todos los hijos de Dios.

El designio de Dios: reproducir la imagen de su Hijo.

Así interviene Dios en todas las cosas en bien de los que le aman, esto es, de los que dan su sí a sus máximos proyectos de amor acerca del ser del Hombre; de aquellos, pues, que han sido llamados según su designio: Tal es, pues, su designio fundamental sobre el hombre, el designio verdadero de Dios sobre cada uno de nosotros, sobre el que pone en juego su amor, poder y saber infinitos, la misión del Hijo y del Espíritu Santo; así como la misión de todos los discípulos, apóstoles, misioneros de Jesús. Tal designio fue y es, que a los que de antemano conoció, como hijos en el Hijo, creados a su imagen; esto es, conforme a su ser engendrado en el Hijo, a éstos los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera Él el primogénito entre muchos hermanos; y toda su obra creadora y redentora gira y se centra en este maravilloso designio de formar a Cristo en todos y cada uno de los hombres. Por esto prosigue la Palabra de Dios: "Y a los que predestinó, a éstos también los llamó; y a los que llamó, a ésos también los justificó, los hizo justos, santos, como Él es santo; a los que justificó a esos también los glorificó" (Rm 8, 28-30).

Ser Jesús, vocación suprema de todo hombre.

"Los glorificó: Dios todo lo ha ordenado a la gloria que tiene destinada para sus elegidos. La gloria temporal y eterna, máxima y suprema del hombre, y de Dios por él, estará en proporción al amor que haya vivido el hombre en este mundo y vida mortal, esto es, en la mayor semejanza que haya conseguido con respecto y referencia a la imagen perfecta del Amor del Padre, del ser de Dios, que es Amor. Esto es, en su mejor reproducción de Jesús, vocación suprema de todo hombre. En orden a esa gloria son los hombres llamados a la fe y justificados por el bautismo. Bautismo que debe ser opción libre y voluntaria de todos y cada uno, como apuntaba Jesús a sus discípulos, ya en el primer encuentro con ellos: Así a Santiago y Juan (cf.  Mc 10, 35). Y que por este mismo proceso mandaba hacer discípulos a todos: Bautizándolos (Mt 28, 19; Nota Biblia de Jer. a Rm 8, 30).

Ser cristiano: repetir a Cristo con nuestra vida.

Somos, pues, cristianos en la medida en que repetimos al vivo en nuestras vidas los misterios de la vida de Jesucristo, en la medida en que reproducimos vivencialmente en nosotros a Cristo.

El verdadero seguimiento de Jesús es un cambio interior de todo mi ser.

El error puede estar en un seguimiento teórico —o superficial— exterior o según la letra o arbitrariamente al capricho del hombre, sin fijarse y atenerse debidamente al ser de Jesús. El verdadero seguimiento de Jesús, su imitación y reproducción hasta una real transformación en Él, no puede consistir en palabras ni apariencia exterior, de traje, caras, vestir y comer, sino en un verdadero cambio interior y esencial de todo nuestro ser. 

Bautismo de muerte y resurrección.

Cambio del ser anterior del hombre viejo, por el hombre Nuevo. Verdadero Bautismo de muerte y resurrección en Cristo. Un verdadero nacer de nuevo del agua y del Espíritu (cf.  Jn 3, 3-6). Bautismo por el que uno muere a la carne y sus apetencias y frutos, para vivir según el Espíritu Santo y sus frutos con la verdadera efusión del Espíritu Santo, Señor y Dador de la Vida Nueva, del hombre Nuevo, según y conforme a Cristo en nosotros; consiguiendo la misma meta y triunfo de Cristo en Pablo que podía exclamar: "En efecto, yo por la ley, he muerto a la ley a fin de vivir para Dios; con Cristo estoy crucificado y vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Ga 2, 19-20).

La persona de Cristo es Amor.

Para así poder dar con nuestra verdadera meta e ideal supremo: Cristo, máximo ideal, designio y proyecto del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, sobre cada uno de nosotros, es preciso tener siempre presente, que el ser vital que debemos y queremos reproducir de Jesús, de la Persona de Cristo, es Amor, es el Amor, el Amor-Vida de Dios al que es preciso nacer o resucitar; porque Dios, a cuya imagen y semejanza hemos sido creados y de cuya naturaleza y semejanza participamos, es Amor, del que somos verdaderos hijos, siempre que amamos en su mismo Amor, por Cristo, con Él y en Él.

Misión del apóstol: formar otros Cristos.

Tal es la misión trascendente, la maravillosa labor del apóstol-misionero de Cristo: Formar en los hombres a Cristo, de acuerdo a la copia, imitación perfecta, reproducción fiel que el mismo apóstol ha conseguido de Jesús, en su propia vida, en carne propia; a fuerza de repetir en su cuerpo y espíritu, en su propia persona, los misterios de la vida de Jesús, resumido en su Misterio Pascual de muerte y Resurrección: Así la expresión de Pablo, el Gran Apóstol de Cristo: "Hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros" (Ga 4, 19).

¿Cómo formar auténticos discípulos? Que nos puedan imitar.

Y para esta sublime tarea de todo verdadero apóstol-misionero de Cristo —para conseguir este mejor fruto, el único que da verdadera gloria al Padre— al formar auténticos discípulos de Cristo, no hay método ni camino mejor, que el que practica y nos enseña el mismo Pablo: que nos puedan imitar, con la seguridad de que si nos imitan vivencialmente seguirán a Cristo y se transformarán en Él, reproduciéndole fielmente; y revelando así, a todas las gentes, el genuino rostro de Dios, de la Religión. "Sed pues, imitadores de Dios como hijos amados" (Ef 5, 1). Y para ello, para seguridad de acierto y garantía de vuestra identidad cristiana y verdaderos discípulos de Jesús: "Sed imitadores míos, así como yo lo soy de Cristo" (1Co 11, 1).

Gran responsabilidad de orar atentamente.

Tremenda responsabilidad que nos obliga a orar atentamente, contemplar amorosamente a Cristo para reproducirle en su mismo Ser-Amor en todo nuestro ser, hasta ser verdaderamente Él y solo Él, en todo nuestro ser y existir. 

Ser copia fiel de Jesús.

De tal manera debemos ser copia fiel, viva, personal, de Jesús que hagamos de toda nuestra vida una "humanidad de añadidura" de Cristo, una "humanidad de recambio" que personifique con lealtad y sinceridad a Cristo. 

Con la misma misión de Jesús.

Con tal de poder responder a la alta misión que el mismo Jesús nos confió que no es otra que su misma misión. Es la misión por la que antes hace oración al Padre: "Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo” (Jn 17, 18) y que a continuación manda a sus discípulos: "Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20, 21). "Y por ellos me consagro a mí mismo, para que ellos también sean consagrados en la verdad" (Jn 17, 19).

"Yo os aseguro: el que cree en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre, y todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré" (Jn 14, 12-14).

Nuestra misión: que vean a Jesús en mi vida.

Y nuestra misión tiene como primer cometido revelar, de la forma más convincente, el verdadero rostro de Dios a todas las gentes, dejándoles la seguridad y garantía de representar fielmente a Jesús, como Él representaba perfectamente al mismo Padre: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14, 8).

Para esto, precisamente, para ser verdadero sacramento del Padre y de Cristo. Así Jesús, como el Padre, nos insistirá, cada día, máxime en el Sacrificio Eucarístico: "Sed, pues, perfectos como es perfecto vuestro Padre del Cielo" (Mt 5, 48).

"Habló Yahvé a Moisés diciendo: «habla a toda la comunidad de los hijos de Israel y diles: Sed santos porque yo Yahvé vuestro Dios soy santo»" (Lev 19, 1-2). "Hasta que lleguemos al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13).

Comulgamos para llegar a ser lo mismo que recibimos.

Hasta tal punto que la Iglesia orienta también los sacramentos y la liturgia a esta transformación en Cristo: "Comulgamos para pasar a ser lo mismo que recibimos" (LG 26).

Necesidad de la Mamá para ser Jesús.

Y es cuando, uno descubre el maravilloso ideal cristiano a ser otros Cristos, cuando descubre igualmente la necesidad imperiosa de la Mamá; para que también la que formó a Cristo, Jesús de Nazaret, nos forme también a nosotros según Él. Porque la humildad es andar en verdad. Humildad no es minimizar las verdades, sino estimarlas en su verdadero relieve: La sublime Verdad de tamaño y talla sobrehumana, de nuestro verdadero ideal —hasta la altura de ser Jesús— reproducción de Jesús de Nazaret. Junto a la otra verdad de nuestra humana limitación de no poder, por la propia fuerza, ni decir a Jesús: Señor. Por lo que se hace imprescindible ir de la mano de la Mamá, Madre de la Verdad. María de Nazaret.

  1. EL REINO DE AMOR

La ignorancia vivencial de la vida de Cristo en nosotros, principal causa del mal.

La ignorancia teórica y práctica, de la letra y más del espíritu, de la doctrina cristiano teología, y más aún la ignorancia vivencial acerca de la Vida de Cristo en nosotros, es la principal causa de los males que sufre la humanidad.

Porque el "conocimiento" de la Verdad y de la Vida auténtica, genuina, de los hombres, personal y comunitariamente establecida por Dios, en la creación del hombre y de la humanidad, nos impulsa y atrae, nos congrega y nos une en una misma y sola Vida-Amor, que hace de todos Uno, en Cristo.

Dios uno en tres personas.

Como Uno es Dios en tres Personas, del cual procedemos y al que nos dirigimos, como destino supremo; y en el que nos movemos, existimos y somos, porque somos de su linaje, de su misma raza (cf.  Hc 17, 28). Somos verdaderamente hijos suyos, participantes de su misma naturaleza (cf.  1Jn 3, 1; 2Pe 1, 4), de la naturaleza de nuestro Dios, que es amor (cf.  1Jn 4, 8 y 16).

Somos creados a imagen y semejanza de Dios-comunidad de amor.

De manera que al no amarnos los unos a los otros, y al no vivir solidariamente en sincero amor comunitario, no vivimos nuestra identidad. Yo diría que, más que por malicia, es por la ignorancia vital, de nuestra verdadera identidad, comunitariamente vivencial, en que Dios nos creó. Porque ciertamente Él nos creó a su imagen y semejanza: De tres Personas que forman un solo Dios, una sola naturaleza que es Amor: Tres personas unidas en un solo Amor-Vida. De cuyo Amor-Vida procedemos, vivimos y convivimos en Dios y como Dios. "En un solo rebaño congregó a las ovejas dispersas" (Ez 34, 11-16).

En Cristo Cabeza estamos todos unidos en la misma vida de Dios.

Comprendemos, pues, la ilusión suprema de Jesús que nos viene a salvar, a situarnos en nuestro estado de justicia original, de Amor comunitario, tal como Dios nos creó y quiso unirnos en Cristo, antes de la fundación del mundo, como dice en (cf.  Ef 1, 3-4).

Cristo nos redime de la ausencia del amor-vida.

"Haciendo que todos tengamos a Cristo por Cabeza. Y en Él, unirnos a todos en una misma Vida, en un mismo Amor, que es la misma vida de Dios: Y en esto consiste la Redención de Cristo: en rescatar al hombre de su desintegración personal y consiguiente ruptura y disgregación comunitaria, social, que degenera al hombre, y arruina la sociedad humana. Hay que sacar, pues, al hombre y al mundo de ese caos e infierno en que la ausencia de Amor-Vida le ha desmoronado; y reconstruirlos con su Reino de Amor, de justicia y paz.

Jesús ora al Padre: “Que todos sean uno como nosotros”.

Por esto, se comprende la intensa oración de Jesús al Padre en la que resume su esfuerzo redentor del hombre y sus ansias infinitas de reintegrar al hombre, y a toda la humanidad, a su verdadero estado original de amor perfecto en Dios y como Dios: Fijémonos en la oración de Jesús: "Padre Santo que todos sean uno, que sean uno en nosotros [...] que sean uno como nosotros somos uno [...] que sean perfectamente uno [...] que el Amor (comunitario) con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos" (Jn 17, 21-26).

Iglesia significa comunidad de vida-amor de Dios.

A este fin fundó Jesús la Iglesia, que significa Comunidad-Congregación. Estado comunitario de Vida en el Amor de Dios. La Iglesia, esta Comunidad de Vida de Amor, nacida del mismo Amor-Vida de Dios, del costado abierto de Jesús, fue inaugurada el Día de Pentecostés con la efusión de la misma Vida de Dios —el Amor trinitario, que fue derramado en los corazones de los primeros cristianos— por el Espíritu Santo (Rm 5, 5; Hc 2, 14). “Cristo, Cabeza suprema de la Iglesia –que es su cuerpo— la plenitud del que lo llena todo en todos” (Ef 1, 23).

La Iglesia: misterio del amor entrañable de Dios.

He ahí, pues, el misterio de Amor; del Amor entrañable de nuestro Dios: La Iglesia, cuyas piedras vivas somos nosotros, fundados en el único cimiento. Cristo, para formar un solo edificio en el Amor del mismo Dios y constituir el verdadero templo sagrado de toda la Humanidad, Pueblo de Dios. 

Vosotros sois piedras vivas, Cristo es el cimiento.

Así nos lo revela Dios en la primera carta de Pedro 2, 5: "Vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo (ya desde el Bautismo) para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo. Sois un linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado, de las tinieblas a su admirable luz, vosotros que en un tiempo no erais pueblo y que ahora sois Pueblo de Dios" (1Pe 2, 4-10).

"Y nadie, dice Pablo, puede poner (a este Pueblo) otro cimiento que el ya puesto, Cristo" (1Co 3, 11).

La primera Iglesia: expresión viva del Amor-Vida de Dios.

Así pues, en esta unidad —en Cristo— en esta Comunidad de Amor se inició, la única y verdadera Iglesia de Cristo, tal como nos refiere la Historia de los Hechos de los Apóstoles: "La multitud de los creyentes, no tenían sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo lo tenían en común. Los apóstoles daban testimonio con gran poder de la resurrección del Señor Jesús. Y gozaban todos de gran simpatía. No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casa, los vendían, traían el importe de la venta, y lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartían a cada uno según sus necesidades” (Hc 4, 32-35).

Formamos un solo cuerpo, unidos vitalmente en la Cabeza: Cristo, y entre nosotros.

Mas, esta primera Iglesia, la genuina Iglesia de Jesús, es la revelación y sacramento de la verdadera comunidad de Vida divina, invisible a los ojos humanos, que es la misma Vida de Dios, que en Cristo nos une a todos, en comunión vital del mismo Amor-Trinitario de Dios, hasta formar de todos y entre todos una misma Vida: Un Solo Cristo, constituyendo un solo Cuerpo —cuya Cabeza— es el mismo Jesús y nosotros miembros unidos vitalmente en la Cabeza Cristo y entre nosotros. Conectando, así, unos con otros, y entre todos, la misma Vida de Cristo, que es la Vida misma de la Trinidad. Así, somos y formamos, como dice Pablo: "Un solo Cuerpo y un solo Señor, como una sola es la esperanza a que habéis sido llamados: Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos y que está sobre todos y en todos" (Ef 4, 1-6). "Así, Dios, nos ha elegido en Cristo, antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia en el amor, eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo" (Ef 1, 3-5).

Nuestra vida eterna es comunitaria.

De ahí que nuestra vida espiritual, inmortal, eterna, de la gracia, que es Amor, el Amor-Vida misma de Dios, la vivimos, desarrollamos y compartimos comunitariamente; como decimos en la Misa: "Por Cristo, con Él y en Él". Y éste es el gran Misterio, el gran sacramento, el gran matrimonio que Cristo ha querido hacer con todos los hombres, y con cada uno de nosotros, más que una sola carne (cf.  Ef 5, 32). Porque comparte y convive su mismo Amor-Vida, la misma Vida de la Trinidad en nosotros, con nosotros y un solo Espíritu, una sola y misma Vida de Amor.

Y es en esta Iglesia de Jesús viva, en esta congregación vital de todos los cristianos, e hijos de Dios, en este Cuerpo Místico de Cristo, en donde, formando todos uno, gestamos, desarrollamos, compartimos y propagamos nuestra Vida divina, inmortal-eterna.

En el Cuerpo Místico de Cristo, todos compartimos la misma vida divina.

Así lo describe San Pablo: "Vosotros, nosotros, todos somos el Cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte [...] Pues, del mismo modo que el cuerpo —humano es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un solo cuerpo, judíos, y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu [...] Ahora bien, muchos son los miembros, mas uno el cuerpo. Y no puede decir el ojo a la mano: ¡No te necesito! Ni la cabeza a los pies: ¡No te necesito! [...] Si sufre un miembro todos los demás miembros sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en su gozo” (1Co 12, 12-27).

Unidad en la pluralidad y diversidad de miembros.

"En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Ga 3, 27-28).

"Todo, dice el Apóstol, es sombra de lo verdadero, de lo espiritual, de lo divino, de la Vida eterna; pero la realidad es el Cuerpo de Cristo. (Reino, vivencia y convivencia real en el Amor uno, único de Dios en Cristo). Que nadie os prive de él, prefiriendo las mortificaciones, devociones, piedad tonta, superstición sentimental, sensiblera, sin mantenerse unido a la Cabeza de la cual todo el Cuerpo, por medio de junturas y ligamentos, recibe nutrición y cohesión, para realizar su crecimiento en Dios" (Col 2, 16-19).

Somos vitalmente solidarios. 

Tal es la solidaridad vital en que Dios nos ha constituido, como status —modus vivendi—, convivencia en un solo y mismo Amor, dependientes todos de la Cabeza y dependientes vitalmente unos de otros, como miembros de un mismo Cuerpo. De tal manera, que si no convivimos, en el Amor mismo de Cristo, no vivimos, si no lo compartimos, no lo participamos, y si no comulgamos esta comunión vital de su Amor, no comulgamos el Amor de Cristo.

Dependientes de Cristo. Dependientes unos de otros.

Esta sublime, inefable realidad vital del hombre, la auténtica Vida y convivencia de la Vida inmortal, eterna, nos la revela el mismo Jesús, de forma sencillísima, adaptada a las personas de su tiempo: (Es todo el cap. 15 de Juan): "Yo soy la vid verdadera y vosotros los sarmientos —las ramas—  [...] Permaneced en mí, como yo en vosotros, lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí [...] El que permanece en mí, como yo en él, ese da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 1-5). 

Si no convivimos, no vivimos.

Como la radio, la televisión, unión, conexión, comunicación con todo el universo, Teledirección de extremos de la tierra.

La vida de la Iglesia, de cada miembro, es la misma vida de Dios.

Lógicamente —la Vida de este cuerpo— de esta Iglesia, como la vida de cada miembro, de cada uno de nosotros, es la misma Vida de Dios, el Amor, el mismo Amor-Vida de Dios.

Estamos vitalmente comunicados; formamos una cadena vital.

Ahora bien, así como la Vida de muchos miembros del cuerpo depende de la vitalidad y salud de los miembros más principalmente vitales, así también Cristo provee a todos los miembros con la aportación, comunicación de unos miembros con otros. 

Si yo no amo en Cristo, muero y mato a los demás.

Unos son alimentados abundantemente y reciben la vida de muchos para asimilarla y repartirla a los demás; como la mamá procura, busca, come y asimila la vida que da al niño, su salud, afectividad, robustez, gozo y alegría depende de la vitalidad de la mamá. Así que si yo no amo en Cristo, muero y mato a los demás (1Jn 3, 1-40).

La oración verdadera: la unión amorosa con Cristo da vida a todo el Cuerpo.

He ahí la aportación inmensa, por generaciones, de las almas unidas a Cristo, como los sarmientos a la vid, las almas orantes, ya que, es en la oración verdadera, unión amorosa con Cristo, de donde procede el Amor-Vida de toda la Iglesia, como decía Pío XII, en la riquísima encíclica sobre el Cuerpo Místico de Cristo: "Es algo que no meditaremos nunca suficientemente: cómo la salvación de muchos depende de las oraciones y voluntarias mortificaciones de unos poco.” Es lo mismo que afirma el gran profeta de nuestro tiempo, Monseñor Helder Cámara: "Dios pensando en muchos se dirige a unos pocos".

"Siendo, pues, sinceros en el amor, crezcamos en todo hasta Aquel que es la Cabeza — Cristo— de quien todo el cuerpo recibe trabazón y conexión por medio de toda clase de junturas que llevan la nutrición, según la actividad propia de cada una de las partes, realizando así el crecimiento del cuerpo para su edificación en el amor" (Ef 4, 15-16).

"Para edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de fe, del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado del hombre perfecto, de la madurez de la plenitud de Cristo (Ef 4, 12-13).

Mi vocación es el amor.

Somos realmente de esos pocos llamados, a quienes se ha dirigido Dios y sigue dirigiéndose insistentemente para dar salud, realmente eficaz a este mundo sin Amor, sin Vida. Esta es nuestra vocación, como decía Teresa del Niño Jesús: El Amor. En este Cuerpo de Cristo, decía, yo seré el corazón, seré el Amor. 

Un hogar inmenso supone amor paterno y materno, responsabilidad de la vida de los hijos de Dios.

De nosotros depende, pues, la Vida de muchos: Un hogar inmenso en espera de un Amor generoso, de padre y madre, que se responsabilice de la Vida y salud de los hijos de Dios. Para esto no ha llamado Jesús. Yo tengo la culpa. Como el padre y la madre, con o sin responsabilidad.

¿Cómo está hoy el Cuerpo de Cristo? ¿Cómo está hoy el Cristo Verdadero, el real Cristo viviente, doliente de hoy? ¿Con qué Cristo oro, hablo, adoro? ¿A qué Cristo vivo, me entrego y sigo? ¿A qué Cristo amo?

Este es el Cristo que nos necesita, que nos reclama, que nos grita: Tengo sed, tengo hambre, siento frío, estoy enfermo, me matan, me estoy muriendo. Esto es la auténtica vocación, la verdadera llamada a la que no se puede volver la espalda y hacer el sordo o el desentendido. Y este Cristo es el punto de mira, y de aplicación generosa, total, irrefrenable de nuestra misión de Amor. Qué me dice la Cabeza, Cristo, en mi oración y diálogos profundos y prolongados, en los que descubro sus procesos de gravedad de agonía o de muerte, en el más terrible abandono. "Porque, hieres al pie, dice Agustín, y habla la boca".

  1. LA FRAGUA DEL AMOR

La sensibilidad por el amor no se pierde

Jamás perdemos la sensibilidad por el Amor. Más aún, crece en interés e ilusión, al paso de los días.

Nos atrae y seduce hacer de nuestra vida amor-vida.

Celebramos el ser agua de esa fuente, piedra de esa cantera y joya de esa mina del Amor. Ambicionamos ser colmados de Amor. Y el mismo Amor nos empuja a amar, con ansias de compartir Amor-Vida eterna con todos los hermanos. Nos seduce y fascina poder hacer de nuestra Vida, Amor, ser donantes de Amor-Vida, hasta poder transformar nuestra vida en Cristo —sacramento divino— humano del Amor-Palabra del Amor infinito. Y ser, por Cristo, con Él y en Él, Camino, Verdad y Vida-Amor para generaciones y para todos los hombres.

Hay un abismo entre el proyecto de Dios y nuestra realidad.

Mas al experimentar nuestro pasado y nuestra realidad actual, casi no osamos levantar la cabeza para contemplar esas maravillosas perspectivas que colmarán las mayores ambiciones y ansias del corazón más ilusionado por la grandeza y el bien.

Media un abismo entre el proyecto asombroso e inefable de Dios, la mirada seductora de Jesús y nuestra terrible miopía y mezquindad. ¿Cómo salvar tal desproporción y distancia que separa nuestra situación real personal y la llamada insistente y también irrenunciable de Jesús?

¿Cómo salvar este escollo?

Jesús, que es la Luz, la Verdad, el Camino y la Vida, no deja de ver la misma dificultad, humanamente insalvable e imposible para el hombre. Pero posible, fácil y necesaria de ser superada para Dios. Porque nada hay imposible para Dios. 

Jesús nos invita a creer en él.

Sólo nos pide querer, creer en Él, fiarnos de Él, adherirnos a sus proyectos de Amor: "Para los hombres eso es imposible, mas para Dios todo es posible" (Mt 19, 26; cf.  Mc 10, 27; Lc 1, 37; Lc 18, 27; Mc 9, 23). "Todo es posible para el que cree". El que cree en Jesús tiene Vida eterna, el que cree en el Hijo tiene vida eterna (Jn 3, 14 y 36). "Yo os aseguro que el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago y hará mayores aún" (Jn 14, 12).

Dejar, pues, mis proyectos, mis planes, aficiones y gustos humanos, a nivel de tierra y de tumba me resulta un sueño irrealizable, aunque me fascina la mirada y perspectiva de Jesús. Como al gusano pudiere presentársele absurdo volar y pasar a ser algo muy distinto y casi opuesto a su realidad vital. O como a la semilla pequeña, insignificante transformarse en un árbol frondoso, inmenso.

Jesús nos invita a nacer de nuevo. 

Por esto Jesús nos habla de inmediato de nacer de nuevo (Jn 3, 3) y de un Bautismo (Mt 20, 22). La palabra de Dios en Pablo nos explica esta maravilla de la Gracia y de la nueva Vida que Dios nos da a todo el que quiere: "¿Qué diremos pues? ¿Que debemos permanecer en el pecado para que la gracia se multiplique? ¡De ningún modo! Los que hemos muerto al pecado, ¿cómo seguir viviendo en él?, (el pecado es un no a Dios, a Jesús, al Espíritu Santo). ¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una Vida nueva? Pues si en otros tiempos ofrecisteis vuestros miembros como esclavos a la impureza y al orden hasta desordenados, ofrecedlos igualmente ahora a la justicia para la santidad. Pues cuando erais esclavos del pecado (de no a Dios, de una vida mediocre, infierno, dice Sta. Teresa), ¿qué fruto cosechasteis entonces de aquellas cosas que al presente os avergüenzan? Pues su fin es la muerte. Pero al presente, libres del pecado y esclavos de Dios, fructificáis para la santidad y el fin, la vida eterna. Pues el salario del pecado es la muerte; pero el don gratuito de Dios, la vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rm 6, 19-23).

Jesús sólo me pide un sí a través del diálogo esponsalicio, comprometido.

He ahí, pues, que Jesús se presta y se brinda ilusionadísimo a realizar Él, y por su Espíritu, el proyecto del Padre totalmente imposible al hombre. El hombre, por su parte, sólo tiene que aceptar, dar un sí, como María, a la decisión amorosa de Dios; ponerse de acuerdo con Dios, a través de un diálogo interpersonal, comprometido, de hijo, de amigo, esponsalicio, de apóstol, misionero, íntimo de Jesús.

Nos da la clave: permanecer en su amor.

Porque Jesús nos lo recuerda con toda claridad y para evitarnos disgustos y frustraciones que podemos y debemos evitar para no llevar una vida estéril, infecunda, mediocre, derrotista y triste, tal vez cargada de angustia: "El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada [...] Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis" (Jn 15, 5-7). "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros y os he destinado a que vayáis y deis fruto y un fruto que permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda" (Jn 15, 16). Da Jesús por adelantado, que de nuestra parte, hemos de pedir: "Rogad al dueño de la mies" (Mt 9, 38).

Pablo se experimenta incapaz.

Pablo experimenta la imposibilidad total de su parte para vivir y propagar la Vida sobrenatural: "Nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu" (1Co 12, 3). Igualmente Pedro, no puede seguir a Jesús y vencer la tentación, el miedo, la cobardía cuando no ha acudido a la oración: conforme le indicaba y recordaba Jesús: "Velad y orad, para que no caigáis en la tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil" (Mt 26, 41).

Clave: Todo lo puedo en Cristo.

Mas, como dice el mismo Pablo: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece" (Flp 4, 13).

La oración es la clave.

El secreto, pues, y la clave, de nuestra perfección, santificación, transformación en Cristo y apostolado, está en la oración: "Si el Señor no guarda la ciudad en vano vigila el guardia, si el Señor no construye la casa en vano se afanan los constructores. En vano madrugáis  [...] " (Sal 127). "Yo os aseguro, dice Jesús: todo cuanto pidáis, con fe en la oración, lo recibiréis" (Mt 21, 22).

"Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; al que llama se le abrirá y el que busca encuentra. ¿Qué padre hay entre vosotros que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra? […] ¡Cuánto más el Padre del Cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!" (Lc 11, 9-13).

Acudir a la oración para llenar nuestro corazón.

Acudir a la oración ante cualquier problema y dificultad. Le preguntaban a Jesús en privado sus discípulos ¿por qué no pudimos nosotros expulsar este demonio? Les respondió: Esta clase de demonios no pueden ser arrojados sino con la oración y el ayuno.

Acudir a la oración para colmar nuestro corazón y superar las dificultades de todo género: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré […] "Tomad sobre vosotros mi yugo" (Mt 11, 28-30). "¡Oh, vosotros los sedientos!" (Is 55, 1).

El amor, fruto de la oración.

El Amor es el primer y principal fruto de la oración, que logra mover la voluntad. Puede que en la oración uno no consiga lo que pide, pero el fruto de la oración logrará cambiar la actitud, categorías y escala de valores del que ora. Como Jesús en Getsemaní.

La oración es poder transformarme en amor.

La oración tiene un poder transformante: Como transforma el fuego a la chatarra. Como fragua que transforma todo nuestro ser en Amor.

El por qué de un mes de oración, de tres horas de oración, de una vida de oración, de enseñar orar. La razón está sobre todo en el poder transformante y plenificante y santificador de la oración bien hecha. Es la asimilación de Amor de Dios, por la aceptación de su querer, gusto e interés, y el cambio de su Amor por nuestro querer, gusto e interés, el cambio del odio y egoísmo por el amor, del yo por Cristo.

"Qué gran obra hace el Amor, después que lo conocí, que si hay bien o mal en mí, todo lo hace de un sabor y al alma transforma en sí” (San Juan de la Cruz). De ahí que el discípulo de Jesús, el apóstol y misionero es primero el hombre para Dios y desde ahí, el hombre para los demás.

El misionero como Jesús: persona de oración.

El misionero, como Jesús, a quien representa, es la persona orante, será verdadero apóstol en la medida de su oración.

"Es algo que nunca meditaremos suficiente: cómo la salvación de muchos depende de las oraciones de unos pocos".

Santa Teresa del Niño Jesús, monja contemplativa, sin embargo es patrona de las misiones.

Dar a los otros lo contemplado. Dar a la oración, meditación, contemplación, un interés y tiempo no inferior al que damos a la predicación. Y dar a la oración las primicias de nuestra inteligencia, de nuestro corazón y de nuestra fuerza, de nuestro tiempo y de cada jornada.

La oración humilde, confiada, esforzada, delicada, profunda, prolongada. No cuando quiera, sino cuando debo. Cada día y a todas horas.

La oración, alimento y crecimiento de nuestra fe.

La oración es el mejor alimento y crecimiento, desarrollo de nuestra fe. La mejor y más eficaz obra de Fe para avivar abundantemente la fe, que sin obras está muerta.

La oración, cordón umbilical de la vida divina.

La oración viva, atenta, prolongada es la mejor propagación de fe y el mejor testimonio de Fe. La oración es el mejor medio para la asimilación del Amor como el cordón umbilical de la Vida divina. El ejercicio de la unión vital con Dios. El hombre desde su nacimiento está llamado al diálogo con Dios.

No es que Dios requiera de nuestras oraciones para darnos lo que necesitamos. Pero, nos llama a ir con Él para podernos dar su Vida, darse a sí mismo, que vivamos de Él, que es la Gracia de las Gracias, para que gustemos y experimentemos "cuán bueno es Él", no le dejemos por las criaturas, sino que nos veamos libres de todo, de todos y de nosotros mismos.

Y por la contemplación demos a Cristo a los demás, demos la Vida en abundancia. Entreguemos lo contemplado. La Palabra viva el Amor-Vida de la Trinidad.

La oración, luz de mi pecado y fuego que lo cauteriza.

La oración es la fragua del Amor, encuentro que es ponerse en diálogo con el Amor, el Espíritu de Amor, para que le permita, forjar mi ser, según la imagen de Jesús. Es principalmente en la oración, que viene a ser como una gracia actual que se prolonga a lo largo del ejercicio de oración, en donde uno, a la luz del fuego descubre sus pecados y defectos, imperfecciones y vicios. Y, a la vez, recibe el calor suficiente para extirpar todo afecto desordenado, y doblegar todo orgullo y autosuficiencia, cauterizando todo tumor que corrompe y malogra el Amor.

La presencia del Señor, especialmente aceptada y atendida en el ejercicio de oración aplica, en la persona que con fe se le acerca, el efecto semejante a la santificación del Bautista (Jn 1, 14) y al de la mujer hemorroísa, que con fe tocó la orla de su vestido (Lc 8, 43-48).

  1. INCONSCIENCIA DE LA VIDA-AMOR (En cada uno de nosotros)

Nuestra vocación es seguir a Jesús según el Evangelio.

En el número 45 de los Estatutos Verbum Dei leemos: "A todos los miembros del Instituto nos une y obliga el compromiso, personal y comunitario, de ayuda mutua a este genuino seguimiento de Jesús y vida de comunidad en su amor, conforme a las condiciones de su Evangelio" (Lc 14, 25-27).

Estas condiciones del Evangelio exigen optar por el Amor de Cristo, voluntad, caminos y perfección en el Amor, según Jesús predica a sus discípulos, por encima de 'familia, de todas las personas y criaturas y aún de la propia vida mortal.

Seguir a Jesús, Dios y hombre perfectísimo para ser Jesús.

Este supremo ideal del Evangelio de Jesús de Nazaret: la unión con Dios —de mente, corazón y vida toda— constituye la razón más alta de la dignidad humana, la máxima realización del hombre y el grado más perfecto de su genuina identidad: Ser de verdad hijo de Dios, a imagen de Jesús, Dios y hombre perfectísimo. Seguir, pues, a Jesús. Dios y hombre perfectísimo. Seguir, pues, a Jesús en sus categorías y valores y en su Persona, aplicando sólo en Él, toda la mente, corazón y fuerzas hasta una completa transformación en Él. Al punto de que no vivamos ya nosotros mismos, sino que sea Él, que viva en nosotros.

Desde la condición de hombre pecador, es un ideal sobrehumano.

Este seguimiento de Jesús a este nivel y exigencia en el Amor es un ideal y meta sobrehumana, al que el hombre en su condición y estado de pecado original y personal no va, no se dirige a tal meta, natural y espontáneamente.

El hombre naturalmente vive en situación de inconsciencia. No se conoce por dentro. No capta las cosas del Espíritu.

"El hombre naturalmente— dice Pablo— no capta las cosas del Espíritu de Dios; son necedad para él, y no las puede entender, pues, sólo el Espíritu puede juzgarlas. En cambio, el hombre espiritual lo juzga (discierne) todo; y a él nadie puede juzgarle (no podrá un carnal aceptarle ni entenderle) porque, ¿quien conoció el pensamiento del Señor para instruirle?, (para ser instruido). Pero nosotros poseemos el pensamiento de Cristo. Yo hermanos —prosigue Pablo— no puedo hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niño en Cristo (en el mejor de los casos). Os di a beber leche y no alimento sólido, pues todavía no lo podíais soportar. Pues todavía sois carnales. Porque, mientras haya entre vosotros envidias y discordias, ¿no es verdad que sois carnales y vivís a lo humano? ¡Mirad cada cual cómo construye! Pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo" (1Co 2, 14-16; 3, 1-3. 10-11).

Primera exigencia del seguimiento: niégate a ti mismo.

Al no captar el hombre, por su fuerza natural, su vida espiritual, y siendo una realidad que la naturaleza humana con sus apetencias, inclinaciones e instintos, tiende a los frutos de la carne, no nos sorprende lo primero que exige Jesús al que le quiere seguir: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame. Porque quien quiere salvar su vida la perderá; pero quien pierde su vida por mí (por mi seguimiento, con mi poder, mi querer y amar) ése la salvará" (Lc 9, 23-24). 

Dualismos que se enfrentan en el interior del hombre.

Así como en todo el Evangelio, aparecen las dos vidas, los dos hombres: el viejo y el nuevo con las dos tendencias y apetencias propias y antagónicas: la de la vida de uno, que es la muerte del otro y viceversa. 

Hombre viejo, hombre nuevo.

Como las dos vidas de un injerto, o vive el injerto debilitando y matando los retoños del tronco viejo, y entonces ahoga y esteriliza al injerto que no da ningún fruto. 

Hombre carnal, hombre espiritual.

De ahí, que Jesús nos habla en seguida de una Vida Nueva, de volver a nacer, de morir para resucitar. Esto es, del Bautismo, del hombre carnal y el hombre espiritual. Pues si hay un cuerpo natural hay también un cuerpo espiritual. 

Hombre terreno, hombre celeste.

El primer hombre natural, salido de la tierra, es terreno; el segundo viene del cielo. Como el hombre terreno así son los hombres terrenos; como el hombre celeste, así serán los celestes. Y del mismo modo que hemos revestido el hombre terreno, revestiremos también la imagen del celeste (Adán-Cristo). Os digo, hermanos: la carne y la sangre no pueden heredar el Reino de los cielos; ni la corrupción hereda la incorrupción. Es necesario que este ser corruptible, se revista de incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad (cf.  1Co 15, 44-53).

¿Quién gana? El triunfo de Cristo supone la muerte del yo.

Y este es, pues, el punto y objetivo del negarse uno a sí mismo y tomar cada día la cruz funcional de la muerte del yo, de la carne y sangre, para que triunfe Cristo, el Hombre nuevo, la Vida inmortal, como sigue aclarando el mismo Pablo: "No os engañéis, de Dios nadie se burla. Pues lo que uno siembre, eso cosechará: el que siembre en la carne, de la carne cosechará corrupción; el que siembre en el espíritu, del espíritu cosechará vida eterna. No nos cansemos de obrar el bien: que a su tiempo nos vendrá la cosecha si no desfallecemos. Así que, mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe” (Ga 6, 7-10). Porque los que no dan oídos a la fe no pueden. La Vida sólo la capta y recibe el que cree, de ahí nuestra meditación diaria, bien hecha, de lo contrario seguiremos en la carne, en el pecado, en el hombre viejo.

De ahí, la exhortación constante de Pablo: "Pues, si en otro tiempo ofrecisteis vuestros miembros (al pecado) como esclavos a la impureza y al desorden hasta desordenaros, ofrecedlos igualmente ahora a la justicia para la santidad. Pues cuando erais esclavos del pecado ¿qué frutos cosechasteis entonces de aquellas cosas que al presente os avergüenzan? Pues su fin es la muerte. Pero al presente, libres del pecado y esclavos de Dios, fructificáis para la santidad y el fin es la vida eterna. Pues el salario del pecado es la muerte; pero el don gratuito de Dios, la vida eterna en Cristo Jesús Señor Nuestro" (Rm 6, 16-23).

El Reino de los cielos sufre violencia.

Al afirmar Pablo que la carne y la sangre no heredarán el Reino ni la corrupción heredará la incorrupción, en 1Co 15, 50, nos recuerda la afirmación de Jesús en Mt 11, 12: "Desde Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan". La violencia a sí mismo, la radicalidad del esfuerzo repugna hoy al que no tiene fe en la vida eterna; pero a los mismos no repugna la violencia en la única vida en que creen: embellecerla, promocionarla o "triunfarla" (los atletas).

Es necesaria la violencia a sí mismo.

De ahí, el sentido de la belleza de la violencia en el hombre, como nos indica el mismo Pablo: "Pues toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Pero si os mordéis y os devoráis mutuamente, ¡mirad que no vayáis mutuamente a destruiros! Por mi parte os digo: Si vivís según el Espíritu no daréis satisfacción a las apetencias de la carne. Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne, como que son antagónicas, de forma que no hacéis lo que quisierais. Obras de la carne: soberbia, avaricia [...] Las del Espíritu: Amor, alegría, paz […] Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu. No busquemos la gloria vana provocándonos los unos a los otros y envidiándonos mutuamente" (Ga 5, 14-26).

Primer análisis del seguimiento de Jesús.

Puestos, pues, en el seguimiento de Jesús, para que Él nos guíe por su Espíritu —cuyo primer fruto es el Amor, la Vida eterna, el Hombre nuevo— el primer análisis o radiografía espiritual y de seguimiento de Jesús, se centraría en el estudio y análisis, de la historia de nuestro amor: Porque (como antes decíamos en Pablo) mientras haya en vosotros envidias y discordias ¿no es verdad que sois carnales? (1Co 3, 3).

Tomar conciencia, auto examen de mi amor.

Por eso el análisis más fiel acerca de nuestra vida espiritual, Vida eterna, es el análisis y estudio de nuestro amor, ya que el Amor es nuestra vida, como, en parte, la sangre nos revela la vitalidad o anemia, enfermedad de nuestro cuerpo. Pues muy poco sabemos y podemos juzgar por nuestra oración y por el tiempo que le dedicamos a la capilla. Menos, por nuestra predicación o exposición teórica de nuestra fe.

Es difícil el examen de mi amor a Dios.

La realidad y certeza está en que si yo no amo en el Amor, estoy muerto, y destruyo a la persona a quien digo o pienso que amo: "aunque le diese todos mis bienes, e inmolara por él mi cuerpo, si no tengo Amor, nada soy y nada me aprovecha (1Co 13, 1-3; cf.  1Jn 3, 14).

También resulta difícil la garantía y seguridad de mi seguimiento de Jesús y fidelidad a la vocación y misión; y, por tanto, "conocerme", saber el estado real de mi salud espiritual, poniendo el punto de mira en el análisis o "examen" del Amor a Dios en mí. Porque no es fácil ver y juzgar lo que no veo.

Por el examen de mi amor al prójimo se detecta la calidad de mi amor.

Por esto el verdadero análisis y examen, para conocerme a mí mismo y el proceso de mi vida espiritual, —apostólico misionera— debe centrarse y aplicarse en el análisis y examen de mi amor al prójimo: ¿Existencia o ausencia de mi amor al prójimo? "El que ama al prójimo ha cumplido la ley" (Rm 13, 8). "Pues toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Ga 5, 14).

¿Divino? ¿Humano? ¿Sensual? ¿Gratuito? ¿Desinteresado? ¿Por igual? ¿Sacrificado?

La calidad de este amor, ¿divino?, ¿humano?, ¿carnal?, ¿sensual? ¿Qué quiero, pretendo, procuro, ofrezco y entrego al hermano?

Examinar, si es amor con convicciones humanas, particularismos, si tal amor engendra dependencias, acepción de personas o discriminación alguna. O si es gratuito, desinteresado. Y amor igual a todos y para todos. Mirar si el amor que hay en mí para con mis hermanos, es amor no vulgar y generalmente, comúnmente entendido, sin personalizar, sino con el debido respeto a cada uno según el Amor de Cristo y misión, carga y responsabilidad, que el Señor le confía y exige. Y según la transcendencia que su misión y gracias de Dios, implican en la suerte temporal y eterna de las personas, que de dicho discípulo de Jesús dependen.

¿Mi amor es vital o anémico?

Y si este Amor, que es gratuito, generoso, sacrificado, universal, no aparece, no se ven sus frutos, sino que se apaga la luz de la fe, en la visión de lo sobrenatural en mí y en los demás, si en lugar de los frutos del Espíritu, prevalecen y dominan los frutos de la carne, de manera que, en la realidad, la jornada queda más en poder de lo sensual, de los sentidos, de la carne y de la sangre, que del Espíritu y de sus frutos. Y lo del espíritu queda como cumplimiento, sin que el amor al hermano vaya ganando terreno y la capacidad de sacrificio por amor, no aumenta.

Es necesario hallar las causas de mi anemia espiritual.

Entonces se impone averiguar detalladamente qué virus, qué tumor, me causa tal anemia y pérdida de la fe, de la esperanza y de este genuino y verdadero Amor-Vida en mí.

Esta anemia neutraliza tanta vida divina.

¿Cómo con tanto alimento y derroche de Amor-Vida de Dios en mí, persiste la debilidad, anemia de mi Vida-Amor, para los demás? ¿Qué afectos o amores desordenados a mí mismo, o a los demás, han corrompido el Amor con mayúscula, y pervierten mi corazón, llamado y elegido para dar Vida en abundancia, que ahora contagia más muerte que vida, aunque aparente lo contrario, más semejante, pues, como dice Jesús, un sepulcro, que a un semillero, germen y fermento de Amor del Reino, semilla de Fraternidad universal en el Amor de Cristo? 

Es necesario descubrir y extirpar cualquier tumor o virus.

Cuando tanta luz y gracia nos va invadiendo, derramada por el Amor que nos aporta la Trinidad, irrumpiendo en nosotros con todo su poder, saber y amor infinitos, algo maligno habrá en nuestro corazón para neutralizar y corromper tanta Vida divina, que es Amor en nosotros. Por fuerte y robusta que sea una vida, cuando se esconde un tumor maligno, por pequeño e insignificante que fuera a los ojos profanos, chupará y abortará todo el alimento y vitalidad de las personas, por mucho que coma y por mucho que se cuide. Se trata, pues, de un análisis detenido y detallado, para poder descubrir el fondo de nuestro corazón y la entraña de nuestro amor. Sólo así se podrá extirpar cualquier virus que ataque a la vida propia o de los demás. Ya sea que le provoque la muerte o anemia o debilidad crónica.

Cuidar con atención la vivencia de nuestra fe.

Atención a las pequeñas anomalías y desviaciones "naturales" pero no sobrenaturales de nuestros afectos desordenados. Prestar suma atención a la vivencia de nuestra fe, al cuidado de nuestro ejercicio de oración, dirección espiritual, revisión de Vida en sinceridad y verdad; nuestro dominio, interno y externo, y austeridad en el acoso y ataques de los frutos de la carne, sin concesiones ni pretextos por diminutos y pasajeros que parezcan: "Por un clavo se perdió una herradura, por una herradura un caballo, un caballero [...] una batalla [...] una nación".

El amor pide máxima fidelidad.

El Amor pide fidelidad en lo poco. Pequeños detalles marcan un gran amor y pequeñas infidelidades lo arruinan, corrompen y degeneran.

En el amor humano cabe mucha mentira.

Tal vez la inconsciencia mayor de la vivencia o ausencia de Amor en nosotros, radique en el engaño o confusión que se puede producir con respecto al amor humano. En el amor humano puede haber mucho disfraz, mucha careta, mentira, fraude y, por consiguiente, constante desengaño y frustración —porque a menudo sólo se puede juzgar por las apariencias—. 

En el amor con Dios no es posible, porque Él mira el corazón.

Pero nadie sabe a punto cierto lo que pasa en el interior de la persona. Qué calidad de Amor hay en el corazón. Esta apreciación aparente, puede llevar a la persona a habituarse a regirse sólo por las palabras, los hechos externos y, por lo mismo, a contradecirse y auto engañarse con respecto a la realidad de cuanto acontece en su interior, en su corazón. Y es precisamente el corazón, el amor de verdad, la intención y la voluntad, lo que ve Dios; y lo que, para Él cuenta. 

Dios detesta la hipocresía, porque Él ve el fondo del corazón.

Y cuando el exterior no coincide con el interior de la persona entonces detesta Dios tal conducta como hipócrita, farisaica, infiel y destructiva para los demás: Así, en distintas ocasiones, Jesús lanza sus más crudas y duras recriminaciones a los que aparentan, o hablan unas ideas, y en el interior, piensan o hacen lo contrarío: "Sepulcros, lobos con piel de oveja, falsos pastores, guías ciegos", etc. (por ejemplo en Mt 23).

"Este pueblo me alaba con los labios pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto" (Is 29, 13; cf.  Mt 15, 7).

"Todo el que mira a otro con mala intención ya pecó en su corazón" (Mt 5, 27; cf.  ls1; Amós 5, 21). "Lo que el hombre sembrare en su mente, [su imaginación, en su corazón,] eso cosechará" (Ga 6, 7).

Porque Dios mira el corazón. Y lo único que pide es un corazón sincero, el amor sincero. "El hombre mira la apariencia, pero Dios mira al corazón (1Sm 16, 7).

"Júzgame, Yahvé, conforme a mi justicia y según mi inocencia [...] tú que escrutas corazones y entrañas [...] Dios es escudo que me cubre, el salvador de los rectos de corazón (Sal 7, 9-11). "Dame hijo mío, tu corazón" (Pr 23, 26).

"Yo les daré un corazón sincero; quitaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne" (Ez 11,19).

"Crea en mí, oh Dios, un corazón puro, un espíritu firme dentro de mí renueva" (Sal 51,12).

"¿Por qué tienen suerte los malos? [...] Cerca estás tú de sus bocas pero lejos de sus corazones" (Jr 12,1-2).

"El corazón es lo más retorcido [...] ¿quién lo conoce? Yo, Yahvé exploro el corazón, pruebo los riñones" (Jr 7, 9-10).

"Haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo" (Ez 18, 31).

"Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt 5, 8).

"Allí donde esté vuestro tesoro, estará también vuestro corazón" (Mt 6, 21).

"De lo que rebosa el corazón habla la boca. El hombre bueno del buen tesoro saca cosas buenas, el hombre malo del tesoro malo saca cosas malas" (Mt 12, 34-36).

"Lo que sale de la boca viene de dentro del corazón, y eso es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Eso es lo que hace impuro al hombre" (Mt 15, 18-20).

"Dijo Jesús a los fariseos: vosotros sois los que os dais de justos delante de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones; porque lo que es estimado para los hombres, es abominable ante Dios” (Lc 16, 15).

"Se glorían en las apariencias y no en el corazón" (2Co 5, 12). El corazón, mente, imaginación.

"Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón" (Lc 12, 34).

He ahí, pues, la explicación, clave y secreto de nuestra santificación, de nuestra vida mediocre y de nuestra vida de pecado. Tal vez por ignorancia, por una exposición inadecuada de la moral evangélica o deformada catequesis, hemos vivido una religión, una piedad más de puertas a fuera que de puertas adentro. Hemos cuidado tal vez las apariencias, lo exterior —piedad de cuerpo presente, como de cadáver, de labios para afuera —viviendo tal vez, todo lo contrario en nuestro interior. Por esto dice Dios y nos advierte: "El hombre mira la apariencia, Dios mira el corazón" (1 Sam 16, 7). Así dice Jesús: “Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto cuando hagáis limosna no lo vayáis trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad, en verdad os digo que ya recibieron su recompensa”. Debido a esta sola recompensa la crisis es continua en tantas almas que se desesperan cuando aparentemente están consagrados a Dios y dicen vivir sólo de Él y para Él. “Tú, en cambio, cuando hagas limosna que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará. Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya han recibido su recompensa. Tú en cambio cuando vayas a orar, entra en tu aposento y después de cerrar la puerta, ora a tu Padre que está allí en lo secreto; y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará" (Mt 6, 6-7).

Por esto Jesús busca igual que el Padre, el amor del corazón, el interior de la persona, más que la moral de los hechos externos, la moral de las actitudes y conducta interior de la persona; así recriminaba Jesús, la piedad sólo exterior: "Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías cuando dijo: Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que sólo son preceptos de hombres [...] Toda planta que no haya plantado mi Padre celestial, será arrancada de raíz. Dejadlos, son ciegos que guían a otros ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo [...] Lo que sale de la boca es lo que viene de dentro del corazón y eso (lo que hay en el corazón) es lo que hace al hombre impuro. Porque de dentro del corazón salen las malas intenciones, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Esto es lo que hace impuro al hombre" (Mt 15, 7-20).

Debemos enseñar a la gente a orar y a llevar una vida orante, ya que para la Vida es el ejercicio de oración, y establecer una relación de corazón entre lo que oramos, si la oración es verdadera, —no de labios y de gestos y cantos— y la vida de toda la jornada. Así decía Dios por Isaías: “No tolero ayuno ni asamblea festiva. Vuestros novilunios y solemnidades aborrece mi alma; me han resultado un gravamen que me cuesta llevar. Y al extender vosotros vuestras palmas me tapo los ojos para no veros. Aunque menudeéis la plegaria yo no oigo  [...] desistid de hacer el mal, aprended a hacer el bien, amar de corazón— buscad lo justo, dad derechos al oprimido, haced justicia al huérfano. Es decir, ama de corazón al que sufre, no acabar de aplastarlo y oprimirlo, no le vuelvas la espalda, no goces de su marginación y opresión, no hagas acepción de personas” (Is 1, 13-17).

Y no olvidar que mi prójimo es el más próximo. No engañarnos en amar a los que están más lejos, sin tender la mano a aquellos con quienes convivimos.

"Yo, dice Dios, detesto, desprecio vuestras fiestas y no me gusta el olor de vuestras reuniones  [...] no me complazco en vuestras oblaciones, ni miro vuestros sacrificios [...] ¡Aparta de mi lado la multitud de tus canciones, no quiero oír la salmodia de tus arpas! Que fluya, sí, el juicio como agua y la justicia como un torrente inagotable" (Amós 5, 21-22).

De ahí, el mandato de Dios, resumen de toda la ley: "Amarás con todo tu corazón…”, es decir, desde el corazón; “…con toda tu mente”, desde la mente, es de donde y en donde se siembra todo. Ahí empieza y se siembra el pecado y la gracia, lo que cada uno quiera. El pecado ahí se concibe y también la santidad: lo que el hombre sembrare, invierta en su mente, en su imaginación, en sus pensamientos, es el germen, la pólvora, el tumor que acabará con la muerte del fervor en el amor y que lo transformará en odio y egoísmo, enervando y matando el amor, haciendo de la persona un Caín, un Judas, aunque esté todo el día rondando el sagrario y hablando de Él con los labios. Es la hipocresía, el sepulcro blanqueado, el lobo con piel de oveja de que habla Jesús y que tan agriamente recrimina (Mt 23). Quien pecó por su vista, ya pecó en su corazón.

La inconsciente desintegración de la persona es el origen de la división, ruptura e infierno de la familia, pueblo, comunidad. Jamás se insistirá demasiado en que la comunidad se basa en la unión de cada uno de sus miembros con Dios en Cristo, pero unión de las potencias interiores y exteriores: la mente, el corazón, memoria, entendimiento, voluntad, y los sentidos externos: la vista, el oído, el tacto, el gusto, el olfato, todas las fuerzas de la persona: "La lámpara del cuerpo es el ojo (y así todos los demás sentidos) si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará iluminado. Y si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!" (Mt 6, 22).

Y así, todas las criaturas que Dios ha puesto, para que mejor le ame y mejor ame a mi prójimo, son armas de dos filos, que puedo usar a mi servicio, a mi soberbia y autosuficiencia o al servicio de Dios y de los hermanos, a los que me compromete, con verdadero amor de corazón, para no mentir, y profanar mi consagración de toda mi alma y cuerpo al Señor en estado de amor perfecto. Para usar de todo cuanto he ponderado y consagrado de labios. Intención de corazón. Por esto dice el Señor: "Pues yo te digo: todo el que mire a una mujer, deseándola, ya cometió adulterio en su corazón. Si pues, tu ojo —y cualquiera de tus sentidos— tu mano, tu pie [...] te es ocasión de pecado, de vanagloria, soberbia, arráncatelo, más vale que vivas el Reino de Amor" (Mt 5, 28-30).

De ahí la insistencia de Dios acerca del verdadero amor: "Amor quiero y no sacrificios" —sobre todo de animales, obsequios, ofrendas de fuera de la persona — (Os 6, 6). Lo que Dios quiere es el culto sincero del corazón, interior, que entonces, sí, coge todo el ser de la persona y lo integra en una sola hostia, como nos exhorta Pablo: "Os exhorto, pues, hermanos por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios. Tal será vuestro culto espiritual. Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien, transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cual es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto”, no según los hombres sino según Dios (Rm 12, 1-2).

Así, David, que humillado confesaba y pedía: "Crea en mí, oh Dios un corazón puro [...] Pues no te agrada mi sacrificio, si ofrezco un holocausto no lo aceptas. Mi sacrificio es un espíritu contrito, un corazón contrito y humillado, oh Dios, tú no lo desprecias; tú amas la verdad en lo íntimo del ser [...]" (Sal 51, 8.12.18.19). Él mismo enseñaba a su hijo Salomón: "Y tú Salomón, hijo mío, reconoce al Dios de tu padre, y sírvele con corazón entero y con ánimo generoso, porque Yahvé sondea todos los corazones y penetra los pensamientos en todas sus formas" (1Cr 28, 9). Si le buscas le hallarás.

"Vuestro amor sea sin fingimiento; detestando el mal, adhiriéndoos al bien, amándoos cordialmente, de corazón, los unos a los otros estimando en más cada uno a los demás; con celo, sin negligencia; con espíritu fervoroso; sirviendo al Señor; con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación, perseverantes en la oración; compartiendo las necesidades de los santos, practicando la hospitalidad, la acogida. Bendecid a los que os persiguen, no maldigáis" (Rm 12, 9-14).

Tres principales atenciones y precauciones requiere e implica nuestra consagración a Dios, si queremos hacerla Vida-Amor en nosotros en bien de los demás:

Primeramente hacer de nuestro ejercicio diario de oración, una abundante y rica elaboración de Amor, que plenifique y colme nuestro corazón. Segundo, en los demás ejercicios y actividades de la jornada no sembrar en la mente y corazón ningún antídoto al amor, ni rival alguno que lo pueda mermar y o distraer o corromper. Y tercero, no sólo arrastrar una jornada en vacío o sin graves percances contra el Amor, sino llenar la jornada, haciendo de toda actividad y obediencia fiel una abundantísima elaboración, cada vez más rica de Amor, que invada y fecunde toda la Vida de la Iglesia.

Esta consagración permanente, habitual, definitiva y eterna a Dios, no es más que la puesta en práctica vivencialmente, del primer y principal mandamiento de la Ley: "Amarás al Señor, tu Dios, con toda tu mente, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas”. En el mismo sentido y dimensión: "amarás a tu prójimo". La fuerza y poder de este amor, en la misma calidad y dimensión, invade igualmente la obediencia en todo los terrenos, ya que es la flor y nata del amor; la pobreza, y con mayor razón el celibato-virginidad; en cuanto que no serían evangélicos ni estarían en función del Reino del Amor a Jesús, permanente y creciente en nosotros, si no fueran de corazón. Porque, pobreza, castidad y obediencia, si se viven de corazón y en el corazón, con amor y por amor, traducen toda la jornada y toda la vida, y cada acto interno y externo, en Vida-Amor por generaciones. Si no se viven de corazón y en el corazón provocarán una constante crisis y angustia vital en la persona hasta desintegrarla e inutilizarla, sobre todo en cuanto a su afectividad que es el factor y la esencia más vital de la persona.

La consagración es Amor y propagación permanente de Amor, o se torna profanación y sacrilegio; degeneración de la persona. Mejor le fuera no haber nacido.

Y la Vida consagrada es Amor y convivencia en el mismo amor o es muerte, infierno o simple campo de paz, como un vasto sepulcro.

Para esta vida permanentemente de amor por la consagración, el amor de Cristo Eucaristía actualiza a diario la consagración, compartiendo la nuestra y la suya, haciendo de toda la Comunidad, comunión, verdadero fruto y sacramento del Amor-Vida de todos los hombres o Reino de Dios.

  1. CUSTODIA DEL AMOR

El hombre, morada del Amor, con su actividad vital propia de amar, con toda su mente, con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas (cf.  Lc 10, 27). Él era administrador ordinario de Amor; por lo que Dios le constituye en un sacerdote, profeta y rey (cf.  1Pe 2, 9; Ez 19, 5-6; Ap 1, 6).

"Por tanto, que nos tengan los hombres por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que se exige de los administradores es que sean fieles" (1Co 4, 1-2).

Quiere que podamos compartir su Vida-Amor: “Podamos compartir la Vida eterna y cantar sus alabanzas por Cristo, con Él y en Él" (Liturgia Eucarística). Quiere, pues, que participemos de su Amor paterno y materno, y hacer de todas las gentes discípulos suyos (cf.  Mt 28, 19), formando a Cristo en ellos: "Hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros" (Ga 4, 19). "[...] para muchedumbre de pueblo; te he constituido, te haré fecundo sobremanera, te convertiré en pueblos. Guarda, pues, mi alianza, tú y tu posteridad, de generación en generación" (Gn 17, 5-9). "Yo te colmaré de bendiciones y acrecentaré muchísimo tu descendencia como las estrellas del cielo y como las arenas de la playa [...] Por tu descendencia te bendecirán todas las naciones de la tierra, en pago de haber obedecido mi voz" (Gn 22, 17-18). ¡María Magdalena, Saulo de Tarso, Teresa, Francisco!

Para ello, Dios derrama la Fecundidad en nuestros corazones; al Amor-Vida de Dios, su misma esencia creadora, redentora, santificadora; al Espíritu Santo, Señor y Dador de Vida-Amor mismo del Padre y del Hijo: "[...] y la esperanza no falla porque el Amor, de Dios ha  sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5).

Y quiere Dios que tengamos su Vida-Amor en plenitud, abundantemente: "Y la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros” (en nosotros) (Jn 1, 14; cf.  Jn 14, 23; Ap. 3, 20), y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre, como Hijo único, lleno de gracia  y de verdad[...] Pues de su plenitud hemos recibido todos, gracia tras gracia" (Jn 1, 15-16). "Porque en él reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente, y vosotros alcanzáis la plenitud en él, que es la Cabeza de todo principado y de toda potestad" (Col 2, 9-10). "[...] para ser también nosotros alabanza de su gloria [...] en Él también tras haber oído la Palabra de la Verdad, la Buena Nueva de vuestra salvación y creído también en Él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es prenda de nuestra herencia, para redención de pueblo de su posesión, para alabanza de su gloria" (Ef 1, 13-14).

"Para que os conceda, según la riqueza de su gloria, que seáis vigorosamente fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos cual es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento para que os vayáis llenando, hasta la total plenitud de Dios" (Ef 3, 12-21).

Hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del "conocimiento" pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo [...] siendo sinceros en el Amor, crezcamos en todo hasta Aquel que es la cabeza, Cristo [...] realizando así el crecimiento del cuerpo para su edificación en el Amor" (Ef 4, 13-16).

Llenos de Amor-Vida, llenos del Espíritu Santo. "Alégrate, llena de Gracia, el Señor es contigo" (Lc 1, 28). Juan "será grande ante el Señor [...] estará lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre" (Lc 1, 15). "E Isabel fue llena del Espíritu Santo" (Lc 1, 41). "Zacarías quedó lleno del Espíritu Santo” (Lc 1, 67).

"Jesús lleno del Espíritu Santo, se volvió del Jordán y fue llevado por el Espíritu Santo, al desierto" (Lc 4, 1).

Simeón: "[...] estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo [...] Habitado por el Espíritu Santo" (Lc 2, 25-27).

"Llegado el día de Pentecostés [...] viento impetuoso llenó toda la casa [...] quedaron todos llenos del Espíritu Santo” (Hc 2, 2-4).

"Pedro lleno del Espíritu Santo" (Hc 4, 8). "Buscad a siete varones llenos del Espíritu Santo" (Hc 6, 3).

Pedro: "Había empezado yo a hablar cuando cayó sobre ellos el Espíritu Santo como al principio había caído sobre nosotros. Me acordé entonces de aquellas palabras que dijo el Señor: Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo" (Hc 11, 15-17).

"Bernabé, hombre bueno, lleno del Espíritu Santo y de fe" (Hc 11, 24).

"Los discípulos llenos de gozo y del Espíritu Santo" (Hc 13, 52).

"Esteban lleno de gracia y de poder [...] pero él, lleno del Espíritu Santo" (Hc 6, 3.10.55).

"El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo" (Rm 15, 13).

"¡Ven Espíritu Santo, AMOR, llena los corazones de tus fieles, con el fuego de tu amor! [...] y serán creados", reple cordis íntima. El que replevit orbem terrarum.

Y quiere Dios que su Amor, del que nos llena y colma, conserve toda su pureza y virtud, su limpieza y fuerza creadora y redentora, su fecundidad generadora de Amor-Vida por generaciones sin fin.

"Huerto eres cerrado, huerto cerrado [...] fuente sellada [...] ¡Fuente de los huertos, pozo de aguas vivas, corrientes que del Líbano fluyen! [...] ¡Entre mi amado en su huerto y coma sus frutos exquisitos! ¡Ya he entrado en mi huerto! [...] Comed, amigos, bebed, oh queridos" (Ct 4, 12-16; 5, 1).

"Cuando haya trocado el desierto en edén y la estepa en Paraíso de Yahvé, regocijo y alegría se encontrarán [...] alabanza y son de canciones" (Is 51, 3).

"Te guiará Yahvé de continuo, hartará los sequedales de tu alma, dará vigor a tus huesos y serán como huerto regado, o como manantial cuyas aguas nunca faltan. Reedificarás tus ruinas antiguas, levantarás los cimientos de pasadas generaciones, se te llamará reparador de brechas y restaurador de senderos frecuentados" (Is 58, 11-12).

"Encontré el Amado de mi alma. Le aprehendí y no le soltaré" (Ct 3, 4).

"Mi Amado es para mí, y yo soy para mi Amado: él pastorea entre los lirios" (Ct 2, 16).

"Buscando mis amores [...] no cogeré las flores" (San Juan de la Cruz).

"Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt 5, 8).

"¿Quién subirá al monte de Yahvé? (el "monte de la perfección", el "castillo interior"). ¿Quién podrá entrar en su recinto sacro? El de manos inocentes y puro corazón, el que a la vanidad no lleva su alma [...] Tal es la raza de los que le buscan, los que van tras tu rostro, oh Dios de Jacob" (Sal 24, 3-6).

"Yahvé, ¿quién morará en tu tienda? ¿Quién habitará en tu santo monte? Aquél que anda sin tacha y obra la justicia; que dice la verdad de corazón” (Sal 15, 2).

"[...] El que se tapa las orejas para no oír hablar de sangre, y cierra sus ojos para no ver el mal. Ese morará en las alturas, subirá a refugiarse en la fortaleza de las peñas, se le dará su pan y tendrá el agua segura" (Is 33, 15-16).

"¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, heredarán el Reino de Dios. "Y tales fuisteis algunos de vosotros. Pero habéis sido lavados, santificados en Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios" (1Co 6, 9-11).

  1. UN NO AL AMOR (Pecado)

“El justo vive de la fe" (Hab 2, 4). “Id y enseñad a guardar todo lo que os he mandado: Amar". El pecado es un no al Amor. Un no a la Vida. El pecado es un no al Amor de Dios, un no a la propia identidad. Al ignorar lo que es la Vida, se ignora lo que es la muerte. Al ignorar lo que es la gracia, se ignora lo que es el pecado. Al no conocer el Amor, se desconoce la esencia del pecado.

Ciertamente no suena igual un no a Dios, un desprecio a sus mandamientos, a su voluntad, que es un no al Amor, y un no a la propia Vida, —Ya que la vida es el mismo Amor de Dios en mí—. Y un no a la Vida que es el mismo Amor de Dios, es rechazar mi mayor bien. Pues este es el Amor de Dios en mí, lo que Él quiere en mí, lo que él me manda: mi supremo y eterno Bien. De ahí que el pecado —un no al amor— es, ante todo, un terrible desprecio, una horrible ingratitud, un rechazo al Amor-Dios, un rechazo de mi propio ser que es su mismo Amor-Vida en mí. De ahí también la más profunda herida del amor: el desprecio, el rechazo, la indiferencia, la mediocridad, la insensibilidad, el letargo de la muerte.

He ahí, en efecto, la dolorosa queja del Amor herido de nuestro Dios, que es el Amor, el mejor amigo: "Si todavía un enemigo me ultrajara podría soportarlo; si el que me odia se alzara contra mí, me escondería de él; pero tú, un hombre de mi rango, mi compañero, mi íntimo, con quien me unía un dulce trato, en la Casa de Dios" (Sal 55, 13-15). En el que volcaba todo mi amor. "Hasta mi amigo íntimo en quien confiaba, el que, mi pan comía, levanta contra mí su calcañar" (Sal 41, 10). Es la queja de Jesús con Judas, "[...] así como por la desobediencia —el no, el rechazo, al proyecto, querer, voluntad de Dios— de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia —el sí— de uno solo todos serán constituidos justos" (Rm 5, 19). "Porque el Hijo de Dios, Cristo Jesús [...] no fue sí o no; en Él no hubo más que sí. Pues todas las promesas hechas por un Dios han tenido su sí en Él; y por eso decimos por Él, Amén a la gloria de Dios. Y es Dios el que nos conforta en Cristo y el que nos ungió y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones" (2Co 1, 19-22).

Y recibe en repuesta un no a su sí de Amor, a su Vida Amor. El pecado es pues, ausencia más que presencia. El pecado es negación más que afirmación. Por eso el pecado es muerte-ausencia del Amor —que es Vida eterna— que es el Amor mismo fontal del que procede la Vida en todos sus niveles. "Por el pecado entró la muerte en el mundo" (Rm 5, 12). Por esto, precisamente, porque la Vida es el Amor y al dar un no al Amor, doy un no a la Vida.

Pero un no al Amor-Vida en mí o un no al Amor-Vida en el hermano, es un sí a la muerte. Porque uno mismo es el Amor-Vida para mí y el Amor-Vida para el hermano. Los dos bebemos de la misma fuente y del mismo caño, si yo me cierro al amor de mi hermano, me cierro a mí la Vida. De ahí que no hay ningún pecado tan mortal como la falta de Amor, que se detecta en la falta de amor al hermano. De ahí la afirmación de Juan si yo no amo: "Si alguno dice: Amo a Dios y aborrece a su hermano es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de Él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano" (1Jn 4, 20-21). Y como el amor nos viene de Dios y no viene sólo para mí es por lo que dice igualmente Juan: "Nosotros amémonos porque Él nos amó primero" (1Jn 4, 19). "Queridos, amémonos unos a otros ya que el amor es de Dios, es propiedad de Dios y de Él nos viene [...] y mandó a su Hijo [...] Queridos, si Dios nos amó de esta manera también nosotros debemos unos a otros" (1Jn 4, 7-11).

El pecado es ausencia de luz, de Vida de Amor: "Y la luz brilla ya. Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano está en las tinieblas. Quien ama a su hermano está en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, no sabe a dónde va porque las tinieblas han cegado sus ojos" (1Jn 4, 7-11). Son las tinieblas y sombras de muerte por falta de Vida que es el Amor, por ignorancia o por malicia, la persona está falta de Vida, de luz, cuando está falta de amor al hermano, "pues toda  la ley de Vida, alcanza su plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Ga 5, 14). Porque una misma es la Vida del uno y del otro. Por lo mismo afirmará igualmente Pablo: "Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor". Es decir, el amor al hermano es ley de vida es condición sine qua non, para la vida. "Pues el que ama al prójimo, ha cumplido la ley [...] El amor es, por tanto, la ley en su plenitud” (Rm 13, 8-10).

Porque la Vida divina, la Vida eterna, de Dios en nosotros es solidaria-comunitaria. Es el amor mismo de Dios Trinitario, Uno y Trino, de la misma esencia y naturaleza y nuestra vida es participación de este mismo Amor-Vida trinitaria de las tres Personas en un solo Dios. De ahí, la insistencia de Jesús en que tengamos un mismo amor, el Amor con que se aman las tres Divinas Personas. De ahí sus fervientes ruegos al Padre para que seamos uno entre los hermanos. Uno como ellos son uno y en ellos, es decir, en su mismo Amor. Unidad, pues, que es la ley de vida, sin cuya unión en el Amor no podemos tener Vida y estamos en la muerte. Por esto dirá Juan: “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida —nos hemos liberado de la muerte, que hemos resucitado— porque amamos a los hermanos. Quien no ama permanece en la muerte y es, a la vez, un asesino para su hermano" (1Jn 3, 14-15). Es igual la afirmación de Pablo: que, aunque hiciera prodigios, milagros y conversiones, si no tengo el Amor para con mi hermano, nada soy, mi ser esencial, mi Vida auténtica, está en un letargo de muerte, y entonces, cuanto haga, a nadie aprovechará ni a Dios ni a mí ni a hombre alguno. De ahí que el mayor pecado, la raíz de todo pecado es la falta de amor para con mi hermano.

No se trata aquí de respetar o no respetar a mi hermano, de aceptarle o no aceptarle, resignarme o no resignarme, de no quererle mal o de quererle mal. El pecado está en no amarle —positiva y afirmativamente— activamente: "Apartaos de mí malditos al fuego eterno, (a la privación del amor, porque, así sin amor, os presentáis). Porque no me disteis de comer [...] no me disteis de beber" (Mt 25, 41-42). No se trata aquí, pues, de que se denuncia que hayas odiado, deseado mal, perjudicado al hermano, sino que el pecado está en no haber compartido con él tu amor, que es Vida. Por esto lo has matado, porque no le has dado tu Amor.

Dice el Concilio Vaticano II en GS69: "Alimenta al que tiene hambre porque si no lo alimentas lo matas”. El que no da la esencia de la Vida, al hermano, realmente lo mata. El pecado que se llama mortal —ausencia de Vida— por ahí andará el hecho de no amar al hermano. Si tal situación, es una actitud que dura, corromperá a la persona, la marcará fuertemente y contagiará corrupción, desintegrando toda la comunidad. Y con la muerte del Amor, dará muerte al gozo, alegría y paz de toda la comunidad. Es la ausencia de Vida-Amor, la creación del infierno-ausencia de Dios y de no Reino.

Poco le interesa a Dios, más bien le repugna, el sacrificio, la ofrenda, el obsequio y alabanza de un cadáver. Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos, que dice y repite: "No necesitan médico los sanos, sino los que están mal. Id, pues, a aprender qué significa aquello de: ‘Amor misericordioso quiero, que no sacrificio’. Porque no he venido a llamar a justos (a los que se tienen por justos) sino a pecadores" (Mt 9, 12-13). Y otra vez: "Si hubieseis (entendido) comprendido lo que significa aquello de 'Misericordia quiero, que no sacrificio', no condenaríais a los que no tienen culpa" (Mt 12, 7). Porque la culpa está, la causa y raíz de tanto mal, en la ausencia del Amor —en la falta de justicia y de amor, en quienes reciben el amor el deber— la deuda de administrarlo y compartirlo. Y este es el pecado, que sólo un verdadero amor puede borrar y quitar. He ahí la queja del mismo Dios, que es Amor: "Conozco tu conducta: tu fatiga y tu paciencia en el sufrimiento; y que no puedes soportar a los malvados y que pusiste a prueba a los que se llamaba apóstoles sin serlo y descubriste su engaño. Tienes paciencia en el sufrimiento. Has sufrido —hasta— por mi nombre sin desfallecer. Pero tengo contra ti que has perdido tu Amor de antes. Date cuenta, pues, de dónde has caído, arrepiéntete y vuelve a tu conducta primera, si no iré donde ti y cambiaré de su lugar tu candelera, si no te arrepientes" (Ap 2, 2-5).

Ya no podrás ser luz del mundo. No podrás ser mi apóstol. Y en otro pasaje: "Conozco tu conducta: ¡no eres frío ni caliente! (La terrible mediocridad, indiferencias, apatía, derrotismos, crítica y descontento, que es síntoma claro de la ausencia de Amor, de anemia espiritual). ¡Ojalá fueras frío (que al menos te dieras cuenta de tu pecado que te corrompe, de tu falta de Amor, de Vida para ti y para los demás, sin exigencia alguna propia y ajena, sin Amor), fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca” (Ap 3, 16). Es el asco para la vida espiritual en la persona que no ama, que no tiene amor. Es realmente incapaz de todo sacrificio, de decir la verdad, de sincerarse con Dios y consigo misma. Sin exigencia alguna ni inquietud; en una vida lánguida, cómoda, estéril, que mata toda iniciativa y aborta toda vivencia y proyecto apostólico de Amor comunitario, que exija amar con toda la mente, con todo el corazón, con todas las fuerzas; y que le causa náuseas y vómitos el pronunciar todo, con esta radicalidad evangélica que implica el todo radical e inmediato.

Y añade la Palabra de Dios: "Dices: soy rico; me he enriquecido, nada me falta. Y no te das cuenta de que tú eres un desgraciado, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo. Te aconsejo que me compres oro acrisolado al fuego (la verdadera riqueza de la vida espiritual, dócil al Espíritu de Amor con todos sus frutos y dones) para que te enriquezcas, vestidos blancos para que te cubras y no quede al descubierto la vergüenza de tu desnudez, (tu verdadera situación real) [...] Y colirio para que te des en los ojos y recobres la vista" (Ap 3, 18). Y veas tu realidad, sin engañarte, ni evadirte, ni esconderte —como el leproso ciego que recobró la vista y al descubrirse prefería no haber recobrado la vista—. Y toda esta llamada de Dios, no es reprensión, acusación fría ni castigo. Es exigencia de Amor. Porque añade Dios: "Yo a los que quiero reprendo y corrijo. Sé, pues, ferviente y arrepiéntete. Mira que estoy a la puerta (de donde me echaste, me excluiste, me marginaste o me aborreciste) y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta (si acepta de nuevo mi primer amor, mi amor de siempre, permanente, invariable) entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo" (Ap 3, 19-20). Volverá a haber Vida, comunicación de amor, desaparecerá el pecado, ausencia de amor en todos los niveles. Porque el pecado es un no al Amor, a la Vida, personal y comunitaria: “Yo confieso [...] y a vosotros hermanos que he pecado". El pecado es un no al Amor, es, por lo mismo, la más triste e hiriente infidelidad (cf.  Os 11, 7). Porque es la ruptura de la más rica y trascendente alianza de Amor-siempre fiel.

Porque este Amor eternamente fiel, junto con la alianza y el Amor, me ha dado, precisamente como dote: la fidelidad (cf.  Os 2; Jr 2, 1-3. 10-13).

Con mayor razón cuando este Amor, que me creó y me constituye, me pide mi fidelidad ni siquiera en beneficio propio sino en favor de sus hijos, mis hermanos. Y por esto no me recuerda el trato y fidelidad del Amor que haya tenido para con Él particularmente, sino que sólo cuenta, en su haber, el amor práctico y sincero que he compartido con mis hermanos, con todos los hombres sin excepción. Él se identifica perfectamente con mi prójimo a la hora de corresponder a su grande Amor para conmigo.

Porque, además, mis innumerables y reiteradas infidelidades, pese a que le han herido y desintegrado su Hogar y esterilizado su Amor por generaciones, me hace experimentar que Él no cambia, no disminuye en nada para conmigo su fidelidad, al confiarme la vida de multitud de  hijos suyos y la salud de su Cuerpo, la Iglesia.

Porque me hace administrador de su mismo Amor Fiel. Y ciertamente lo único que tiene derecho a esperar de mí es mi fidelidad: "Por tanto que todos nos tengan por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que se exige de los administradores es que sean fieles" (1Co 4, 1-2). "Que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios" (1Pe 4, 10). El servicio de los demás la multiforme gracia de Dios, el Amor-Vida de Dios. No el amor de carne, ni de sangre, ni del hombre viejo.

“Has de saber que Yahvé tu Dios es un Dios fiel que guarda la alianza y el amor por mil generaciones a los que le aman y guardan sus mandamientos" (Dt 7, 9).

"¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, a quien el Señor puso al frente de su servidumbre para darles la comida a su tiempo?" (Mt 24, 45).

"¡Bien, siervo bueno y fiel! Has sido fiel en lo poco, te pondré por eso al frente de lo mucho, ¡entra en el gozo de tu Señor!" (Mt 25, 21).

"Señor, tu mina ha producido diez minas. Le respondió: Muy bien, siervo bueno; ya que has sido fiel en lo mínimo, toma el gobierno de diez ciudades" (Lc 19, 16-17). Pero  al que había recibido uno y no lo hizo rendir, aunque no lo malgastó, ni derrochó: "Siervo malo y perezoso [...] quitadle el talento [...] Y a ese siervo inútil, echadlo a las tinieblas de fuera" (Mt 25, 24-30).

  1. ESENCIA DEL PECADO.

Pero, ¿qué es en sustancia el pecado; qué carga de mal contiene un no al amor, un no a nuestro Padre, Creador, Redentor y Santificador de nuestra vida eterna? ¿Qué supone un rechazo, indiferencia u olvido al proyecto de Dios en mí o en los demás que de mí dependen? ¿Qué mal hay en no dar oídos, pasar por alto o despreciar los mandamientos de Dios? ¿Qué tiene que ver mi mediocridad, mi vida rutinaria o infiel a la gracia continua de Dios en mí? ¿Una vocación rechazada o una misión incumplida o menospreciada y abandonada?

Para conocer el pecado, que es un no al Amor-Vida de Dios, sería preciso haber conocido, por tanto, por propia experiencia, personalmente el Amor vital de Dios. Para sentir profundamente la malicia y catástrofe del pecado, tendría que haberse sentido la amistad sincera, la intimidad afectiva y efectiva con Dios, y la condición y calidad de amigo y de amor esponsalicio, con Jesús y su Espíritu; y haber compartido el Hogar de familia numerosa, de multitud de hijos, muy propicio de todo discípulo y apóstol de Jesús, administrador de su Vida-Amor por generaciones.

Para conocer la malicia del pecado, del que nos enseñó Jesús a pedir la liberación: "Líbranos del mal", se precisa mirar con corazón limpio el Amor de Dios para con nosotros y para con los demás, que el pecado arruina y corroe. De ahí que, a menos pecado en el alma, mayor comprensión, mayor miedo y sentimiento de dolor por el pecado, hasta preferir la muerte del cuerpo antes que el más leve pecado, rechazo, o desprecio al Amor de Dios.

Los santos, que mejor conocieron a Dios y experimentaron su Amor, son los que más luchan contra el pecado y los que más le defienden con la vida y a costa de ella, del terrible mal del pecado, tanto en sí mismos como en los demás. Son los que, con Cristo y como Él, entregan sus vidas y las inmolan para quitar el pecado del mundo y poner en su lugar el Amor-Vida de Dios.

El querernos abrazar a la pobreza, castidad y obediencia evangélicas, no es más que querer matar en nosotros de raíz las principales causas del pecado, el virus más cruel y mortal del Amor, en nuestros corazones y en la humanidad. Para poner, en el espantoso vacío e infierno del desamor y del odio, el Amor-Vida, puro y limpio del mismo Dios.

Como el médico, que más que el mismo enfermo, conoce y se horroriza ante la presencia del cáncer, igualmente, o de forma parecida, la persona sana y más conocedora de la Vida de Dios conoce y detesta el pecado. Aunque sólo Dios puede calibrar la esencia del pecado que lleva tanta carga negativa y destructiva como la fuerza positiva y recreadora de su Amor. Por lo que el que mejor nos aclara el mal, del no a su Amor, y el que más invierte para extirpar el pecado es el mismo Dios, hasta entregar su Hijo a muerte de Cruz para rescatarnos y librarnos del pecado. Y es Él que nos invita encarecidamente a perder cualquier miembro de nuestro cuerpo y aún toda la vida, antes que dar entrada al pecado en nosotros o en nuestro prójimo. Pues, como decíamos, la razón principal de nuestra misión, a la que entregamos toda nuestra vida, está en querer cambiar el reino del pecado, o ausencia de Amor, por el reino de Dios, esto es, de su Amor en todos los corazones.

Ciertamente a medida que vayamos "conociendo" el Amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, conoceremos el mal del pecado en nosotros y en nuestros hermanos. Y en la misma medida entregaremos nuestra vida con Cristo y como Él para cambiar en Amor todo el pecado del mundo.

Ahora, sólo a través de un diálogo íntimo, sincero, amoroso con Cristo, inmolado en la Eucaristía, para quitar el pecado del mundo y sembrar en su lugar el Amor, o con la mirada puesta en el Crucifijo, podemos intuir, al menos lejanamente, si no la malicia esencial del pecado, pero sí sus efectos, en nosotros mismos, en nuestro derredor, en todos los hombres y en todo el mundo. Y sobre todo los efectos del pecado en el mismo Cristo a quien queremos seguir y por cuyo amor queremos dejarlo todo y jugarnos nuestra vida.

Así pues, como podemos constatar la fuerza destructiva y corrosiva del cáncer, sin conocer aún lo que es en sí. Y nos hemos dado cuenta de las terribles consecuencias de la bomba atómica aún a distancia de cincuenta años y del cambio de muerte que ha producido el olvido y abandono del Amor de Dios, en una nación, antes creyente, como Colombia y otras. De forma semejante podremos detectar la malicia y poder demoledor del pecado a través de sus efectos palpables y visibles hasta con nuestros ojos pecadores y faltos de luz.

Detengámonos hoy a contemplar el efecto del pecado en nosotros mismos, en nuestros corazones. Sobre todo en la consideración de la herida más grave y a menudo mortal que ataca el núcleo más vital, a la esencia de la Vida eterna en nosotros: El efecto del pecado en nuestro amor. La dificultad y a veces como incapacidad de amar, que es la actividad vital de nuestro ser, y la única tarea mandada por Dios, en nuestro apostolado y en toda nuestra existencia en este mundo y en la eternidad: La misión de amar, constitutiva del Reino de Dios en la tierra y del desarrollo, crecimiento y madurez de nuestra propia identidad, de nuestro ser inmortal-eterno.

De qué manera el pecado ha ido atacando el corazón para desintegrarlo de tal forma que no pueda ejercer con fuerza y libremente su única función propia de Amor, desfigurando y desmoronando, la genuina imagen del hombre, hijo del Amor de Dios, llamado a revelar con perfección su mismo rostro divino. Como los frutos de la carne, de soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia, pereza, efectos del pecado y virus, germen de un mundo pecador, se han cebado en los frutos del Espíritu de Amor, gozo y paz divinos en nosotros hasta corrompernos y cambiar nuestra naturaleza de Amor en odio y del Reino de Dios en un infierno. Como de una persona llena de vitalidad cambiarla en un cadáver en descomposición. Efectos del pecado que recuerda Pablo en su carta a los Romanos 1, desde el 18 en adelante. Efectos terribles del pecado en nuestro propio corazón, cuyo contagio y corrupción habremos experimentado, pese a que la contaminación del ambiente y nuestra enfermedad crónica por falta de Amor, no nos permita apreciar la crudeza del mal, como la podríamos percibir si lo miráramos con ojos limpios y sanos.

Por lo que nos resultaría más fiel la apreciación del pecado, las huellas de falta de amor, en el crucifijo, imagen pálida de su Cuerpo. Y no precisamente llevados por una piedad sensiblera, tal vez supersticiosa, sino por la verdad de mi historia personal, escrita en la carne de Cristo Crucificado. Tal como nos describe Dios mismo apuntando al espectáculo del Jesús histórico de la cruz, en el siervo de Yahvé de Isaías 53.

Y después de la contemplación de este Cristo real, el verdadero de hoy, pasar a la contemplación del Cristo en nosotros mismos, llevado igualmente por la Verdad de la Palabra de Dios; cuando, al cambiar nuestro Amor, esencia de nuestro ser divino, en odio, ira, o envidia, rompemos en nosotros mismos la Vida misma de Dios, y su imagen viva. Cristo que se gesta y forma en nosotros mismos. Quedando así quebrado, roto y desfigurado el mismo Rostro del Padre en toda nuestra vida, y Cristo Crucificado en nuestro corazón. Tal como nos reclama a nuestra conciencia Dios mismo: "Porque es imposible que cuantos fueron una vez iluminados gustaron el don celestial (razones fuertes de la gravedad de nuestro pecado y de nuestra terrible actitud pecadora, de indiferencia, mediocridad y tibieza crónica) y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, saborearon las buenas nuevas de Dios y los prodigios del mundo futuro, y a pesar de todo cayeron, se renueven otra vez mediante la penitencia, pues crucifican, por su parte, de nuevo, al Hijo de Dios y lo exponen a pública infamia" (Hb 6, 4-6).

Tal es la pública infamia y escándalo de haber crucificado al Amor de Cristo, su Vida, nuestra Vida y la de muchos en nuestro corazón, que los hombres, ante tal degradación de la conciencia, siguen pisoteando a Cristo y crucificándolo escandalosamente, en un charco continuo de sangre por todo el Cuerpo de Cristo.

Lógicamente Cristo no se va a quejar de tal atropello y abuso cruel a su persona, a aquellos que no le conocen sino a sus amigos que así le entregamos a la muerte diaria con tal terrible falta de Amor que le ahoga y crucifica. Así lo expresa el mismo Señor: "Y si alguien dice: ¿Y esas heridas que hay entre tus manos? Responderá: Las recibí, las he recibido en casa de mis amigos" (Zac 13, 6).

En este calvario, pues, de tu propio corazón, junto a María puedes hoy repasar las huellas de falta de Amor en tu vida, que se han clavado en el Cuerpo de Cristo, dejándolo sin figura, y que le han partido el pecho, dando salida a todo el Amor de Cristo que ha irrumpido sobre tu corazón lleno de pecado. Es la sangre del Cordero con que pretende Jesús lavar todos los días nuestros pecados, nuestras faltas de Amor y sus repercusiones en todo el mundo. "Para quitar el pecado del mundo".

  1. EL AMOR MISERICORDIOSO

"Este es el día que Yahvé ha hecho —en que actuó el Señor— exultemos y gocémonos en él" (Sal 118, 24).

La confesión sacramental es la confirmación palpable, la seguridad y garantía, la firma y sello por parte de Dios, el nacimiento y resurrección del pecador a su Vida de Amor; cuando el pecador acude al sacramento con las debidas disposiciones.

Es el sí personal y efectivo del hombre a recibir toda la Gracia sacramental del Bautismo —con la entrada de la Santísima Trinidad en el cuerpo del hombre pecador— Todo el Amor-Vida de Dios, con los dones de este Espíritu de Amor y sus frutos. Es la entrega sensible, palpable, por tanto, cierta, de la Vida divina inmortal, con plena salud, con toda la riqueza inherente a un verdadero hijo de Dios, heredero de Dios, coheredero con Cristo.

El sacramento es la confesión o afirmación y declaración de Amor, por parte del pecador, y por parte de Dios: la reiteración del Bautismo, ciertamente efectivo con el permiso y aceptación, por parte del hombre, de cuanto le confiere su filiación divina, con la imagen viva del Padre en Cristo, con el derecho y deber de ser Cristo, miembro vivo del Cuerpo del Señor, en comunión vital de Amor con todos los miembros que forman el Cristo total. Por lo mismo el sacramento de la reconciliación implica y requiere una plena reconciliación, de corazón, con todos los hombres, nuestros hermanos. Puesto que, como hemos ido meditando, uno mismo es el Amor-Vida que invade la persona del pecador, y que circula y comunica, de Cristo Cabeza, a todos los miembros del Cuerpo, por igual, con conexión vital con Jesús y con todos los miembros entre sí.

Como afirma la Iglesia, Dios es más grande en perdonar que en crear. Porque el proyecto de Dios, en el hombre, fundamentado y consistente en la unión y comunión vital de Amor, requiere, por la naturaleza misma del verdadero amor, que sea libre y voluntario, por parte del hombre, y por lo mismo, que el hombre tenga una mínima conciencia de lo que recibe y de su opción libre y personal por la Vida divina, inmortal con toda la riqueza que se le entrega por parte de Dios.

En este segundo Bautismo, sí que el hombre se abre ampliamente a la Gracia divina, permite a Dios que le colme de su Amor; y se dispone, además, a recibir esta Gracia que sobreabunda a sus necesidades y círculo personal para ser abundantemente compartida con los hermanos haciendo de todos uno en Jesús.

El mismo Espíritu Santo, que irrumpe como Señor y Dador de la Nueva Vida, del Nuevo Amor, congrega en Uno vitalmente, con la misma Vida a todos los hermanos, puesto que es y aplica todo el Amor Trinitario, comunitario de las tres divinas Personas.

Esta reconciliación, es la alianza definitiva y eterna de Amor por parte de Dios. Igualmente es la alianza y compromiso formal de Amor en Cristo, en esta misma Vida eterna con todos y entre todos los hermanos, sin excepción alguna y sin diferencias entre personas, tal como es la Comunión de Amor entre las Personas de la Trinidad que han tomado posesión de nuestro cuerpo como su Morada preferida, hasta introducirnos en sus moradas eternas.

El sacramento de la reconciliación, es pues, la entrada en nosotros del verdadero Reino, la reinauguración del Reinado del Amor de Cristo que desde ahí, tiende a propagarse por toda la tierra con el dinamismo propio del Amor infinito de Dios, es su fuerza expansiva y difusiva de radio siempre universal.

Por lo que, en virtud de esta Gracia sacramental, de este Bautismo la persona queda confirmada en sacerdote, profeta, y rey, participante del sacerdocio, misión profética y poderío del mismo Cristo sobre toda la creación; con el poder de consagrar el mundo, anunciar la Buena Nueva y aplicarla eficazmente y de colaborar de forma efectiva al Reinado de Cristo por generaciones.

De ahí se desprende que la misma Gracia sacramental de reconciliación retorna a la persona las primicias del Amor de Cristo, con que la persona pudo conectar con la mirada creadora y redentora, liberadora y santificadora o transformante de su Amor primero, que ciertamente la transporta en un amor recíproco, con verdadero Amor esponsalicio de Dios.

Es la Alianza definitiva y eterna, el Matrimonio de la divinidad con la humanidad de Cristo con la Iglesia en la persona que promete fidelidad eterna al Dios fiel que en Cristo, por el Espíritu Santo de Amor, se ofrece como esposa. Es la verdadera unión de los dos, que de los dos hace, no ya sólo una misma carne, sino un mismo Espíritu, Vida en el Espíritu Santo de Amor; de cuyo Matrimonio espiritual nacerá el Hogar de Dios en la tierra, ancho y dilatado como es el mismo Amor-Creador, Redentor y Santificador con quien el alma se desposa para siempre. Toda vocación y misión, pues, que la persona haya podido captar en sus contactos, más o menos conscientes, sobre la natural confusión de compromisos terrenos, de carne y sangre, con sus bloqueos y esclavitudes, quedan aquí superadas, por la sobreabundante Gracia que invade al alma por la libertad amplia con que irrumpe el Amor infinito, al recibir el sí personal, humilde y sincero del pecador. Es el sí más semejante al sí de María, que inauguró la era del Amor en la tierra, y de la Redención copiosa, al recibir el Hijo de Dios y brindarle su carne y sangre para formar al salvador de los hombres.

Ahí pues, en esta Reconciliación amplia y sobreabundante, se recogen y amplían, si cabe, todos los derechos y deberes de la vocación y misión de todo cristiano, de ser otro Cristo, y de poder extender esta generación cristiana, hasta el fin de los tiempos, al prometer fidelidad de Dios.

"Hoy, pues, es el día feliz en que va a actuar el Señor" como grita de júbilo la Madre Iglesia en la festividad de Pascua. Porque en efecto, es la Pascua del Señor en cada uno de nosotros. Verdadero paso de la muerte a la Vida, como nos asegura San Juan Apóstol y Evangelista, porque el Amor llega con todo su poder, invade y colma nuestros corazones. Y con el mismo Amor amamos y nos amamos con todos los hermanos, formando de todos uno en Cristo, que nos congrega en Fraternidad por su mismo Espíritu de Amor.

El Amor eterno del Padre, actualizado por medio de sus criaturas y dirigido a nosotros, por miles de mensajeros y cables de Amor, llega hoy a su destino; y por Cristo se nos aplica físicamente a cada uno en el fondo del corazón. Es la misma sangre de Jesús-Amor vivo del Padre entregado a nosotros, que del costado abierto de Cristo, que nuestros pecados abrieron, cae a chorro sobre nuestros mismos pecados para transformarlos en Amor. Y acoge en su propio corazón toda nuestra miseria para hacer de nosotros mismos su misericordia infinita. Hoguera de Amor, capaz de prender por toda la tierra y purificarla de todo pecado. Ya no andará, jamás lejos de nosotros, pues se casa con nuestra debilidad y flaqueza y poder. Y desde nosotros mismos aplicará plenamente su Redención, amando con nuestro corazón, mirando al fondo de los corazones, con nuestros ojos y dando su beso de paz con nuestros propios labios, limpios y purificados, en el nombre del Padre. Esto es, en el mismo ser y raza de Dios-Amor. Y del Hijo,  que ahora y aquí te redime, y del Espíritu Santo que te santifica, te da el poder de santificar, de redimir y salvar. De que seas la Pascua del Señor, el paso del Amor a tu paso por la tierra. Que el Amor del Padre, la gracia Redentora de Jesús y el Amor santificador del Espíritu, cuenten ya, con el instrumento vivo de todo tu ser, hecho amor y misericordia, para continuar su presencia viva y su paso liberador entre todos los hombres. He ahí el verdadero misterio Pascual de Cristo para todo el pueblo de Dios. "Id por  todo el mundo, haced discípulos —verdaderos Cristos— a todas las gentes, bautizándolas" (Mt 28, 19). Esto es, haciéndoles partícipes de la Pascua del Señor, con el Bautismo real de muerte y resurrección de muchos en nuestra propia carne, verdadera continuidad de la Encarnación del Hijo de Dios, que prosigue en nosotros la revelación constante del rostro invisible del mismo Dios; y la entrega palpable, visible y audible de su amor misericordioso a todos los hombres. Y damos, con nuestras vidas, gracias a Dios y cantaremos eternamente sus misericordias. "Porque donde abundó terriblemente nuestro pecado sobreabunda ahora la Gracia de su Amor" (Rm 5, 20). "Porque Dios ha sido grande con nosotros y desbordamos de gozo" (Sal 126, 3). "Porque su amor para con nosotros no tiene fin, porque es eterna su misericordia” (Sal 136).

Jesús, el verdadero y exacto Rostro del Padre, así nos pinta uno de sus más expresivos cuadros de su Amor inefable e intraducible al lenguaje humano: "Estando él (el hijo pródigo) todavía lejos, le vio su padre y conmovido corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: Padre, pequé contra el cielo y ante ti, ya no merezco ser llamado hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus siervos: Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el mejor novillo cebado, matadlo y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido hallado" (Lc 15, 11-31).

He ahí, la delicadísima ternura y entrañable afecto y cariño de nuestro Papá Dios, la más tiernísima Mamá: “¿Es un hijo tan caro para mí Efraím o niño tan mimado que, tras haberme dado tanto que hablar, tengo que recordarlo todavía? Pues, en efecto, se han conmovido mis entrañas por él; ternura hacia él no ha de faltarme" (Jer 31, 20; cf.  31-34).

“Oídme islas [...] Míralo, en las palmas de mis manos te tengo tatuada” (Is 49, 1.10; cf.  14-19). "Porque los montes se correrán y las colinas se moverán, mas mi amor de tu lado no se apartará y mi alianza de paz no se moverá” (Is 54, 10).

"Mi corazón se me revuelve dentro, a la vez que mis entrañas se estremecen" (Os 11, 8).

"Ahora, así dice Yahvé, tu creador, Jacob, tu plasmador, Israel. No temas, que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre: Tú eres mío [...] Porque yo soy Yahvé, tu Dios, el Santo de Israel, tu Salvador [...] dado que eres precioso a mis ojos, eres estimado, y yo te amo [...] No temas estoy contigo" (ls 43, 1-9).

  1. UN LLAMAMIENTO AL ALMOR, AL REINO.

La vocación, es para el Amor en el mundo, para salir de mí mismo. Por María, en María y con María, gloria al Padre, gloria al Hijo y gloria al Espíritu Santo. Santo, Santo, Santo, Señor Dios todopoderoso, llenos están los cielos y la tierra de tu gloria. Con la Santísima Trinidad en nosotros y la mediación de Nuestra Madre María, inauguramos el Año Nuevo en una Vida Nueva, un Hombre Nuevo, un Amor Nuevo. Magníficat anima mea Dominum. Glorifica mi alma al Señor, y exulta de gozo mi Espíritu en Dios mi Salvador, porque ha fijado su mirada en nuestra humildad en el "reconocimiento" de la grandeza y maravillas de nuestro Dios en nosotros, con las que ha colmado de su Amor, nuestra reconocida nada y misericordia. Gracias a la mirada atenta y materno Amor que nos prodiga por María, Madre Nuestra. Misionera, Madre de todos los hombres.

He ahí, pues, el Amor eterno de Dios, siempre en acto, siempre infinito, que por Jesús y en Jesús se dirige a nosotros personalmente, y fija en nosotros su mirada hoy, volcándose con todo su amor en nuestro corazón.

Hoy da perfectamente en el blanco este amor eterno, infinito, afectivo y efectivo porque invade, penetra, empapa, fecunda y transforma todo nuestro ser, porque recibe una respuesta total y perfecta de Amor, porque amamos total y perfectamente a nuestros hermanos. Celebramos así la verdadera Pascua, la auténtica Resurrección en Cristo. Inauguramos, pues, el estado nuevo de una vida comunitaria nueva. Estado de Amor mutuo, perfecto signo y sacramento del advenimiento y Navidad Mesiánica, de la presencia del Reino en nosotros y entre nosotros, unidos fraternalmente, no por vínculos de carne y sangre, sino por el Amor Trinitario de Dios, derramado en nuestros corazones, por el Espíritu Santo, a través del misterio de la Iglesia, y con nuestro sí pleno y total de amor a Dios y a los hombres, a Cristo Cabeza y a todos y a cada uno de sus miembros, consagrados, así, por el Espíritu de Amor formamos la plenitud de Cristo, siendo Uno con Él y en Él: "Un solo Cuerpo y un solo Espíritu como una es la vocación y esperanza a que hemos sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos.

A cada uno de nosotros ha sido concedida la gracia a la medida del don de Cristo [...] para el recto ordenamiento de los santos en orden a la funciones del ministerio, para edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del Conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto a la madurez de la plenitud de Cristo. Os exhorto, pues, y nos exhortamos todos unánimemente con Pablo a que vivamos de una manera digna de la vocación con que hemos sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por Amor (no por simple respeto, simpatía, afinidad o resignación) "poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la Paz" (Ef 4, 1). "Nutrámonos, pues, no como niños —dice Pablo— llevados a la deriva por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y de la astucia que conduce engañosamente al error, antes bien, siendo sinceros en el amor, crezcamos en todo hasta Aquel que es la Cabeza, Cristo, de quien todo el Cuerpo recibe trabazón y cohesión por medio de toda clase de junturas que llevan la nutrición según la actividad propia de cada una de las partes, realizando así el crecimiento del cuerpo para su edificación en el amor. Todo el capítulo 4 de la Epístola a los Efesios y cap. 5, 1-20.

Inauguramos, pues hoy, en nuestros corazones y sobre la tierra, el verdadero Reino de Dios: de amor, de justicia, de paz, en el que el Amor limpio, verdadero desplaza y barre, para siempre, el odio y rencillas que impiden la presencia mesiánica del Amor, fuente de toda santidad: "He aquí que yo creo cielos nuevos y tierra nueva, y no serán mentados los primeros ni vendrán a la memoria, (tal es el perdón y misericordia infinita de Dios para con nosotros, que cerraron el año viejo y el poder de nuestro hombre viejo) [...] porque habrá gozo y regocijo por siempre jamás. Pues he aquí que creo yo a Jerusalén "Regocijo" y a su pueblo "Alegría"; me regocijaré por Jerusalén y me alegraré por mi pueblo [...] Antes que me llamen yo responderé; aún estarán hablando y yo les escucharé [...] Justicia será el ceñidor de su cintura, verdad el cinturón de sus flancos. Serán vecinos el lobo y el cordero, el leopardo se echará con el cabrito, el novillo y el cachorro pacerán juntos y un niño pequeño las conducirá. La vaca y la osa serán compañeras, juntas acostarán sus crías, el león con los bueyes comerán paja. Hurgará el niño de pecho en el agujero del áspid, y en la hura de la víbora el recién destetado meterá la mano. Nadie hará daño, nadie hará mal en todo mi santo monte, porque la tierra estará llena de "conocimiento" de Yahvé, como cubren las aguas el mar" (Is 65, 7-19. 24; 11, 6-9).

Esta armonía de Paraíso, de Reino de Dios, de corazones integrados en el Amor es el que hoy inauguramos en la Navidad del Amor recién nacido en nosotros y entre nosotros para formar espontánea y necesariamente la Fraternidad cristiana que de sí es universal, a todos los niveles de Amor fraterno. Y que es sacramento, germen y fermento del Reino de Dios en la Tierra, del verdadero Pueblo de Dios, ciudad de Dios en el mundo. "He aquí que días vienen —oráculo de Yahvé— en que yo pactaré con la casa de Israel una nueva alianza; no como la alianza que pacté con sus padres [...] que ellos rompieron mi alianza[...], —es la re-evangelización que hoy y ahora pide la Iglesia—  sino que será la alianza que yo pacté con la casa de Israel, después de aquellos días —oráculo de Yahvé— pondré mi ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrán que adoctrinar más el uno a su prójimo y el otro a su hermano diciendo: «Conoced a Yahvé», pues, todos ellos me conocerán del más chico al más grande —oráculo de Yahvé— cuando perdone su culpa, y de su pecado no vuelva a acordarme" (Jer 31, 31-34).

"Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron [...] Y vi la ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo. Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán mi pueblo y él, Dios-con ellos, será su Dios  [...] porque el mundo viejo ha pasado [...] Entonces dijo el que estaba sentado en el trono: Mira que hago un mundo nuevo [...] y dijo también: Hecho está; Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin; al que tenga sed, yo le daré gratuitamente del manantial del agua de la vida" (Ap 21, 1-6). El agua, símbolo de la vida, era en el Antiguo Testamento característica de los tiempos mesiánicos. En el Nuevo Testamento se convierte en símbolo del Espíritu Santo.

A construir este Reino de Fraternidad Universal, cielos nuevos y tierra nueva, la Nueva Jerusalén, el verdadero Pueblo de Dios, apunta la llamada, vocación y misión de cada uno. Por lo que personalmente, uno por uno, tenemos que preparar en nosotros mismos el camino de la Fraternidad de la unidad característica propia del Reino Mesiánico. Es la misma misión y tarea del primer Misionero de Cristo, Juan Bautista: "En el año quince del imperio de Tiberio César, [...] fue dirigida la Palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un Bautismo de conversión para el perdón de los pecados como está escrito en el libro de los oráculos del Profeta Isaías: "Voz que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, rectificad sus sendas; todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajada, lo tortuoso será recto y las asperezas serán caminos llanos. Y todos verán la salvación de Dios. Decía, pues, a la gente que venía para ser bautizada por él: "Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente? Dad, pues, dignos frutos de penitencia [...] el que tenga dos túnicas que las reparta [...] el que tenga para comer que haga lo mismo [...] No hagáis extorsión a nadie [...] No exijáis más de lo que está fijado [...] Yo os bautizo con agua, pero viene el que es más fuerte que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias" (Lc 3, 1-18).

Elogio que hace Jesús de éste su primer Misionero: "Jesús se puso a hablar de Juan a la gente: ¿Qué salisteis a ver el desierto? ¿Una caña agitada por el viento, ahora sí, ahora no? ¿Qué salisteis a ver si no? ¿Un hombre vestido con ropas elegantes? ¡No! Los que visten magníficamente y viven con molicie están en los palacios. Entonces, ¿qué salisteis a ver?, ¿un profeta? Sí, os lo aseguro y más que un profeta. Este es de quien está escrito: He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, el cual te preparará por delante el camino. Os digo: Entre los nacidos de mujer no hay ninguno mayor que Juan" (Lc 7, 24-28). "Tenía Juan un vestido de pelo de camello con un cinturón de cuero a sus lomos, y su comida eran langostas y miel silvestre" (Mt 3, 1-12).

Const. Verbum Dei, NP 3: "No tendremos otra misión que la del mismo Jesús, enviado por el Padre; y la de su Iglesia, congregada y animada por el mismo Espíritu, derramado por el Padre y el Hijo en nuestros corazones: "Que todos sean uno como nosotros [...] que sean perfectamente uno en nosotros"; es decir, con Jesús y su Iglesia, hacer presente el Reino de Dios entre los hombres".

NP 4: "Tratamos de concretar el mismo Amor de Dios, Uno y Trino, entre los hombres, con la presencia viva de una Fraternidad cristiana, congregada y mantenida por el mismo Amor de Cristo, núcleo vital de su Reino; una fraternidad que pueda ser para todos anuncio y revelación viva del amor trinitario de Dios y del genuino rostro de la Iglesia".

NP 29: "Ante la realidad palpable de una humanidad dividida y de corazones rotos
y vacíos por la ausencia del Amor y Vida divinos, nos urge la caridad de Cristo a presentar, con el mayor relieve, la presencia del Reino de Justicia, de amor y de paz; a brindar a este mundo el poder del amor de Dios en corazones integrados y libres, llenos del Espíritu de Amor, y ofrecer la realidad de un pueblo de hermanos congregados en uno, sólo por el amor de Cristo, esto es, una fraternidad sencillamente cristiana".

 

  1. EL CAMINO DEL REINO, DEL AMOR (Jesús en su Encarnación-vida y muerte. No sólo en el hecho, sino en la forma).

El único virus mortal de la Vida-Amor de la comunidad: El amor propio desordenado, orgullo, soberbia.

La vivencia, convivencia del Reino, requiere e impone la muerte del anti reino.

El Amor de Dios —Vida de la Fraternidad— requiere la muerte del amor propio desordenado, que se centra en la propia excelencia humana, terrena, independiente de Dios. El Reino del Amor, el triunfo del Reino de Dios, requiere la muerte del orgullo y soberbia de la vida.

Con razón, se ha dicho que el Hijo vino al mundo para morir —al hombre viejo— al amor propio desordenado en el hombre, para matar en sí al orgullo y soberbia humana.

Las deserciones de todos los tiempos en las filas de Jesús, proceden del orgullo y soberbia, de una humillación o fracaso apostólico, que es el orgullo herido.

Quiso morir, pues, y ansió la hora por la que había venido; pero de forma que muriera en su propia persona todo el amor propio desordenado, orgullo, soberbia de los hombres. Y triunfará, resucitará, el Amor para no volver a morir. Es el Bautismo de muerte y resurrección, con que quiso ser bautizado y que brindó a todos sus discípulos, a todo fiel cristiano: "Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla! (Lc 12, 50). "Dijo: El Hijo del hombre debe sufrir, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día" (Lc 9, 22).

"Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. En verdad, en verdad os digo: Si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda él solo; pero si muere da mucho fruto. El que ama su vida la pierde, el que odia su vida en este mundo la guardará para una vida eterna. El que me sirva que me siga y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Al que me sirva, el Padre le honrará. (Y confesó aquí) Ahora mi alma está turbada (angustia ante la hora que se acerca) y ¿qué voy a decir? ¿Padre, líbrame de esta hora? Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!, Padre, glorifica tu Nombre" (Jn 12, 20-28).

La misma tarea, vocación y misión exigía y presentaba, sin rebajas, al que se acercaba a Él con el deseo de conocerle y seguirle. Todo lo contrario de lo que buscaban y le pedían. Así a Santiago y Juan: "¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber, o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado? Y ante la respuesta afirmativa, Jesús les dijo: el cáliz que yo voy a beber, sí lo beberéis y también seréis bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado" (Mc 10, 32-39).

Este bautismo, de muerte del yo y resurrección al Amor, muerte del hombre viejo y resurrección al hombre nuevo, Cristo, es la hora, la meta y testimonio fiel del Amor que Jesús pedirá a todos sus discípulos. Esta intencionalidad, bien concreta y decidida de Jesús, de no sólo resignarse ante las humillaciones, sino de ir en busca de las más fuertes y escandalosas humillaciones, lo único que realmente ataca y puede herir de muerte al amor propio desordenado, las irá Jesús aprovechando al máximo desde una venida y entrega al mundo, hasta su vuelta a la casa del Padre. Tal es su condición de Nazareno, de la familia y pueblo y nación que el Padre elige. La forma de vida insignificante y extremadamente pobre que escoge. Tanto María, como José poco entenderán el contraste entre la dignidad del Niño y del joven, también de acuerdo a las palabras del ángel en la Anunciación: "Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo y el Señor le dará el trono de David su Padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin" (Lc 1, 32-33).

Igualmente desconcertante sería ya para los padres del Niño las palabras de Simeón al tomarlo en sus brazos y decir a María su Madre: "Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para señal de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el alma a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones" (Lc 2, 33-35). Las primeras palabras que el Evangelio registra del Niño Jesús a sus padres, a los doce años: "¿Y por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre? (sorprendieron a María y a José) y no comprendieron su respuesta. Bajó con ellos y vino a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón" (Lc 2, 41-42).

Jesús, ante las terribles humillaciones por las y para las que ha venido a anonadarse, ante los hombres, como proyecto del Padre en su Encarnación, vida y muerte, para redimir al hombre del orgullo, amor propio desordenado y soberbia, esencia de todo pecado y raíz de todos los pecados. Él mismo advierte a sus discípulos: "Todos vosotros os vais a escandalizar de mí (esta noche) porque escrito está: «Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño»" (Mt 26, 31).

El primer escándalo y desconcierto, lo produjo Jesús en, tal vez, la más terrible humillación con que quiso iniciar su apostolado, la predicación del Reino: presentándose en el Jordán como el más grande pecador, el que venía a quitar el pecado del mundo. He ahí el escándalo y asombro de Juan: "Entonces [...] (después de la predicación de Juan el Bautista aparece Jesús, que viene de Galilea al Jordán donde Juan, para ser bautizado por él. Pero Juan trataba de impedírselo diciendo: "Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? Jesús le respondió: Déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia. Entonces le dejó". (Aún sin tener pecado Jesús quiere someterse al bautismo de Juan; en él reconoce una etapa exigida por Dios y satisfacer a la justicia salvífica de Dios, que preside el plan de salvación). "Bautizado Jesús, salió del agua, y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz que salía de los cielos decía: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco" (Mt 3, 13-17).

Pablo comenta esta terrible humillación de Jesús a que fue sometido por el Padre, en su misión de quitar el pecado del mundo, atacando en sí la raíz de todo pecado: el amor propio desordenado, la soberbia: "A quien no conoció el pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él" (2 Co 5, 21). Y también dice: "Y sabéis que él se manifestó para quitar los pecados y en él no hay pecado" (1Jn 3, 5). Y Pablo: "Dios, habiendo enviado a su propio Hijo en una carne semejante a la del pecado, en orden al pecado, condenó el pecado en la carne, a fin de que la justicia de la ley se cumpliera en nosotros que seguimos una conducta, no según la carne (de soberbia) sino según el Espíritu (de amor)" (Rm 8, 3-4). "Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose él mismo maldito por nosotros, pues dice la Escritura: maldito todo el que está colgado de un madero, a fin de que llegara a los gentiles, en Cristo Jesús, la bendición de Abraham y por la fe, recibiéramos el Espíritu de la promesa" (Ga 3, 13-14).

Así lo profetizó ya Isaías: "Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y Yahvé descargó sobre él la culpa de todos nosotros. Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que le trasquilaban está muda, tampoco él abrió la boca [...] y se puso su sepultura entre los malvados [...] Mas plugo a Yahvé quebrantarle con dolencias. Si se da a sí mismo en expiación, verá descendencia, alargará sus días, y lo que plazca a Yahvé se cumplirá por su mano. Por las fatigas de su alma [...] Por sus desdichas justificará a muchos mi siervo y las culpas de ellos él soportará" (ls 53, 6-11).

En esta dinámica de su Bautismo, de la muerte del yo, de todo orgullo y soberbia, y resurrección y triunfo del Amor de Cristo y suprema gloria del Padre, centra Jesús toda su vida y predicación, resumida en las Bienaventuranzas. Toda su doctrina de liberación, realización máxima del hombre y suprema felicidad de todos.

Así apunta igualmente, a la felicidad de sus amigos, cuando constata que la buscan aún por el camino opuesto, todavía al final de su vida pública. Por lo que ante su asombro y desconcierto se dispone a lavarles los pies: Como Juan Bautista en el Jordán, ahora es Pedro quien se opone a tal humillación. Jesús le respondió: "Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, lo comprenderás más tarde. Le dice Pedro: Jamás me lavarás los pies (oficio más humillante entre los tontos del pueblo). [...] Después que les lavó los pies y tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros. En verdad os digo: no es más el siervo que su amo ni el enviado más que el que le envía. Sabiendo esto, seréis felices si lo cumplís" (Jn 13, 1-17).

De este modo Jesús enseñaba de palabra y de obra la motivación y fuerza de su Redención del hombre autosuficiente, alejado de Dios, y vuelto contra su Amor; aunque de momento no se le entendiera, se escandalizaran sus mismos discípulos y en masa la gente le abandonara, por romper así sus categorías y escala de valores, tal como acontece al anuncio de su pasión, en la que iba a rematar la intención primera y principal de su Encarnación: dar muerte al pecado matando en sí todo amor propio desordenado, orgullo y soberbia, con la más terrible humillación de su muerte en cruz, entre dos ladrones.

Igualmente viene el escándalo cuando Jesús en Cafarnaúm promete y anuncia el Pan de vida. Sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban, por eso dijo: "¿Esto os escandaliza? [...] Jesús dijo entonces a los doce: ¿También vosotros os queréis marchar?" (cf.  Jn 6, 26-69).

  1. UN PUEBLO CUYA LEY ES EL AMOR.

Iglesia viva para felicidad suprema de todos (Concreción y proyección del Cuerpo Místico).

Porque el amor a Dios y a los hermanos es el manantial único de la auténtica felicidad.

"El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene" (GS 35).

Vale, pues, el hombre, por lo que es permanentemente, por lo que participa del que es por esencia. El Ser eterno por sí mismo: "Yo soy el que soy" (Ex 3, 14).

Dios da al hombre una vida temporal mortal, a través de los padres de la tierra y le da, a la vez, una Vida inmortal, eterna, dada por el mismo Dios directamente y atendida por sus amigos. La vida mortal, temporal es participación de la carne y sangre de los papás de la tierra; la Vida inmortal eterna es participación del ser mismo de Dios y de la felicidad de Dios.

La vida temporal del hombre y toda la creación, está puesta por Dios al servicio del hombre, para que le ayuden a vivir y disfrutar de su Vida inmortal eterna, para desarrollarla, perfeccionarla, según la imagen y perfección del mismo Dios. Para así, poder participar del gozo y felicidad del mismo Dios, compartiendo y conviviendo con Él, en su gozo eterno, muy superior a toda riqueza y placer humanos. Esta felicidad verdadera, profunda, infinitamente superior a todo lo creado, es la que Dios quiere compartir con el hombre. Y el querer regalar su placer incorruptible, permanente, inmutable es la causa y motivo de haber creado al hombre; y también el motivo de por qué le quiere desarrollado — inteligente, participante de su misma sabiduría y entendimiento, ciencia— de que sea perfecto, como Él es perfecto.

Cuanto más el hombre crezca y se desarrolle, se forme y perfeccione en su Vida eterna, que recibe directamente de Dios y que le hace más y más semejante a Él, más dueño y señor de sí mismo será y de todo lo creado, más rey de la creación. Así lo proclamamos agradecidos a Dios en el canon de la Plegaria cuarta de la misa: "Te alabamos Padre Santo porque eres grande, porque hiciste todas las cosas con sabiduría y amor. A imagen tuya creaste al hombre y le encomendaste el universo entero, para que sirviéndote a Ti, su creador, dominara todo lo creado. Y cuando por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte, sino que tendiste la mano a todos para que te encuentre el que te busca. Reiteraste tu alianza a los hombres, por los Profetas” (Plegaria Eucarística IV). La misma Palabra de Dios nos canta la grandeza del hombre: "¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él? [...] Apenas inferior a un Dios le hiciste, coronándole de gloria y de esplendor; le hiciste señor de las obras de tus manos, todo fue puesto por ti bajo sus pies" (Sal 8, 5-7).

Así el hombre, fiel al proyecto de Dios, y señor de la creación, de todas las criaturas, las domina y somete al servicio de la felicidad del hombre, según la sabiduría infinita, y según el orden perfecto de Dios, para todo lo creado.

El hombre, así fiel, obediente a Dios, jamás es esclavo y servidor de las criaturas, sino que de todas las criaturas saca el mayor bien, según el plan de Dios, que ha creado al hombre para participar de su felicidad divina, con el recto orden del amor de Dios, sobre todo lo creado, por la bondad infinita de Dios, todo para bien de todos los hombres. De ahí que el hombre, como dice el Concilio Vaticano II, "es tanto más humano cuanto más divino es". Por esto la fidelidad a Dios, no perjudica ni desprecia lo humano, ni las criaturas, sino que las dignifica y sublima ordenándolas a la suprema dignidad y felicidad superior del hombre, ayudándole a descubrir mejor la grandeza del Creador, y orientándole hacia Él. Son como las huellas y rastros de Dios por la tierra. Pues cuanto ha creado Dios y cuanto le ordena y aconseja al hombre no tiene otro punto de mira que compartir con el hombre la mayor felicidad, hasta transportarle a su misma felicidad infinita, infinitamente superior a todo gozo y felicidad conocida y experimentada por la razón humana. Es la felicidad propia y profunda de la Vida eterna inmortal del hombre, por la que Dios le Comparte su propio gozo y felicidad eterna. Ya iniciada, probada y gustada en este mundo.

Así, cuando Jesús ha dado todas sus normas, mandamientos y consejos a sus discípulos, les declara el por qué de sus mandamientos y cuanto les aconseja; "Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea colmado" (Jn 15, 11). Puede que uno se sienta triste porque no sienta esta cercanía y bondad de Dios. Presintiendo esto mismo, Jesús nos dice: "Vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros —a hacerme sensible— y se alegrará vuestro corazón y nadie os podrá quitar vuestra alegría" (Jn 16, 22).

Jesús mismo, cuanto pide al Padre, todo ello es en función de nuestra suprema felicidad: "Padre Santo, cuida en tu nombre a los que me has dado (a los que me has encomendado) ahora voy a ti y digo estas cosas en el mundo (¿para qué?), para que tengan en sí mismos mi alegría colmada" (Jn 17, 13). Ahora bien, cuando el hombre se encuentra con Dios, le trata y le "conoce", experimenta una riqueza, gozo y felicidad tan superior, que todo lo que antes tenía por ganancia y por satisfacción lo considera inútil y despreciable, aún lo más querido y valioso —al nivel simple humano— de carne y sangre. He ahí a San Pablo, antes perseguidor de los cristianos que dice: fui perseguidor de la Iglesia pero ante la sublimidad del conocimiento de Cristo mi Señor, “…lo que antes era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo, y más aún: juzgo que todo es pérdida comparado con el gozo del conocimiento de Cristo. Por Él dejé— perdí voluntariamente— todas las cosas y las tengo por basura, para ganar a Cristo y ser hallado en Él [...] y conocerle más y mejor" (Flp 3, 6-16). Y de este modo hablan todos los que han tenido interés en conocer a Cristo vivencial y personalmente: Agustín, Juan de la Cruz, Teresa de Jesús, Francisco, Ignacio, Carlos de Foucault... todos proclaman su cambio de valores y categorías, de gozo y felicidad con expresiones semejantes a la de Pablo: "Os anuncio, pues, hermanos, lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman” (1Co 2, 9). Esto es para los que creen en Él y así se acercan a Él, porque como dice el Concilio Vaticano ll: "La razón más alta de la dignidad humana consiste en la unión del hombre con Dios. Desde su nacimiento está llamado al diálogo con Dios, existe pura y simplemente por el amor de Dios que lo creó" (GS19).

Para esta felicidad y riqueza superior, permanente y eterna; sólo para esta felicidad, Jesús invita a dejarlo todo, hasta la propia carne y sangre, para centrar el corazón en su amor, por el cual no temamos perder hasta la propia vida, porque con ello ganamos la Vida y Felicidad con mayúsculas.

Y esta es la razón suprema de nuestro apostolado y el de toda la Iglesia; la razón de los Ejercicios y de todo cuanto este montaje y movimiento implica y por lo que entregamos nuestras vidas, minuto a minuto, buscando sólo y exclusivamente nuestra máxima felicidad.

La invitación y oferta, pues, no es otra que la de nuestro Papá Dios y de nuestra Madre la Virgen, la de Jesús que ha pagado con su sangre nuestra liberación y felicidad que nadie nos puede arrebatar: Así nos invita la misma Palabra de Dios, y así comunitariamente y por propia experiencia la trasmitimos y propagamos. Y como los primeros cristianos conocedores de Cristo, no podemos no hablar de lo que hemos conocido: "Gustad y ved, cuán bueno es el Señor" (Sal 34, 9).

"¡Oh, todos los sedientos id por agua, y los que no tenéis plata, venid, comprad y comed sin plata y sin pagar, vino y leche! ¿Por qué gastar plata en lo que no es pan, y vuestro jornal en lo que no sacia? Hacedme caso y comed cosa buena, y disfrutaréis con algo sustancioso. Aplicad el oído y acudid a mí, oíd y vivirá vuestra alma" (Is 55, 1-3).

En este sentido las Bienaventuranzas o felicidades según Jesús: "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia” —de lo que es justo, verdadero, auténtico y que no se conforman con las criaturas y todo lo pasajero mortal— (cf.  Mt 5, 1-12). Igual el cántico de júbilo de nuestra Madre: el Magníficat (cf.  Lc 1, 46). Y precisamente porque la auténtica felicidad está en el amor y el amor y la felicidad exigen y reclaman esta riqueza y felicidad para nosotros y para todos, pues es lo que todos buscamos y queremos. Por esto esta felicidad común es exigencia y reclamo de nuestro gozo y alegría completa.

Y es la razón principal de unirnos en comunidad, hermanos de todo estado y condición, de toda raza, sexo, pueblo y nación, para compartir y multiplicar mejor nuestra felicidad en el Reino de su Amor, ya aquí en el mundo, en la Vida comunitaria de Dios y en su misma felicidad. Y para así, comunitariamente, fraternalmente, igual de todos los países, podamos proclamar con más fuerza y poder convincente, la felicidad verdadera y compartirla con todos los hombres, nuestros hermanos. No hacemos más que proclamarla con las mismas palabras de Verdad y de Vida: “Os anunciamos la Vida eterna que estaba con el Padre y que se nos manifestó, lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros (esta comunión con Dios en Cristo es la base de la Comunidad, de lo contrario, sería falsa la proclamación). Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os decimos esto para que nuestro gozo sea completo" (1Jn 1, 1-4). Igual se expresa el primer misionero de Cristo, Juan Bautista. Cuando presencia el encuentro de Jesús con cada hermano, se alegra inmensamente "Esta es, pues, mi alegría, que alcanza su plenitud" (Jn 3, 29). Esta felicidad universal, propia del Cuerpo de Cristo, de la Iglesia, del Reino de Dios es la que quiere compartir con todos esta Comunidad. Y esta es la razón de su existencia. Porque además, comunitaria es la Vida eterna del hombre y su felicidad plena, que sólo de Dios recibe colmadamente. Y porque sólo comunitariamente, en Iglesia, se puede vivir y gozar con plenitud. Y sólo en comunidad eclesial y de amor universal, sin discriminaciones, ni acepción de personas, a ningún nivel, se puede revelar la Vida y felicidad  de Dios y compartirse con todos los hermanos sin excepción alguna. Esta universalidad es característica esencial de la Iglesia "Católica" —esto es, universal— y de toda Comunidad genuinamente cristiana.

En efecto, nos dice el Concilio Vaticano ll: "Fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo que le confesara en verdad y le sirviera santamente" (LG 9).

He ahí, pues, que para santificar y salvar a todos los hermanos, ponemos en juego, y lo invertimos todo, por el método y camino que nos señala la voluntad y deseo de Dios. Porque, además, el jugárnoslo todo por los hermanos, que abusando de su libertad y en su autosuficiencia, no prestarán oídos, lo rechazarán y se burlarán, como despreciaron, se burlaron e hirieron de muerte a nuestro Maestro Jesús. Pero como dicta el amor de un verdadero papá y mamá, que lo gastan todo y lo prueban todo, por costoso que fuera, por poca que sea la esperanza de salvar la vida del hijo. No podemos menos, cuando a diario, Jesús invierte toda su sangre a precio de la salvación y santificación de cada uno de nosotros. Así juntamos nuestras fuerzas, todo nuestro haber y poseer,  y todas nuestras vidas, con Jesús y como Él, personas de toda raza y condición, en el mismo proyecto y dinámica salvífica de Jesús.

Sólo queremos brindarte gratuitamente, y con el mayor empeño y gozo en el Señor, tu máxima felicidad temporal y eterna e invitarte a arrimar el hombro a la causa de Jesús para bien de todos los hermanos, y para colmarte de propia felicidad en Cristo. Exigencia de la plenitud de Cristo, de la salud plena del Cuerpo Místico de Cristo, del triunfo del Reino de Dios en la tierra, y gloria de toda la Iglesia. Así, por María Nuestra Madre, es glorificada la Trinidad que habita en nosotros (cf.  LG 9-17). "Este pueblo tiene por ley el nuevo mandato de amor, como el mismo Cristo nos amó a nosotros" (cf.  Jn 13, 34). 

  1. PRIMER GRADO DE AMOR AL PRÓJIMO: AMAR AL PRÓJIMO COMO A TI MISMO

La ley del pueblo de Dios es el Amor: Interesa adquirir gran capacidad de amar.

El amor jamás es estático, sino dinámico. La medida es amar sin medida. Su norma es amar más allá de toda norma e ir constantemente batiendo el record de amor. Alcanzamos la talla, medida, madurez y plenitud de hombre, de persona, que consiga, con obras y con verdad la plenitud, madurez, medida y talla nuestro amor afectivo y efectivo a nuestros hermanos.

Ya sabemos que amar con obras y con verdad, consiste en desear el mayor bien al hermano y colaborar, con toda nuestra mente, corazón y fuerzas a que lo consiga.

Y sabemos también que "el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene" (GS 35).

Amar, pues, al prójimo, es colaborarle en su mayor bien. Esto es, en el desarrollo y crecimiento de su más genuina identidad, en su ser más digno, más excelso, de mayor importancia y valía; y no según los hombres y la razón simplemente humana, sino según el Creador, Autor y Padre único, del hombre. No según el amor e inteligencia finitos, limitados y relativos de los hombres, sino según el amor y sabiduría infinitos, eternos y absolutos de Dios y el precio de la sangre de Cristo.

Por tanto, si quiero amar al prójimo como a mí mismo, con obras y con verdad, debo amarle como me amo, no solamente según el ser, valores y categorías de los hombres, del mundo y de la razón, no según la carne y la sangre, según el alcance y radio de acción de la vida mortal, sino según la medida de la fe, según los mandamientos de Dios y sus consejos, sus pensamientos y caminos, de acuerdo a su voluntad, proyecto y designios de Amor sobre el hombre divino humano. Amor, pues, no limitado a las categorías y escala de valores de la vida temporal sino en la dimensión, categorías, dignidad y proyección de la Vida inmortal y eterna.

Así, amar al prójimo rectamente como a mí mismo, me exige e implica amarle con el debido respeto y punto de mira del mismo Dios; de una forma concreta y personalizada, viendo su situación y circunstancias propias, con los ojos y amor de Cristo, con la ilusión y esperanza de ver plasmado y hecho realidad, sobre tal persona individual y concreta, el ideal supremo de Dios en Cristo —con todos sus derechos, y suprema dignidad— en su ser divino humano.

Lo primero, pues, que me pide la calidad y dimensión de mi amor al prójimo, es que le considere y ame, que le estime y valore en sus máximos valores, según el Evangelio de Jesús. Esto es, según el pensar y estima de Jesús. Por tanto, sobrevalorando, hasta con el precio de mi vida, hasta la muerte, su ser eterno —sobre su ser temporal— su alma sobre su cuerpo, sus valores trascendentes, divinos, sobre sus valores simplemente humanos y mortales. "¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?" (Mt 16, 26).

Que lo respete, mire y estime como verdadero hijo de Dios, y que como a tal le apoye y defienda, en la vivencia y comportamiento de este rango y dignidad, con todos los derechos y deberes que le incumben por su filiación divina, y por su herencia que le corresponde, en este mundo y en la eternidad, como a todo hijo de Dios, sabiendo que no hay identidad en la tierra ni título alguno, de ningún personaje del mundo, que supere ni iguale al título e identidad de hijo de Dios.

Amar, pues, al prójimo como a mí mismo, es tratarlo como a verdadero hermano y colaborar a que se sepa y se sienta como verdadero hermano de todos los hombres sin excepción alguna, ni acepción de personas. Que descubra su solidaridad con toda la familia de Dios de la que es miembro, unido a todos los hombres sus hermanos, con vínculos más estrechos, más estables y sagrados que los vínculos de carne y sangre de la familia humana; y por consiguiente con compromisos más fuertes y exigentes que los que nos obligan a un nivel simplemente temporal y a nivel de la gracia del Don de Dios, de la Vida eterna. Mi deber sagrado de considerar a todo hombre como hermano mío, y de amarle como a mí mismo, no me permitirá dejarle en la ignorancia o desidia acerca de esta identidad de su Vida inmortal eterna y de su suprema dignidad de hijo de Dios y de los deberes y derechos que tal identidad divino-humana le confiere.

Jamás podré rebajarle las exigencias, nivel de vida, conducta y comportamiento, ante Dios y ante los hombres, a que tiene derecho y a que está obligado para atender debidamente al desarrollo y perfección como hijo de Dios creado a imagen del Hijo, Cristo al que tiene que imitar hasta reproducirle, para corresponder al designio de amor de Dios en su existencia en este mundo como peregrino hacia la Casa del Padre.

Y aunque yo, por mi debilidad, pereza o mediocridad, por mi ingratitud o pecado, por mis infidelidades al amor de Dios y al debido amor a los hermanos, traicionara mi ideal de reproducir fielmente a Cristo en mi vida, mi amor al prójimo me obliga a aconsejarle rectamente, según Jesús, para la salud temporal y eterna de todos mis hermanos.

Igualmente mi sincero amor al prójimo, me obligará, siempre, a aconsejar y proporcionar a mi prójimo aquellos medios generalmente reconocidos para corresponder fielmente a la gracia y llamada de Dios, aunque yo, por mi débil fe y mezquino amor, hubiera traicionado a la gracia, y llevara una vida tibia e ingrata para con Dios y un seguimiento de Jesús más aparente que real o, tal vez, escandaloso para los demás hermanos en la fe.

Mi verdadero amor al prójimo y a todos los hombres, me responsabilizará a trabajar, a que muchos correspondan a la Gracia divina, según su capacidad y talentos; gozándome en el Señor, en que me superen, a todos los niveles y rindan al máximo en el apostolado, y en su aporte a la Iglesia y a todos los hombres. Y hasta que, por su ejemplo  y generosidad me estimulen a mí y a toda la Comunidad a crecer y perfeccionarnos, en nuestra oración diaria y en nuestra vida apostólica, en orden a nuestra misión de formar auténticos discípulos de Jesús, de todas las gentes, razas y pueblos a gloria de la Trinidad y gozo de María, Nuestra Madre.

El verdadero amor al prójimo no consentirá jamás, el cumplimiento o satisfacción de deberes materialmente cumplidos, con respecto a tal deber de amar. Jamás uno predicará por predicar, ni aconsejará por cumplir y lavarse las manos, sino que buscará siempre la eficacia y frutos del verdadero amor, del mayor bien del prójimo. Se sentirá siempre  con la deuda del amor, y con el deber de no cesar en su empeño de lograr, de hecho, el mayor bien para todo hermano. Con el amor de madre, jamás se rendirá, no dará por terminada su ayuda al hermano mientras no le vea en su debida respuesta al Señor y, en la realización de su ideal supremo. Tal era la responsabilidad y amor comprometido de Pablo con su amigo Timoteo. Porque el amor alcanza a la persona en toda la dimensión de su ser y de su actividad; el Apóstol a su discípulo: "Te conjuro en presencia  de Dios y de Cristo Jesús que ha de venir a juzgar a vivos y muertos, por su Manifestación y su Reino: Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina [...] pórtate en todo con prudencia, soporta los sufrimientos, realiza la función de evangelizar, desempeña a la perfección tu ministerio" (2Tm 4, 1-5). Porque mi amor al prójimo me obliga a enseñarle, teórica y prácticamente, a guardar todo lo que Jesús nos ha mandado (cf.  Mt 28,19).

Amaré a mi prójimo, con la convicción de que mi vida se realizará y alcanzará la medida y talla que tiene mi amor al hermano; y que, en la tarde de la vida, se me examinará solamente de mi amor al hermano. Y que, además, la nota de amor que pongan a mi vida, al fin de ella, será la que determine el grado de felicidad eterna para mí y para muchos.

"A fuerza de amor humano, me abraso en amor divino, la santidad es camino que  va de mí hacia mi hermano; me di sin tender la mano para cobrar el favor. Me di en salud y en dolor, a todos y de tal suerte, que me ha encontrado la muerte sin nada más que el amor". Porque, es la vida sin amor, lo mismo que sin sufrir, la vida sin estimar, es lo mismo que morir. Más aún, por amor sincero y verdadero a mi hermano, tendré que convertirme de veras al mayor bien, según Jesús, en mí. Por la sencilla razón de  que el hermano no abrazará su mayor bien, no se amará rectamente, si no ve la realización del mayor bien, según Dios en mí mismo. Es decir, que el amor práctico y sincero a mis hermanos, me obliga a amarme profundamente y santamente a mí mismo, cumpliendo fielmente en mí la voluntad de Dios.

Así Jesús amó como a sí mismo a sus discípulos, deseando siempre para ellos la misma vida y misión que Él cumplía; la misma gloria y felicidad de que Él gozaba, la misma santidad y perfección, amor y entrega, con que Él glorificaba al Padre, y cumplía hasta el extremo su plan de salvación y Redención de todos los hombres.

Jamás quiso Jesús rebajar el Bautismo y el Cáliz de sus amigos, ni concederles que fuera inferior su Cáliz y Bautismo. Más bien, a tiempo y a destiempo, les condujo y estimuló a que siguieran hasta la muerte su mismo camino, sin consentirles volver la vista atrás, ni dejarse llevar por sus sentimientos humanos, de carne y de sangre; para que fueran fieles en todo momento, a los caminos y pensamientos del Padre, en bien de toda la humanidad.

Como a sí mismo amó Jesús a los suyos; aunque no lo comprendieran y aunque muchos de sus seguidores le abandonaran, por no considerar un bien lo que Él, por amor a ellos les mandaba y exigía: "Como el Padre me amó os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor. Como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros" (Jn 15, 9-11).

"Padre, voy a ti […] para que ellos tengan en sí mismos mi alegría colmada [...] no son del mundo, como yo no soy del mundo. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me consagro a mí mismo, para que ellos también sean consagrados en la verdad [...] que sean uno como nosotros, que sean perfectamente uno como nosotros [...] que el mundo conozca que les has amado a ellos como me has amado a mí. Padre quiero que donde yo esté estén también conmigo [...] para que el amor con que tú me has amado esté en ellos" (Jn 17, 13. 16. 18. 21. 23. 24. 26).

"Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20,21).

"¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber, o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado? [...] El cáliz sí lo beberéis y también seréis bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado" (Mc 10, 38-39).

"Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles. Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos. Y todo esto lo hago por el Evangelio" (1Co 9, 22).

  1. SEGUNDO GRADO DE AMOR AL PRÓJIMO: AMAR AL PRÓJIMO COMO A JESÚS.

Jamás podremos ponderar y apreciar suficientemente, la estrechísima solidaridad que el Padre ha querido establecer en Cristo con el hombre. Ya desde antes de la constitución del mundo: “Por cuanto nos eligió en Él antes de la creación, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el Amor, eligiéndonos de antemano para ser sus hijos por medio de Jesucristo [...] haciendo que todo tenga a Cristo por cabeza” (Ef 1, 3-13).

Y jamás podremos estimar, en su profundidad, la relación íntima de Amor-Vida que expresamos cada día en el Sacrificio Eucarístico, al pronunciar, en la elevación conjunta de la Hostia y el Cáliz: "Por Cristo, con Él y en Él, a ti Dios Padre omnipotente en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos".

Porque la unión vital de Amor-Vida, que Jesús ha querido tener y mantener con nosotros, es muy semejante, pero más estrecha aún, a la que se establece entre la mamá y el niño que gesta en sus entrañas, y que nutre exclusivamente con su propia sangre. Tal es el sentido y realidad del Cuerpo Místico de Cristo: de toda la humanidad, vitalmente unida a Cristo su Cabeza, que llamamos Iglesia y que es el Verdadero Reino de Dios, regido y alimentado por el Amor mismo de Dios y que aparece como un verdadero Pueblo de Dios, cuya ley, fundamento y Vida es el Amor mismo de la Trinidad.

Tal es la unión, conexión y comunión vital, de Cristo Cabeza, con todos y cada uno de los hombres, sus miembros que no formamos más que un solo Cuerpo y un solo Espíritu: "Un solo Señor, con una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos" (Ef 4, 4-6).

Hasta tal punto, y en tal intimidad de Vida, ha querido Jesús mantener y garantizar nuestras Vidas eternas que ha dispuesto en sus mismas entrañas gestarnos, y asumir, Él personalmente, el proceso vital de salud o enfermedad de cada uno de nosotros. De forma que la gracia o el pecado, el vicio o virtud, la tristeza o fervor, la generosidad o actitud mediocre, el sí o el no al Amor-Vida de Cristo, su rechazo o seguimiento fiel y decidido, antes que ser advertidos por la misma persona interesada, son percibidos y sufridos por Cristo Cabeza. Como cualquier herida o accidente del cuerpo humano, que, antes que el propio miembro afectado, percibe el dolor la cabeza, en la que repercuten instantáneamente las incidencias de todos y cada uno de sus miembros.

Es por esta razón —verdaderamente vital— misteriosa, sí, por ser del ámbito de la fe, pero más real y permanente que el mismo organismo del cuerpo humano, que en Jesús, afecta vivencialmente, antes que las personas interesadas, nuestro amor o desamor para con los hombres, miembros del Cuerpo de Cristo. De tal forma, que las expresiones del Evangelio, en las que Jesús se siente personalmente y directamente afectado por nuestro comportamiento positivo o negativo, en bien o en mal, a favor o en contra de nuestros hermanos, no son formas literarias o convencionales de hablar, para que comprendamos el interés que tiene Dios en nuestro mutuo amor y solidaridad fraterna, sino que, las verdades nos revelan el gran Sacramento de comunión de Vida Amor, en el que Jesús comparte vitalmente, en sí mismo, nuestro proceso personal de vida o muerte, de salud o enfermedad aún antes de que nosotros lo percibamos.

De ahí que verdaderamente todo hombre es Cristo, verdadero miembro de Cristo, sano o enfermo, vivo o muerto, débil o robusto, que comunica o contagia por todo el cuerpo su propio estado de salud o enfermedad espiritual. Tal es la fuerte influencia de los santos en toda la vida de la Iglesia, y también las terribles repercusiones de nuestros pecados en multitud de hermanos. Así nos lo enseña la Iglesia en su doctrina sobre el Cuerpo Místico: "Es una cosa, realmente tremenda, que, nunca meditaremos suficientemente, cómo la salvación de muchos depende de las oraciones y voluntarias mortificaciones de unos pocos" (Pio XII en la Encíclica sobre el Cuerpo Místico de Cristo).

Igual influencia, en negativo, podemos deducir de nuestros rechazos al amor de Dios, de nuestras infidelidades a su gracia y a su llamada a la santidad, que siempre son en favor y al servicio del Cristo total, en bien de todos nuestros hermanos.

Esta unión y solidaridad vital con los hombres expresaba el mismo Cristo a Saulo de Tarso, después San Pablo en su actitud criminal y persecución a muerte con los primeros cristianos: "Entre tanto, Saulo, respirando todavía amenazas y muertes contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo Sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, para que si encontraba algunos seguidores del Camino (designa el estilo de vida que caracterizaba a la comunidad cristiana, e indirectamente a esta comunidad) hombres o mujeres, los pudiera llevar atados a Jerusalén. Sucedió que, yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le rodeó una voz que le decía: «Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?» El respondió: « ¿Quién eres, Señor?» Y él: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues»" (Hc 9, 1-5).

De tal manera Jesús se identifica vitalmente con el hombre que ya sólo nos advierte y previene de nuestro comportamiento y conducta con los hermanos. Nos revela Jesús con toda claridad en su Evangelio que Él es el destinatario directo y personal del amor con que tratamos a nuestros hermanos. Hasta el punto, que juzga Jesús el amor que para con Él sentimos por la medida y calidad de amor que tenemos para con las personas de todo color y condición. Porque como dice San Juan: "Si alguno dice: Amo a Dios y aborrece a su hermano es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de Él este mandato: quien ama a Dios, ame también a su hermano" (1Jn 4, 20-21). "Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos" (1Jn 3, 14). Queda pues claro que nuestra unión vital con Dios depende de nuestra unión con los hermanos y viceversa. Porque afecta a la misma Vida y a la misma Persona de Cristo.

Tanto es así, que Jesús, a la hora de juzgar nuestra conducta y el balance de nuestra vida, de nuestro amor para con Él, ya sólo contabiliza nuestro comportamiento y amor sincero y efectivo para con los hermanos: Tal es su declaración en el juicio: "Entonces dirá a los de su derecha: «Venid benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber [...]». «Entonces los justos le responderán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer [...] de beber?, [...] ¿te acogimos?, [...] ¿te vestimos?, [...] ¿fuimos a verte? [...]». Y él les dirá: «En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis». Entonces dirá también a los de su izquierda: «Apartaos de mí, malditos, porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed [...]». «Señor, ¿cuándo te vimos [...]?», y él les responderá: «En verdad os digo que cuando dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, conmigo dejasteis de hacerlo»" (Mt 25, 31-46).

Qué suerte poder saber con certeza sobre qué versará la materia de nuestro examen y juicio definitivo en la hora de la muerte, y también saber cuál es el jornal y paga auténtica y única con que compensa Dios el peso de nuestra jornada diaria: El amor sincero y efectivo a nuestros hermanos, que Él recibe personalmente y directamente aún antes que lo reciba el hermano, y además con la estima y calidad real con que el amor sale de nuestro corazón.

Y aquí, sí, ante esta gran verdad interesa amar al hermano y a Jesús en él —no de palabra y de boca— no teórica o falsamente, no con engaños, fraude o falsedad, hipócrita o maliciosamente. Porque los hombres miran la apariencia, pero Dios mira el corazón. Por esto a la persona de fe verdadera, no le interesan tanto el juicio del hermano y de los hombres, acerca de su amor para con ellos, como la sinceridad y calidad de amor efectivo que para con todos, siente y guarda en su corazón. Por lo que tan poco le interesa, al que ama de verdad al hermano, contentarle, agradarle a él, como beneficiarle de verdad conforme al agrado, querer e interés de Jesús, que es el que recibe, calibra y discierne la autenticidad y sinceridad del amor que tributamos al hermano.

Porque además, el amor en obras que Jesús quiere que le entreguemos en el hermano, a menudo no coincide con las demostraciones y pruebas de amor que nuestro hermano nos pide y se presta a agradecernos. Por esto Jesús nos advierte acerca de la forma e intención del amor al hermano: “Si actuasteis por los hombres, (esto es según sus apetencias y gustos humanos), ya recibisteis la paga”. No tendréis paga del Padre que ve en lo secreto (cf.  Mt 6, 5). "Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen para que seáis hijos de vuestro Padre celestial [...] Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen también esto mismo los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre Celestial" (Mt 5, 44-48).

"Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6,1-4).

Este amor sincero, de corazón — práctico y efectivo, tal vez con menos palabras, pero más de obras, con que Jesús quiere ser amado en los miembros de su cuerpo, nuestros hermanos— no es así a menudo cotizado por los mismos hermanos que viven de apariencias, adulaciones y sentimentalismos. De ahí, proceden los malos entendidos, celos y envidias y hasta falsos juicios e ingratitud de los mismos que en Cristo son bien amados.

Jesús nos quiere prevenir a cuantos nos decidimos a amarle de verdad y de corazón en los hermanos, sin tener en cuenta la estima y paga de los mismos hombres, sino tal vez, todo lo contrario: incomprensión y tal vez, calumnias y persecución. Y nos dice él: "Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan, en mentira, toda clase de mal contra vosotros por mi causa —por mi amor en ellos—. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros" (Mt 5, 11-12).

No temer jamás amar de verdad, y con la verdad profética: anuncio de la Verdad y denuncia de la mentira, a todos nuestros hermanos esperando sólo la paga de Jesús en ellos. Y a menudo, la paga de Jesús es su cáliz y su bautismo, la paga de la cruz que Él reserva para sus verdaderos apóstoles y amigos de verdad, que por Él y en el hermano se juegan la Vida, por darles, no lo que ellos quieren sino lo que Jesús quiere en ellos. Así por sincero y verdadero amor a los hermanos, murió Jesús, mataron igualmente a los profetas y a la mayoría de los verdaderos amigos de Jesús.

Si somos cristianos, y con ojos de fe, miramos a nuestros hermanos, los hombres de cualquier estado y condición, sexo, raza, y color; fuere cual fuere su conducta y su creencia o increencia. Aunque la persona humana hubiere perdido toda imagen de Dios y apareciese degenerada, hecha más un gusano que un hombre, pese a quien pese, no podremos menos de reconocer, en cada persona a Cristo. Un Cristo roto. Sí, hecho un ecce homo. ¡Pero Cristo!, ciertamente el Cristo en el que hoy, preferentemente tenemos que centrar toda nuestra capacidad de amar, nuestra mente y nuestro corazón, es este Cristo roto, herido, destrozado en multitud de hermanos, sin figura divina, ni siquiera humana. Es el siervo de Yahvé, el Jesús "sin apariencia ni presencia" (ls 53, 2).

Amándole intensamente, con mirada fija y profunda, dulce y de amor, le conoceremos en su realidad, y al reconocerle, más le amaremos, al percatarnos que en él, también nosotros pusimos nuestras manos, y que descarga sobre él la aplastante losa de nuestras culpas y graves pecados de omisión y falta de respeto y amor.

Este Jesús hecho un monstruo, espectáculo y escándalo de las gentes, fácilmente condenado a toda clase de atropellos, injusticias y opresiones, marginado, cruelmente tratado hasta la muerte más vil, es el Jesús cuya defensa se nos pide y el Jesús que nos mendiga nuestra consideración, y ante el cual no debiéramos jamás lavarnos las manos: Es el ecce homo ofrecido a diario en el balcón de nuestra vida (Jn 19, 5), en espera de que nos pronunciemos más con la vida que con las palabras. Y en el odio ponga yo amor, en la tristeza alegría, en el error la verdad, en la duda la fe, en las tinieblas luz, en la discordia armonía, en la desesperación esperanza.

Es el Cristo en el hermano, en una real crucifixión y en un calvario sin fin. Crucificado de nuevo en el corazón de cada hombre, vendido y traicionado, tal vez en el que más cerca de Él anduvo en plan de amigo fiel (cf.  Hb 6, 4-6).

Nuestros silencios de prudencia y precaución a no pillarnos los dedos le prenden terriblemente a Él que no puede contar con nuestra defensa: "El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo desparrama” (Lc 11, 23).

"El que no me defienda ante los hombres…" (Lc 12).

Es este el Cristo que tengo que amar, hasta redimirlo y resucitarlo a fuerza de amor  práctico. Y formar así discípulos de todo hombre, aún con dolores de parto (cf.  Ga 4, 19). Hasta que viva Él en cada hombre (cf.  Ga 2, 20). No confiar en el cambio y conversión de una persona es no creer en la resurrección; ni confiar en que se cumpla así el ardiente deseo de Jesús en cada hombre: “Que mi amor esté en ellos y yo en ellos” (Jn 17, 26).

  1. TERCER GRADO DE AMOR AL PRÓJIMO: AMAR AL PRÓJIMO COMO JESUS AMA

El tercer grado de amor al prójimo, nos traslada a una calidad de amor totalmente distinta y superior al amor de los grados anteriores.

El amor de Jesús asimilado en nosotros —por haber sido— libre y voluntariamente asumido, plenamente aceptado y querido, transforma en sí todo nuestro ser. Así describe San Juan de la Cruz el poder transformante del Amor de Jesús en nuestras vidas: “Qué gran obra hace el Amor después que lo conocí —que me ha poseído— que si hay bien o mal en mí, lo hace todo de un sabor, que el alma transforma en sí". Es el mismo sentido de cambio de ser, de identidad que declara San Pablo en su misma persona: "En efecto, yo por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios; con Cristo estoy crucificado, y vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Ga 2, 19-20).

Amar como Jesús —ser amor de Cristo— no es algo que surja por encanto ni por generación espontánea. Requiere la llamada del Señor y la respuesta efectiva de nuestra parte. Es una respuesta que requiere violencia, porque es la entrada en otra vida, semilla del Reino de Dios, en contra del reino del mundo y de los hombres. Y como decía Jesús: "Desde los días de Juan Bautista hasta ahora —esto es en el Nuevo Testamento del Amor— el Reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan" (Mt 11, 12).

Para pasar a amar como Jesús, con su amor, se requiere pues, un cambio radical de ser. No es cambio de traje, de casa, de país, de familia, de oficio y de beneficio, de un "nombre", de categoría o rango exteriores, es sobre todo un cambio total del ser interior, vital de la persona, que irradiará evidentemente al exterior. Pero, el cambio sólo exterior constituirá una terrible frustración para la misma persona, y un fraude y desengaño, descrédito, para los demás. Porque el cambio exterior y aparente, sin el cambio interior del ser, haría de la persona un hipócrita, un falso cristiano, que poco a poco, acabaría siendo como un "sepulcro blanqueado", "un agente de iniquidad" y hasta un lobo con piel de oveja, un mercenario, que más que pastorear y cuidar las ovejas se aprovechará sólo de la lana y de la leche y, al fin, se comerá a las ovejas en lugar de dar la vida por ellas.

Amar como Jesús requiere de veras dar la vida por el mundo y por los hombres. Y este dar la vida, no significa propiamente, el estar preparado y dispuesto a morir mártir —como comúnmente se entiende, en defensa de la fe— un momento dado, en que le dan opción entre la muerte o el negar a Cristo. No, aquí, dar la vida o perder la vida es, cambiarla y pasar a una vida nueva, una criatura nueva, un hombre nuevo. En una palabra: querer perder la vida a la que uno se ha agarrado, con los cinco sentidos y estar dispuesto a nacer a una vida nueva. Si no es así, jamás la persona podrá amar, ni podrá gozar, como Jesús. Se quedará con el hombre viejo, con el amor viejo. Y lo peor es que no se da cuenta; y no percibirá que no ama bien, porque mientras no nazca a la vida nueva no captará la riqueza del nuevo ser, como el gusano no puede captar la nueva realidad del ser mariposa, ni el cadáver puede experimentar la vida, ni el modus vivendi de un ser vivo. En este caso muy poco entenderá del amor de Cristo, el que no se decida al cambio íntimo, profundo y radical de su ser, de su propia vida.

Es el cambio radical de vida que ofrecía y a que llamaba Jesús a Nicodemo: "En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios. Dícele Nicodemo: ¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer? Respondió Jesús: En verdad, en verdad te digo, el que no nazca de agua y de Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu es Espíritu. No te asombres de que te haya dicho: tenéis que nacer de lo alto" (Jn 3, 3-7).

Es el cambio, no de cosas exteriores, sino de muerte a vida, lo que requiere el amar como Jesús, en su mismo amor; y esta muerte y resurrección es lo que da la mayor gloria al Padre; recuerda el Bautismo de Jesús en el Jordán. Así dice Jesús: "Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él sólo; pero si muere da mucho fruto. El que ama su vida (de este mundo) la pierde (pierde la Vida nueva); el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. El que así me sirva, que me siga (esto es el que me entienda y quiera amar con mi amor, que me siga) y donde yo esté, allí estará, también, mi servidor. Al que me siga, mi Padre le honrará. —Y añade Jesús—: Ahora mi alma está turbada y ¿qué voy a decir? ¿Padre, líbrame de esta hora? ¡Pero si he llegado a esta hora para esto! Padre, glorifica tu nombre" (Jn 12, 23-28).

A la misma opción y consiguiente turbación nos invita y llama Jesús, para nuestra máxima glorificación, fruto y gloria del Padre: "La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, así seréis mis discípulos" (Jn 15, 8).

En efecto, "sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. —Amor de Cristo que requiere un cambio de los amores terrenos, mundanos, egoístas—. Quien no ama permanece en la muerte" (1Jn 3, 14-15).

Es el cambio total de ser, la condición primera y "sine qua non” que exige Jesús en el primer paso de su seguimiento: "Decía a todos Jesús: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día (la verdadera muerte del yo) y sígame. Porque quien quiera salvar su vida la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará" (Lc 9, 23-24).

Este paso de la vida mortal a la inmortal, con la riqueza de Amor —esencia y naturaleza de la vida nueva— es el fruto propio de la gracia bautismal, que significa y es muerte al amor propio desordenado, a todo lo carnal y resurrección al Amor de Dios, al ser espiritual. Pero este bautismo, sacramento, requiere la opción y decisión, consciente, libre y voluntaria de la persona interesada —tal es la profesión pública de la Consagración a Dios— por la renovación de las promesas del Bautismo, y renuncia a la vanagloria,  pensar y querer del mundo y de los hombres. Es la muerte a los frutos de la carne, y el nacimiento a los frutos del Espíritu. Es el Bautismo que exige Jesús, como el primer paso para iniciar el seguimiento, como por ejemplo, Santiago y Juan (cf.  Mc 10, 38-39).

Despojo del hombre viejo, y revestimiento del nuevo, simbolizada a veces por el traje religioso y "cambios de nombre"; pero que ahora no se hace —porque lo válido es el del Bautismo— con tal que a su debido tiempo se ratifique y se haga efectiva, con una Vida de Amor. Es el derecho y deber de todo bautizado. Todos debieran confirmar o reempezar su Consagración. "Cambio de ser, o Transustanciación". Este cambio radical de  ser: del hombre viejo-carnal al hombre nuevo-espiritual, del egoísmo al Amor, del yo a Cristo, implica todo el ser de la persona, empezando por sus potencias y facultades espirituales, internas de la persona: Tiene que cambiar de pensar, de sentir, para poder cambiar de amor y, después, cambiar de vivir, de gozar y sufrir, de morir y resucitar.

Y tomando el pensar, sentir, vivir, gozar, sufrir, morir y resucitar de Cristo. Adquirir las  categorías y escala de valores de Cristo para vivir y gozar plenamente las Bienaventuranzas. 

Por esto afirmarán todos los verdaderos seguidores de Jesús: En tanto se avanza y progresa en el amor y seguimiento de Jesús, en cuanto sale uno de su propio gusto querer e interés. Quien no viva la Vida misma de Dios jamás lo entenderá, más aún le tendrá miedo y lo rechazará; como el gusano que no quiera morir o el grano de trigo que no quiera pudrirse. Ciertamente la vocación genuinamente cristiana es Gracia sobrenatural y quien no quiere vivir así, de un modo sobrehumano dirá siempre que es inhumano.

Ciertamente a muchos les va de maravilla ir a misa, frecuentar los sacramentos, hacer "oración”, contemplar pasajes de la vida de Jesús, con tal de que no repercutan en su vida, con tal de no morir a sí mismo y a su vida de sentidos de carne y de egoísmo. Es una vida estéril y estado más bien muerto.

Amar como Jesús requiere cambiar mi pensar con el pensar de Dios, mi mente por la de Cristo: Porque dice Dios "no son mis pensamientos vuestros pensamientos ni vuestros caminos son mis caminos oráculo de Yahvé. Porque cuanto aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los vuestros y mis pensamientos a los vuestros" (Is 55, 8-9).

Así, Jesús a Pedro: "¡Quítate de mi vista Satanás! ¡Tropiezo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!" (Mt 16, 21-23).

He ahí, también el punto de interés de Pablo: "Os exhorto, pues hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: Tal será vuestro culto espiritual —el cambio de ser— la consagración, —no el cambio de hacer—. Y no os acomodéis al mundo presente; antes bien, transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es  la voluntad de Dios —el Amor de Dios— lo bueno, lo agradable, lo perfecto" (Rm 12, 1-2).

"El hombre natural (abandonado a sus apetencias humanas) —dice Pablo— no capta las cosas del Espíritu de Dios; son necedad para él. Y no las puede entender, pues sólo el Espíritu puede juzgarlas. En cambio el hombre espiritual lo juzga —lo capta— todo. Pero nosotros poseemos la mente de Cristo" (1Co 2, 14-15).

Este cambio radical de mente, para mentalizarme en Cristo, captar y vivir los pensamientos de Dios, es el objeto y fin principal de nuestra meditación diaria. Si uno capta el pensar de Jesús, le resultará espontáneo y hasta necesario amar como Jesús ama.

Sentir como Jesús: En dirección diametralmente opuesta al sentir de los hombres y del mundo. Pablo a sus discípulos: "Por tanto yo os pido por el estímulo del vivir en Cristo; por el amor, por la comunión en el Espíritu, por la entrañable compasión, que colméis mi alegría, siendo todos del mismo sentir, con un mismo amor, con un mismo espíritu, unos mismos sentimientos (no los de cada uno, sino los de Cristo). Nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismos, buscando cada cual no su propio interés sino el de los demás. Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo, (también el objeto de la oración diaria): el cual, siendo Dios, se despojó de su rango [...] y se humilló obedeciendo [...] hasta la muerte de cruz" (Flp 2, 1-8).

"Así pues, todos los perfectos —que hemos elegido el estado de perfección en el amor-tengamos estos sentimientos, y si en algo sentís de otra manera, también eso os lo declarará Dios” (Dios os cambiará de sentir) (Flp 3, 15). "Ruego que tengan un mismo sentir" (Flp 4, 2).

"En conclusión, tened todos unos mismos sentimientos, sed compasivos, amaos como hermanos, sed misericordiosos y humildes. No devolváis mal por mal ni insulto por insulto" (1Pe 3, 8-9).

Vivir como Jesús: "Quien dice que permanece en Él, debe vivir como vivió Él" (1Jn 2, 6).

"Hermanos os mandamos, en nombre del Señor Jesucristo, que os apartéis de todo hermano que viva desconcertado y no según la tradición que de nosotros recibisteis. Ya sabéis vosotros cómo debéis imitarnos, pues estando entre vosotros no vivimos desconcertados" (2Tes 3, 6-7).

"Os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús a que viváis como conviene que viváis para agradar a Dios, según aprendisteis de nosotros, y a que progreséis más. Porque esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación" (1Tes 4, 1-5).

Para amar como Jesús ama, es preciso, pensar, sentir y vivir como Jesús para poder entender, sentir y querer el Mandamiento Nuevo de su amor. Y es preciso amar con su Amor, para ser verdadero cristiano, discípulo fiel de Jesús. Hasta que uno ame como Él no podrá ser otro Cristo. Pues lo esencial de la vida de Cristo es el Amor puro de Dios, como perfecto es el Padre celestial, que es esencialmente Amor.

Para que pudiéramos amar como Él y ser Él, Jesús vino a ser nuestro Camino, Verdad y Vida, (cf.  Jn 14, 6) y empezó a hacer y enseñar (cf.  Hc 1, 1). Por eso empezó a negarse a sí mismo. Esto es a renunciar a su propio gusto, querer e interés. 

Por esto Jesús vino para obedecer al Padre hasta la muerte y muerte de cruz. Vino sólo a hacer la voluntad, gusto, agrado, intención y deseo del Padre: En su pensar, sentir, hablar, vivir, morir y resucitar.

El mandamiento, abnegación y renuncia a sí mismo abarca y resume toda la vida mortal de Jesús, desde su entrada en el mundo: "Aquí vengo, oh Dios para hacer tu voluntad", hasta el momento de su muerte: "Todo está cumplido" (Hb 10, 7; Jn 19, 30). "Porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado" (Jn 6, 38).

"Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra" (Jn 4, 34). "Yo no puedo hacer nada por mi cuenta: juzgo según lo que oigo y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado" (Jn 5, 30).

"Quien cumpla la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mc 3, 35). "Mi doctrina no es mía sino del que me ha enviado. El que quiera cumplir su voluntad, verá si mi doctrina es de Dios o hablo por mi cuenta. El que habla por su cuenta, busca su propia gloria, pero el que busca la gloria del que le ha enviado, es veraz" (Jn 7, 18). "No hago nada por mi propia cuenta; sino lo que el Padre me ha enseñado, eso es lo que hablo. Y el que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a Él" (Jn 8, 28-29).

“Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos permaneceréis en mi amor como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. [...] Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que os mando" (Jn 15, 13-14). "Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado; lo que os mando es que os améis los unos a los otros" (Jn 15, 16-17). “Mandamiento Nuevo os doy: Que os améis los unos a los otros. Que como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13, 34-35).

“Y sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo —lo cual es verdadero en él y en vosotros— pues las tinieblas pasan y la luz verdadera brilla ya" (1Jn 2, 8).

  1. LA MAYOR PRUEBA DE AMOR

Para poder amar como Jesús, tengo que conocer cómo me ama Jesús a mí y pesar su amor e intensidad.

Nuestra Madre la Iglesia, a través de todo el año litúrgico, presenta anualmente a nuestra consideración, meditación contemplación, la Encarnación, vida y muerte de Jesús: Nuestro único Camino, Verdad y Vida. No para que sólo le adoremos y admiremos, sino para que le imitemos.

Jesús es la Palabra de Dios a los hombres, y es la respuesta fiel del hombre a Dios. Es la revelación y entrega del amor infinito de Dios al mundo. Y es el reconocimiento y correspondencia fiel del mundo a este amor infinito de Dios: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él" (Jn 3, 16-17).

"Y la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros y hemos visto su gloria (su presencia personal y tangible) gloria que recibe del Padre, como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. [...] A Dios nadie le ha visto jamás: El Hijo único, que está en el seno del Padre, él nos lo ha revelado" (Jn 1, 14 y 18).

Jesús es, pues, el puente entre Dios y el hombre, y entre el hombre y Dios: Así dice Jesús: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre. Desde ahora le conocéis y le habéis visto. Le dice Felipe: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. Le dice Jesús: ¿Tanto tiempo estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. [...] Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí" (Jn 14, 6-11). He ahí, pues, con Jesús entre nosotros, se ofrece como respuesta de gratitud al Padre: “Te ofrecemos el pan de Vida y el cáliz de salvación". "Por Cristo, con Él y en Él, ofrecemos también nosotros nuestro reconocimiento y gratitud a Dios Padre en la unidad del Espíritu Santo" (Liturgia de la Misa).

Jesús, en su misión de revelar el amor, la identidad, de Dios a los hombres, apelará a las mayores manifestaciones, expresiones y pruebas de amor —en cuanto puede el hombre captar y entender por sus sentidos—, a fin de que a través de los sentidos y la razón llegue al terreno de la fe, a través de lo natural y humano, alcance la vida sobrenatural y sobrehumana-divina. Así, lo cantamos en el Prefacio-liturgia de Navidad: "Dios (Jesús) se manifestó para que, a través del amor visible fuéramos arrebatados al amor del Invisible". Y así, seducidos y cautivados por el amor humano, mortal, finito, de Jesús, pudiéramos descubrir, saborear y gustar el amor espiritual, infinito eterno de Dios, que supera la razón, los sentidos y todo lo humano: "Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman" (1Co 2, 9).

Ante la situación y actitud del hombre, enredado y atrapado por las criaturas, inadecuadas a su corazón, para las cuales no ha sido creado el hombre, pues todo lo creado fue dado al hombre para que le sirviera de medio, y no de fin; para "conocer", convivir y disfrutar de la amistad, riqueza, amor, herencia de su Creador y Padre. Toda criatura para que fuera trampolín, y no trampa para aprisionar y esclavizar el corazón del hombre.

Jesús viene para poner en orden, en sí mismo, en su propia persona la debida relación entre las criaturas y el Creador. Y pone a las criaturas al servicio y en función del "conocimiento", encuentro y gozo supremo inefable de la unión con Dios. El amor de Dios, su amistad y convivencia, como única realización, desarrollo, perfección, plenitud y destino único y definitivo del hombre, aquí y en la eternidad.

Habiendo creado al hombre libre, de la misma naturaleza de Dios, no le puede, no quiere coaccionarle, obligarle —pero sí— conquistarle, seducirle, cautivarle, por amor y con amor: Así el mismo Dios nos hace su declaración de amor, cuando ve a la persona humana separada y alejada de Él: "Por eso yo la voy a seducir, la llevaré al desierto y hablaré a su corazón [...] y ella me responderá allí como en los días de su juventud"; y así en un enamorado lenguaje de amor trata de atraer la persona hacia sí: "Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo —esto es, te daré toda clase de obsequios y pruebas de amor— te desposaré conmigo en fidelidad, y tu conocerás a Yahvé" (Os 2, 13-22). Y le "conocerás" no de oídas sino personalmente con una experiencia vivencial de Él, que es lo que da el trato interpersonal, comprometido y esponsalicio, al menos por parte de Dios. Tal es el objeto y fin de la oración.

A esta seducción o conquista, por parte de Dios, la persona se siente herida por fuerte amor, a no ser que en su obstinación, la drogadicción le tenga tan terriblemente secuestrada y alienada, que no perciba la invitación amorosa de Dios, y le rechace y desprecie, pegada y como condenada por la criatura. Porque, como decía el antes gran pecador Agustín: "El que te creó sin ti no te salvará —no te redimirá— sin ti, sin tu colaboración".

Mas si tu autosuficiencia no te ciega los ojos y no tiene tu corazón bloqueado y encadenado, seguro encontrarás tanto amor; y no le podrás resistir.

Así lo reconocieron cuantos se dejaron encontrar por Dios y no despreciaron ni rechazaron su amor. En estos términos se expresa, por ejemplo. Jeremías: "Me has seducido Yahvé, y me dejé seducir; me has agarrado y me has podido. Yo decía: No volveré a recordarlo ni hablaré más en su nombre. Pero había en mi corazón algo así como un fuego ardiente, prendido en mis huesos y aunque yo trabajaba por ahogarlo no podía” (Jer 20, 7-9).

Ciertamente que la persona profana, de corazón duro, frío, mediocre y tibio, a esta conducta y metodología, pedagogía de Dios, le dirá: lavado de cerebro, manipulación o proselitismo descarado. Pero toda la actitud y dinámica de Jesús en su Redención del hombre, no es más que un derroche de amor tal, ofrecido en sangre —que hasta los corazones más degradados, duros y drogados, por el vicio y bloqueo de las criaturas, tienen que rendirse—. Y todos los que no alejan de este Jesús sus ojos, no pueden menos que unirse al dulce y tierno canto de Navidad: "Niño lindo, ante ti me rindo”. Así el vicioso Agustín, cuando se rindió a la persecución amorosa de Jesús: "Nos hiciste para ti. Señor y nuestro corazón no descansará —andará inquieto— hasta que repose en ti". "¡Qué tarde te conocí!" Así Francisco de Asís, que le descubrirá en todas las criaturas: en el sol, las flores y la luna, en todos los amores, loado mi Señor. Juan de la Cruz: "¿Por dónde te escondiste Amado y me dejaste con gemido?, [...] ¿y quién podrá sanarme? Acaba de entregarte ya de veras [...] y todos cuantos vagan [...] porque ir a buscar en los hombres lo que mi corazón ansia, es mendigar a puertas de gente pobre". Santa Teresa: "Vivo sin vivir en mí". "Vuestra soy, para vos nací [...] decid mi Señor decid, que a todo diré que sí. Vuestra, pues que me creaste; vuestra, pues que me compraste. ¿Qué mandáis hacer de mí?"

Mas Jesús, viendo nuestra situación, de confusión y despiste, de engaño y decepción en el profundo y desconcertante estado de nuestro secuestro, apela a los más expresivos y valiosos recursos de amor, con que las personas de toda condición pudieran palpar la grandeza de su amor gratuito y sacrificado, y a la vez viendo el precio de su rescate, aceptaran salir de su esclavitud de opresión y esclavitud de los enemigos de la verdadera libertad, la que nos ofrece Jesús cuando dice: "Si (aceptáis) y os mantenéis fieles a mi Palabra seréis verdaderamente mis discípulos y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres, (y añade): Si pues el Hijo de Dios os da la libertad, seréis realmente libres" (Jn 8, 32-36).

Se dispone, pues, Jesús, a dar al hombre las mayores pruebas de amor que el hombre puede, a través de los sentidos, captar. En este orden y nivel, simplemente humano, como dice el mismo Jesús: "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Y ante el desprecio, poca estima y falta de interés del hombre, por su propia liberación y salvación, Jesús se decide a expresarle el auténtico valor de su vida, por el precio de la sangre y la muerte cruel de todo un Dios, para así llamarle la atención, convencerle y lograr que el hombre libre y voluntariamente quiera ser liberado y salvado.

Con esta convicción y experiencia personal, se expresa el discípulo de Cristo: "Conducíos con temor (al pecado) durante el tiempo de vuestro destierro en este mundo sabiendo que habéis sido rescatados de la conducta necia de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla. Cristo, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos a causa de vosotros" (1Pe 1, 17-20).

Lo mismo Pablo nos recuerda la obligación de vivir santamente dado el precio pagado por nosotros: "¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo" (1Co 6, 19-20). Y más adelante: "Habéis sido bien comprados. No os hagáis esclavos de los hombres. Hermanos, permanezca cada cual ante Dios en el estado en que fue llamado" (1Co 7, 23-24).

Tal fue, pues, la intención de Jesús en su intento y esfuerzo redentor, tratando de captar nuestra atención y liberación voluntaria: "Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre para que todo el que crea tenga por Él vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo" (Jn 3, 14-16). Y ante la actitud indiferente de los incrédulos les dijo Jesús: "Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy" (Jn 8, 28-30). Y así Jesús ansiaba darnos ya esta mayor prueba de amor con tal que aceptáramos su redención, y decía: "Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12, 32).

Y ciertamente los corazones más duros que las rocas del Calvario, se han visto quebrados, rendidos ante un hombre Dios, muerto crucificado en una cruz, por mi amor. Es la razón y argumento ante el que se han rendido sus más fuertes enemigos y perseguidores: Así Pablo: "Con Cristo estoy crucificado y, vivo yo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2, 19-20).

Ciertamente nada, ni nadie, como este amor de Cristo, fuera capaz de arrastrar todo el amor de un corazón, por poca sensibilidad que le quede. Este amor, tu identidad, tu ser eterno, es lo único que Jesús te regala a tan alto precio.

Así, con amor de contrición y gratuito, se le responde. "No me mueve mi Dios, para quererte, el cielo que me tienes prometido; ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte. Tú me mueves. Señor; muéveme el verte clavado en esa cruz y escarnecido; muéveme el ver tu cuerpo tan herido, muévenme tus afrentas y tu muerte. Muéveme tu amor, y en tal manera que, aunque no hubiera cielo yo te amara y aunque no hubiera infierno te temiera. No me tienes que dar porque te quiera. Pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera".

Así con este amor hasta las mayores pruebas de la cruz, quiere Jesús que amemos a nuestro hermano —prójimo—. Por mí murió. "En esto hemos conocido lo que es amor: en que Él dio la vida por los hermanos" (1Jn 3, 16). "Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros" (1Jn 4, 10-11).

Pues, aún, mayor prueba de amor, si cabe, nos da Jesús al confiarnos rescatar de la muerte a multitud de miembros de su Cuerpo, hermanos nuestros, invitándonos a ser con Él, corredentores de la humanidad caída. Así eleva nuestras vidas al nivel de la suya, precio de redención de los hombres, cuando nos invita a continuar, con nuestras vidas, su misma misión redentora: "Como el Padre me envió, así yo os envío" (Jn 20, 21). Y aún a dar con Él y como  Él la mayor prueba de amor, como humanidad de añadidura de Cristo; humanidad de recambio, personificando fielmente a Jesús en la cruz. Conscientes de nuestro papel, plenamente redentor, nos ilusionará el desempeñarlo con la mayor eficacia; ¡y no buscaremos ya más gloria que la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual, el mundo es para nosotros un crucificado, y nosotros un crucificado para el mundo! (cf.  Ga 6, 14). "Y no querremos ya saber sino a Cristo y este crucificado" (cf.  1Co 2, 2).

Es la respuesta al "sitio" de Jesús. Y a su testamento, en que nos dejó a su Madre, y a nosotros a ella, para ocupar el lugar de Jesús, la cruz, para atraer a todos al Padre, amando a todos con el amor de Cristo y dando con Él y como Él la mayor prueba de amor a todos.

  1. LA CARNE DE DIOS, HECHA PAN DE AMOR

El amor pide cercanía e intimidad — no consiente la separación— se deja “conocer”.

El apóstol y Evangelista, Juan, aquél a quien Jesús amaba y revelaba fácilmente los secretos de su corazón, empieza así la descripción de la última Cena del Señor: "Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1).

He ahí el misterio de amor más grande de nuestro Dios. El sacramento de los sacramentos, de toda nuestra fe. El Sacramento. Gran sacramento de nuestra fe y de nuestro amor, por el que se nos da en entrega permanente el autor de nuestra fe y de los sacramentos.

Oh, sagrado convite en el que se gusta y se alimenta de Cristo —entrega y recuerdo vivo de su Pasión— el alma se llena de Gracia y nos da la prenda de la gloria futura. Es el pan del cielo que contiene todo deleite. "¡Oh Dios, que en este admirable sacramento nos entregas el recuerdo-presencia viva de tu mayor prueba de amor!, te pedimos venerar de tal modo los sagrados misterios de tu cuerpo y de tu sangre que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de la Redención" (de la Oración después de la Comunión).

“El sacramento de nuestra piedad, signo de unidad, vínculo de caridad" (San Agustín).

"La obra de nuestra Redención se efectúa cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la cruz, por medio de la cual Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado" (SC 106).

"En efecto, ¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está Yahvé nuestro Dios siempre que le invocamos?” (Dt 4, 7).

Porque nuestro Dios —que mil gracias derramó— vistió de sus maravillas esta tierra, en dirección a la Casa del Padre, hogar eterno de amor, quiso hacer de los pueblos uno, a semejanza de la unidad divina —de un Dios en tres personas— y dio al hombre inteligencia y amor, para que trabajara esta unidad y solidaridad, con los vínculos y dones que descubre el hombre entre sublimes fuerzas de la creación, para establecer esta unión y mutua relación, que Dios ha prometido y enriquecido. Radio, teléfono, televisión, eurovisión, etc., son medios normales por los que el hombre multiplica su voz y la presencia de su imagen en miles y millones de lugares en todo el universo, sinfonía admirable del amor de Dios, con que ameniza el peregrinar de los hombres, por este mundo, como preludio del cántico eterno de amor a que nos llama y para el que nos prepara.

El que así revistió de belleza y poder la breve vida mortal, de paso en esta tierra, volcó toda su inteligencia, amor y poder, en atenciones, cuidado y amores, a nuestra vida eterna inmortal, de su mismo rango. Porque la hizo capaz de su misma felicidad y heredera de su misma raza y sangre; y coheredera con Cristo de todo su patrimonio eterno, infinito, inefable.

Esta entrega y dedicación de todo el saber-poder y amor, de un Dios infinitamente sabio, poderoso y amor infinito por esencia, a sus hijos los hombres, lo expresa pues el Evangelio de Juan con las antes dichas palabras con que inicia la descripción de la Cena Eucarística: "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo (entregándoles todos los dones de la creación, y sabiendo todas las cosas) los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1). No pudo ni supo darles mayores gracias y se dio a sí mismo, pero hasta el extremo de su amor, fuente de todo Amor, de toda santidad, de la infinita perfección en el Amor. De este Amor Eucarístico han bebido todos los santos, durante todos los siglos y a diario y en Jesús Eucaristía han podido saborear, cada día un Amor Nuevo, cada vez, más poderoso y deleitable, con que el hombre, por vía de alimento, va siendo transformado en lo mismo que recibe: amor-vida, puro, como de Cordero sin tacha ni mancilla.

Y aquí, en convite, con el mismo Jesús hecho carne y ahora hecho pan de amor, el hombre puede revivir, no en palabra y en imagen, sino real, física y personalmente presente, todas las escenas y pasajes del evangelio, de la encarnación, vida, muerte y resurrección de Jesús. Porque como nos dice la misma Palabra de Dios. El mismo Dios se brinda y auto invita y entrega con esta actitud permanente e invariable: "Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo" (Ap 3, 20).

Aquí, pues, en la Eucaristía, se hacen realidad todas las promesas y proyectos del infinito Amor de Dios, y se entregan de forma afectiva y efectiva y personalmente a cada uno de los hombres. Con tal que cada uno abra consciente y voluntariamente la puerta de su corazón con noble rectitud de intención y limpieza.

Porque al llamar a nuestra puerta nuestro Creador, Redentor y Santificador, viene con todo su ser, saber, poder y amor. Y así sólo Amor, siempre Amor y todo Amor, sólo por Amor y en son de Amor, se autodona y autoentrega. Por lo mismo con su llegada a nuestra casa, como en la casa de Zaqueo, pecador, llega la salvación a casa de cada uno (Lc 19, 2-10). O como a su llegada a la tumba de Lázaro, llega la Resurrección y la Vida, al fondo de nuestro corazón (Jn 11, 1-12). Con tal que nos acerquemos con fe y amor al gran Sacramento de nuestra Fe y del Amor de los amores, que guarda cuanto queda de amor y de unidad. Llegando, por la Eucaristía, a nuestros corazones, el Autor de la Gracia y de los Sacramentos, ahí se nos aplica y renueva toda agua viva de la gracia, que contienen todos los sacramentos que hubiéramos recibido. Y por lo mismo se ratifica la invitación y llamado a confirmarnos y ratificarnos, en la abundante gracia sacramental, por lo que quedamos consagrados al Amor. Es el Amor esponsalicio al que nos unimos para siempre, con el sello indeleble y eterno de la alianza del Amor eterno de Dios siempre fiel e invariable.

La Eucaristía y Comunión, es pues, el gesto vivo de la entrega de su Amor, siempre en acto en que, con la vivencia siempre actual del Amor primero, puedo saborear presente en mí el Amor que no tiene fin, siempre nuevo, inédito, plenificante y transformante de todo mi ser, que hace de mi carne y sangre, un solo y mismo Amor inmortal, eterno, de gozo y felicidad imperturbable en progresión indefinida y eterna.

La Eucaristía es la mirada fija del Amor infinito que se aplica a toda mi vida para transformarla en Amor. Cada vez, pues, que uno es invitado al sacrificio y sacramento Eucarístico se debe saber y sentir invitado y llamado a ser todo Amor, siempre Amor y sólo Amor, conforme al mismo amor que recibe. Y debe saberse y sentirse enviado a entregarse como Cordero, sin mancha ni egoísmo. Esto es todo amor y sólo amor, para transformar en amor, todo el pecado del mundo. Pues no es necesario ser impecables, santos para acercarnos diariamente al sacrificio y sacramento del Amor, sino que es imprescindible y necesario acercarnos al Amor Eucarístico de Jesús para vencer al pecado y ser realmente santos.

El Sacrificio Eucarístico, es la invitación jamás interrumpida a participar del mismo sacrificio: "Este sacrificio mío y vuestro”, (sacrificio: Sagrado hacer). Invitación a hacer sagrado. Consagrar toda nuestra persona. Es el culto verdadero el que quiere Dios, y para el cual instituye el sacrificio y sacramento del Amor: y por lo que Él personalmente permanece en ofrenda y Hostia permanente. Como profetizaba Malaquías "Desde la salida del sol hasta su ocaso se ofrecerá una Hostia pura” (Mal 1, 11).

Para que todos podamos elevar todo nuestro ser, de la tierra al cielo y transcendamos de humanos en divinos, de naturales en sobrenaturales, de hijos de los hombres en hijos de Dios, santos y perfectos en el Amor como "perfecto" y santo es nuestro Padre del cielo. He ahí el motivo de la consagración diaria, permanente de Jesús ante nosotros, por nosotros, y con nosotros: Así Jesús se ofrece al Padre y así le suplica: "Padre, conságralos en la verdad, —en mí y conmigo—. Tu Palabra —yo mismo— es la Verdad. Yo por ellos me consagro a mí mismo, para que ellos también sean consagrados" (Jn 17, 17-19).

He ahí la interpretación de Pablo: "Os exhorto, pues, hermanos por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual" (Rm 12, 1).

Ciertamente a Dios no le interesan nuestras cosas, porque ya son suyas, y que nos ha entregado, para facilitarnos el acceso y entrega nuestra al altar. No le interesan las ofrendas de pan y vino, tanto como la ofrenda de nuestras vidas. Pues el pan y vino Eucarístico son instituidos y consagrados para nosotros más que nosotros para la Eucaristía [...] Para que nosotros seamos la Eucaristía, la ofrenda y la hostia, la consagración, por la transformación, en el sacrificio de todo nuestro ser. Y ser todo y sólo hostia de Amor, para llegar a amar como Jesús ama. Y alcanzar los extremos de su Amor.

Pues también nuestras largas horas de sagrario tienen como fin principal, no adorar, reverenciar, acompañar y rogar a Jesús Eucaristía, sino sobre todo imitar, reproducir y transformarnos en su Amor. Vamos al sagrario y ante Él, en comunión con el Amor Eucarístico de Jesús, permanecemos no estáticos sino envueltos en el dinamismo de su amor (imitad lo que adoráis). Asimilando su ser. Amor hasta el extremo. Y a la vez las propiedades y cualidades de este Amor Eucarístico, que es para la comunión, que es el fin propio, según la materia y forma del sacrificio y sacramento de la Eucaristía.

Es por lo mismo la Santísima Eucaristía el Sacramento de la comunidad, por la calidad de Amor que nos entrega. Y por la actitud de acogida permanente con que recibe nuestro amor tarado, manchado, impuro y corrompido, con el objeto de consagrarlo por su mismo amor puro y fuerte, para alimento y vida, para comunión de todos, capaz de fecundar fraternidades como germen de Amor en todo el Reino y pueblo de Dios.

Este Amor Eucarístico es como el corazón de toda la comunidad, que establece un ritmo circulatorio del amor, como el corazón en la sangre del cuerpo humano, por cuyo impulso y ritmo la sangre, que arrastra impurezas y microbios, es constantemente purificada e impulsada, limpia, para vitalizar a todo el cuerpo. El amor propio desordenado, el orgullo, es una mala hierba que brota y rebrota hasta la tumba, y que el Amor Eucarístico tiene que quemar a diario.

La actitud de Jesús en su amor Eucarístico además de entregarnos este Amor de comunión, alimento y vínculo de la comunidad, nos infunde el sello y estilo propio del amor comunitario a todos los niveles: familia, pueblo, Iglesia. Porque es Amor extremadamente gratuito, sacrificado, universal, silencioso, sufrido, inconsiderado, a menudo olvidado, profanado, traicionado y vendido por sus amigos, sin que su entrega falte ni mengüe. Es un Amor entregado a la suerte del cariño o desprecio, uso o abuso, acogida o rechazo de los amigos y enemigos; dándose, sin demora a todos sin acepción de personas ni discriminación alguna.

Es el amor que quisimos sustituyera a todos los amores de carne y sangre. Jesús Eucaristía, se consagra, se entrega, así ama, para que nosotros nos consagremos, así nos entreguemos y así con este amor nos amemos, para formar la Comunidad que Él quiere y que este mundo necesita. Para que vivamos abundantemente y seamos donantes de Vida en abundancia. Para que seamos amor y engendremos Amor-Vida por generaciones.

"Señor aquí estoy. Grano de trigo soy segado y trillado en tus eras. Señor cuando quieras me puedes moler, que yo quiero ser polvillo de harina que forma tus hostias de amor. No tardes si quieres Señor, oh mi Dios molinero, echa a andar tu molino harinero, y muele tu trigo que quiero ser hostia de amor. Señor, que te espero, empuja la rueda, ¡dolor!, y muele tu trigo, y amasa la harina, que quiero ser hostia de amor".

"Y años y años esperándote llevo; y una vez y otra vez en esta espera, granó la espiga y floreció el almendro: y una vez y otra vez, por si volvieras, me asomé por las tardes al sendero. Y sin embargo seguiré esperando. Y todavía mientras que te espero, cuidaré que no falten estrellas en tus noches y luz en tus auroras y frutos en tu huerto" (Pemán).

  1. CUARTO GRADO DE AMOR AL PRÓJIMO. AMAR AL PRÓJIMO COMO SE AMAN LAS TRES PERSONAS DE LA TRINIDAD.

Amarnos con el mismo Amor Trinitario: con el amor con que se aman, entre sí, las tres Personas de la Trinidad, es la realización lograda, perfecta del proyecto y designio eterno de Dios. Uno en tres personas, sobre la humanidad, sobre el hombre y convivencia de los hombres en este mundo. Este cuarto grado de amor entre los hombres, es pues, la respuesta y correspondencia fiel de la identidad y naturaleza propia del hombre, personal y comunitariamente considerado. Porque el hombre ha sido creado a la imagen comunitaria de Dios, participante de la misma naturaleza (cf.  2Pe 1, 4). Amor-Vida, Vida-Amor de las tres Personas en la unidad de naturaleza y pluralidad de las Personas: del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Por esto el texto Sagrado se expresa en plural, al pronunciarse Dios sobre la creación del hombre: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" (Gn 1, 26). Y a esta imagen y semejanza de Dios, Uno y Trino es bautizado el hombre: "En el nombre, esto es, en el Ser del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".

De ahí la ilusión y aplicación plena de las tres Personas de la Trinidad en la creación, redención y santificación de los hombres: que sean verdaderos hijos de Dios, que es Amor (1Jn 4, 8 y 16). Y que en esta misma naturaleza, raza, genealogía y estirpe seamos perfectos y santos en el Amor: "Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5, 48).

"Sed, pues, santos, porque yo soy santo". "Sed santos, porque yo, Yahvé, vuestro Dios, soy santo". "Que yo sea santificado en medio de los hijos de Israel. Yo soy Yahvé, el que os santifica" (Lev 11, 45; 19, 2; 22, 32). A este objeto y designio de Dios dice San Pedro en su primera carta: "Como hijos obedientes, no os amoldéis a las apetencias de antes, del tiempo de vuestra ignorancia, más bien, así como el que os ha llamado es santo, así también vosotros sed santos en toda vuestra conducta, como dice la Escritura. "Seréis santos sin acepción de personas, porque santo soy yo" (1Pe 1, 14-16). Dice San Juan Evangelista: "Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es" (1Jn 3, 2). Esta manifestación, verdadero "conocimiento" de Dios, nos moverá necesariamente a ser iguales a Él, amándonos como se aman las tres Personas de la Trinidad.

Y, ¿en qué consiste el Amor-Vida de la Trinidad, de las tres Personas entre sí? Puesto que con el mismo amor y santidad, pedimos en la liturgia que nos santifique, con las hostias del altar: “Santo, Santo, Santo, eres en verdad Señor, fuente de toda santidad: santifica estos dones” (Plegaria Eucarística), para santificación de nuestras vidas: Según el deseo y ferviente petición de Jesús al Padre: "Padre, santifícalos [...] yo por ellos me santifico para que ellos sean santificados" (Jn 17, 17-19). Se trata de la santificación que da la consagración, que se obra en el pan normal, en el pan Eucarístico, que pasa a ser Vida-Amor de Dios. Así, a este nivel es la santificación que Dios quiere y pide de nosotros: Cambio de todo nuestro ser en el Amor de Dios, Uno y Trino. "Amor fontal" del que dimana todo genuino amor (AG 2).

He ahí la insistencia reiterativa de Jesús en su petición al Padre por todos nosotros: "Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado (tal sería el objeto primordial de nuestra formación, cambio de ser) para que sean uno como nosotros [...] conságralos [...] y por ellos me consagro a mí mismo para que ellos también sean consagrados. Que todos sean uno, que ellos también sean uno en nosotros. Yo les he dado la gloria (el Espíritu Santo) que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno, yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno. Y el mundo conozca que tú me has enviado y que yo les he amado a ellos como tú me has amado a mí, —esto es en el mismo amor, en igualdad de amor ni más ni menos—  [...] yo les he dado a conocer tu Nombre —tu Ser, tu amor— y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que me has amado, esté en ellos y yo en ellos" (Jn 17, 11. 17. 19. 21. 23. 26; cf.  GS 24).

Es, pues, el Amor mismo del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que es la Vida misma de Dios, que es Luz, por la que el hombre descubre, por una fe viva y amor perfecto, que el amor de las personas es la misma Vida, la de los unos que la de los otros (cf.  GS 21).

Consiste, pues, el Amor Trinitario: en que cada una de las tres Personas no ama menos ni más la Vida, el Ser de las otras Personas porque es la misma Vida-Amor. Y la ventaja de Uno es la ventaja de las demás Personas; y el gozo de uno es el de los demás.

Lo que uno recibe, lo reciben los demás y lo que no recibe uno no lo reciben las demás Personas. Todo afecta por igual a cada una de las Personas, de la misma naturaleza, sin diferencia ni distinción. Las personas que así, por su fidelidad a la gracia, se aman, con el verdadero Amor de Dios, todo lo tienen en común, porque ven claramente, a la luz de la fe, que la Vida-Amor de Dios en ellos es comunitaria, como es comunitaria la vida de los miembros de un mismo cuerpo.

Llegados los cristianos a esta madurez de Fe y a esta perfección en el amor, se dan cuenta, descubren, que una misma es la Vida-Amor de los hermanos que la propia Vida. Por tanto, igual quieren la salud y santidad espiritual de los demás hermanos como la propia santidad. Por lo que no sienten menos los gozos y tristezas de los demás que los propios, igual los problemas, triunfos y fracasos ajenos que los propios. No ayudar a corregir los defectos, imperfecciones o faltas graves de los demás, fuera igual, que perderse y arruinarse a sí mismo. Y perderse y abandonarse a sí mismo, supone ser causa de los males de los demás. Por lo que, uno se ve obligado a cuidar y atender a la Vida-Amor de los demás tanto como a la Vida propia. Es el primer grado de Amor: amar al prójimo, como a sí mismo, llevado a la perfección.

Esta igualdad perfecta, no en cosas y detalles superficiales de la vida de cada uno, que es imposible, pero sí en el amor, es la Vida propia de una comunidad cristiana: El favor prestado a una persona lo reciben igualmente todos, y la ofensa a uno, la sufren igualmente todos.

Esta concientización fraterna a este nivel del amor de Dios, y esta nivelación, en la Vida-Amor de Dios, es el objetivo propio de una comunidad cristiana, cuya base, alimento, vínculo de comunión única es el Amor mismo de Dios. Y que por esto, y sólo por este Amor, se distingue y se revela como genuina y auténticamente cristiana. Este Amor mutuo, que es el Amor mismo de la Trinidad, entre los hombres, es el germen y fermento del Reino de Dios, del Pueblo de Dios, de la Iglesia de Cristo.

Por esta razón, verdaderamente vital, a nivel personal y comunitario, el compromiso primero y principal de los miembros de la comunidad, consiste en la ayuda mutua a adquirir, conservar y perfeccionar este Amor-Vida de Dios en constante crecimiento, en todos y cada uno. Y, por tanto, en ayudarnos a corregir cualquier fallo e imperfección en esta identidad, calidad y grado de amor, y cuidar de su salud, crecimiento y perfección, con mucho mayor interés y perfección que lo haríamos por la salud y cuidado de la vida del cuerpo. Y es en esta atención al Amor personal y comunitario de cada uno, por lo que nos jugaremos la vida, dispuestos a perderla para ganar el mayor bien de los demás, no menos que el bien propio, en favor de la vida eterna de todos, que no es otra realidad que este Amor-Vida de Dios en nosotros y entre nosotros.

Y es, precisamente, la exigencia de este compromiso fraterno, a este nivel divino-humano, con la radicalidad y entrega del mismo Cristo, la que nos obligará a morir al yo individual y egoísta, día a día, y momento a momento, para que el amor comunitario no sufra detrimento, sino que siga su proceso de crecimiento, hasta la madurez y plenitud del Cristo total y hasta la perfección y santidad del mismo Dios. Al triunfo de este Amor trinitario en nosotros apunta igualmente, la vocación y misión personal de cada uno: Repetir en sí mismo el misterio Pascual de Cristo de muerte y resurrección. Es la gracia Bautismal llevada hasta su mayor desarrollo; los frutos del Espíritu Santo, gustados en su pleno sabor y madurez. Porque toda la Iglesia tiene que aparecer como "un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (LG 4).

No es otro el objetivo de una comunidad eclesial: Los distintos estados de vida, unidos en el Amor de Dios, que forman la Iglesia propiamente dicha, cuyo modelo es la Trinidad, y así entendida por la jerarquía católica en auténtica "prelatura". Por lo que interesa que esta Iglesia viva revele con la mayor entereza, limpieza y relieve, el genuino rostro de Dios y de la Religión. Sería, pues, una Fraternidad universal, sin fronteras, sin acepción de personas, ni discriminación alguna, por razón de raza, de pueblo o nación, de sexo y condición de estado de vida, de cultura. Siendo todos Uno, unidos, no por vínculos de carne y sangre o de interés alguno humano o terreno, sino por el Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rm 5, 5). Así, la Fraternidad cristiana es el verdadero Sacramento de la Trinidad, de la Iglesia de Cristo y de los sacramentos de Vida-Amor de Cristo.

  1. QUINTO GRADO DE AMOR AL PRÓJIMO: AMAR AL PRÓJIMO CON EL AMOR MATERNO DE DIOS

"Dios es Padre y Madre" (Juan Pablo I).

El rostro materno de Dios se revela, de un modo admirable y eminente, a los hombres, por María nuestra verdadera Madre.

Porque María fue siempre llena del Amor puro de Dios. "Gratia plena" (Lc 1, 28). María, pues, fue toda Amor, sólo Amor, siempre Amor. Tuvo María el Amor limpio de Dios en toda su mente, en todo su corazón y en todas sus fuerzas, verdadera Hija de Dios, discípula perfecta de la infinita Sabiduría y Esposa fidelísima del Espíritu Santo. Su Fiat, su sí, fue inmediato y radical: No fue sólo de labios, sino un sí a nivel de carne y sangre; traspasó sus entrañas llegando al fondo de su alma. María, pudo transformar todo su corazón, en surtidor del agua viva de la Gracia, y convertirla en ríos caudalosos que alcanzan todas las generaciones" (Lc 1, 48). La oración, meditación, reflexión, ponderación de las maravillas de Dios la consagró en vida contemplativa. Morada permanente del Amor infinito de la Trinidad, y transparencia radiante del Amor transformante, santificante de Dios, pudiendo santificar, a su paso, a los hombres, como verdadero y primer sacramento del Amor de Dios en la tierra.

Las entrañas de María pudieron dar a Dios el Amor-Vida que de Él había recibido en plenitud. Por lo que entró, de hecho y de derecho, en el círculo vital de Amor y convivencia afectiva y efectiva de la Vida Trinitaria: "Recibiendo y dando" el mismo Amor Trinitario de Dios. Perfectamente asimilado el Amor de Dios en todo el ser de María, pudo ser en su seno gestado y formado perfectamente al calor de sus entrañas. Por eso María pudo dar a luz el Amor mismo que de Dios había recibido. Arrancado de su mismo corazón divinizado, el Niño y el Hombre Dios, sabrá abrir sus entrañas y partir su corazón, para dar a luz a la Iglesia y los Sacramentos, por generaciones, hasta el fin de los tiempos.

María recibe del costado abierto de su Hijo el nacimiento de todos sus hijos; que éstos sí, le causan terribles dolores de parto. Por esto los dolores del Hijo y de la Madre, proyectan, sobre cada uno de sus hijos, el Amor afectivo y efectivo de la entraña paterna y materna de Dios.

El apostolado verdaderamente eficaz que, más que palabras, engendra y comparte vida eterna, implica la previa asimilación y gestación del Amor-Vida de Dios en el propio corazón.

Este mismo Amor de Dios, recibido y alojado, en el corazón del apóstol, implicará y acaparará todo el amor de sus entrañas, como el niño absorbe la sangre de la mamá. Por lo que el apóstol, como mamá generosa, que tiene que abandonar todo capricho y afición en defensa de la vida del niño, tendrá, también, que romper con todos los afectos y amores, para entregar todo su corazón a la gestación de su numeroso hogar.

El mismo Amor eterno de Dios, Padre y Madre, dado a luz del costado abierto de Cristo y del alma traspasada de María, es comido y bebido diariamente en la Eucaristía; ponderado y asimilado en la oración. Este amor mismo va transformando, lentamente, todo nuestro ser, carne y sangre, en la misma carne y sangre de Jesús y de María, que ha sido debidamente amasada, para adherirse plenamente a la nuestra. Jesús, María, y cada uno de nosotros, formamos una sola carne, consagrada, transustanciada, en el Amor paterno y materno de Dios. Esta consagración, que conlleva un cambio sustancial de toda nuestra vida, es el objetivo y punto de mira de Jesús que nos prometió estar con nosotros siempre, hasta el fin de los siglos, "hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20). Y esta consagración a la que Él nos invita diariamente: "Orad hermanos para que este sacrificio mío y vuestro, sea agradable a Dios Padre Todopoderoso", proyecta todo nuestro ser, hecho hostia con Jesús, a la comunión de vida divina con todos los hermanos.

El secreto está en hacer de la vida una consagración, un estado de vida consagrada, que transforme nuestros amores en el Amor, nuestra vida en Vida inmortal, nuestro tiempo en eternidad. Recibir amorosamente al amor de Dios que se encarna en nosotros a diario, que es germen de vida eterna y que espera que le recibamos con amor de madre, sin abortarlo ni dejarlo en el olvido. Es un Jesús en potencia, es la semilla de un Dios que pide atención, dedicación y entrega, conciencia de madre, que no puede ya olvidar al hijo de sus entrañas, porque le pide y reclama todo el calor de su corazón.

Cuando el amor es Alguien implica, coge y recoge en Él, todos los sentidos y potencias de la persona, y desconecta vitalmente todo el amor disperso para acapararlo y centrarlo en sí mismo. Ya no hay dos vidas, las dos forman una sola vida. La Vida nueva se lleva tras sí toda la capacidad afectiva y efectiva de la mamá.

Es la mamá generosa, limpia, desprendida de sí. Se va entremezclando amor y sacrificio, es un auténtico cambio-transformación de todo su ser. Se forma un inefable círculo virtuoso de Amor-Vida, y de Vida que es fruto de amor, de forma que se convierten en inseparables el amor y el sacrificio necesario e imprescindible para la vida del amado. Y se quiere a toda costa, aún a costa de la propia vida, la nueva vida, que es ya propia, porque se arranca de la propia entraña, del núcleo más vital de la mamá. Así se arrancó del costado de Cristo su Iglesia, y del alma traspasada de María.

¿Cómo podría el apóstol entrar en esta real dinámica del Amor-Vida, que Jesús nos vino a enseñar con su propia carne, nacida de María? En la escuela de María, tal como nació Jesús y la primera Iglesia. Pues este amor de Madre, para la maternidad de vidas eternas, pide corazones limpios, desprendidos y generosos, capaces de dar un sí al Amor con mayúscula, por encima de todos los amores. Es necesario un estado de amor puro que garantice la perseverancia en esta limpieza de ojos, que a través de toda niebla, puedan proyectar, como radar, la luz potente de su fe imperturbable, para discernir el Amor de los demás amores, la Verdad de la mentira, la Vida de la muerte. Y que esta luz, de la fe invariable, guíe en todo momento a la persona por los desconcertantes y accidentados caminos de Nazaret a Belén, de Belén a Egipto hasta Jerusalén, para alcanzar las cumbres del Calvario y las simas profundas del sepulcro, sin perder las perspectivas de una Resurrección propia y universal, no al final de los tiempos, sino en el diario morir a sí mismo de cuya muerte nace y resucita una generación de vidas. Es el cumplimiento efectivo del cántico profético, de la jovencita, generosa, entregada y humilde, María de Nazaret. En su sí espontáneo e inmediato a la maternidad de Dios, acogió en sus entrañas la gestación de nuestras vidas. En Belén dio a luz a su Primogénito, acompañada por los coros de los ángeles. A nosotros nos dio a luz en el Calvario con fuertes dolores de parto. La Madre del Cristo total, con el mismo cariño y entrañable afecto de Madre universal, acoge, cuida y mima a cada uno de los miembros de Cristo igual que a la Cabeza, y se entrega a Jesús en todos y cada uno de sus hijos.

El secreto de nuestras vidas y la fecundidad de las mismas, su proyección y proliferación por generaciones, radica, como hemos podido constatar a través de todo el mes de Ejercicios, en la gestación y formación de nuestro Amor, de nuestra potencia y capacidad afectiva. Esta afectividad bien enfocada y dirigida, pasará del egoísmo al amor, de ser amados a amar, pasando del nivel de todo amor humano al amor trascendente, sobrehumano, divino y eterno. La maduración de este amor se convertirá en semilla y generación de Vida-Amor eterno, en la misma dinámica vital de Jesús, que de sí nos ha engendrado en las mismas entrañas de su Madre.

La generación divina, eterna, que da a la persona fecundidad para todo un Pueblo de Dios, ciudadanos del cielo y del Reino de Dios en la tierra, es generación libre y voluntaria que uno puede aceptar o abortar. Sólo un verdadero amor maduro de Madre, puede garantizar esta multitud de vidas, que están pendientes del sí de una mamá generosa. Tratándose de vidas predestinadas a ser Jesús. Este sí fue muy preparado y cuidadosamente atendido por el amor materno de Dios, que volcó con plenitud en el corazón de María. Nuestra Madre, es la Madre sobre todo de nuestro sí al proyecto del Amor de Dios sobre la vida inmortal de sus hijos. Con nuestra llamada a compartir vida al mundo, Jesús nos entrega a su Madre, para que nos proyecte todo su amor y abramos nuestras vidas a una Iglesia de amor fraterno, universal, a todo un Pueblo de Dios, que precisa constantemente el calor de Madre, para que forme de verdad un Hogar, sin acepción de personas, abierto a todos con entrañable amor paterno y materno, que les alimente sobreabundantemente, para hacer de todos uno, cuya garantía más segura es la presencia indefectible de la Madre.